No hace mucho una amiga me relataba una escena en la que ella le preguntaba a su pareja, muy entendida en temas deportivos:
Este no era el objetivo real de la comunicación. Lo que mi amiga esperaba era ni más ni menos que le dijese que ella estaba estupenda, que le encantaba, y que no necesitaba esforzarse en el gimnasio ni nada por el estilo.
Es muy común por parte de muchas mujeres esta forma de comunicación en la cual, por vía indirecta, tratan de obtener resultados sobre diversos aspectos sin plantearse siquiera la posibilidad de expresarlos de manera frontal y sin rodeos.
Los hombres no están ahí para adivinar sus necesidades, deseos o emociones. Ellos tienen un comportamiento emocional menos rico, con menores matices, además de padecer, en muchos casos, una anemia de sentimientos fruto de la nefasta educación recibida: –“los hombres son fuertes. Los niños no lloran”….-
Su pensamiento es lineal, sencillo y directo. No suelen ir dando vueltas como hacemos nosotras. Les gusta saborear el grano cuanto más rápidamente mejor, y así poder pasar a otros asuntos. Por tanto, cuando algo les interesa lo hacen saber, a menos que teman nuestras represalias, en cuyo caso se escabullirán sin ni siquiera intentarlo. Tampoco les motiva en exceso el tema de las sorpresas, las adivinanzas, o las situaciones extremadamente emocionales. En esos campos se sienten un poco perdidos. Necesitan que las cosas estén muy claras y delimitadas.
Y, sin embargo, la mujer…
Es su aniversario. Desea ardientemente que su pareja venga con unas flores. Aparece con un pañuelo de cuello. ¡Malas caras, disgusto, decepción! “Es que no me quieres. No me entiendes. No te fijas. Yo no quería esto”… Acaba de poner en marcha una interesante bronca ante la cara estupefacta de su pareja que no entiende lo que está ocurriendo.
Seguimos con el aniversario. Él llega con su ramo de flores. ¡Bien! Pero luego la lleva a un restaurante que encontró según pasaba de camino y… ¡no era ese el que ella quería! Ella pensó que la llevaría a aquel otro bastante caro, pero precioso, que un día, tiempo ha, le dijo que le gustaba. Por supuesto él había olvidado completamente aquello, pero la mujer consideraba que estaba obligado a recordarlo, si es que verdaderamente la quería.
Y ahora veamos qué hace con sus enfados no expresados:
_ ¿Qué te pasa?
_ No me pasa absolutamente nada (dice ella con cara de perro).
Esto con suerte, porque puede fácilmente añadir:
_ Tú deberías saberlo mejor que nadie.
Estas reacciones, y muchísimas más que podrían completar los ejemplos expuestos, son producto de un enfoque infantil de las relaciones; actitudes en las que, de manera pasiva, al igual que ocurría en la infancia, se espera que otros adivinen y satisfagan nuestros deseos. De esta manera cargamos a la pareja con la responsabilidad de nuestras vidas, felicidad y necesidades. La madurez, no obstante, exige que cada uno se haga responsable de sí mismo. Y una forma de llevarlo a cabo es precisamente a través de la comunicación.
La comunicación es la herramienta a partir de la cual podemos hacer saber, en primer lugar a nosotros mismos y, a su vez, a los demás, lo que vive en nuestro interior. Es como abrir una puerta que va directa a nuestro universo personal. Nos permite, además, aclarar dudas, despejar malentendidos, compartir experiencias, emociones, intereses, pensamientos, sueños, fantasías…
La comunicación positiva, genera unión entre las personas. Nos ayuda a conocernos y, a través de ese conocimiento, a transformarnos. De su mano vamos a ir uniendo piezas sueltas de un inmenso puzle del que todos formamos parte. Negarnos a comunicar o practicar comunicaciones negativas (crítica, juicio, gritos, silencios, malas caras, etc.), nos separa del conjunto. Permanecemos así solitarios y aislados, encerrados simplemente en nuestro propio soliloquio, sin otro color con el que mezclarnos que pueda modificarnos.
No hace mucho me llegaron estas frases a través del facebook:
- Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quiero oír,
- lo que oyes, lo que crees entender, lo que quieres entender y lo que entiendes...
Existen nueve posibilidades de no entendernos.
Esto quiere decir que para comunicar correctamente, he de aprender primero a saber qué es lo que pienso y qué es lo que quiero. Solo de este modo puedo expresarlo y transmitirlo sin generar embrollos y malentendidos. Y, cuando escucho, he de abrirme en perfecto silencio interior, sin que mis propios pensamientos interfieran; únicamente escuchando al otro y tratando de ver la película desde su punto de vista. Para ello tengo que trasladar mi posición, dejar de mirar desde el lugar que ocupo, y desplazarme para llegar entender qué es lo que esta persona me está compartiendo.
Aquí vuelve a cerrarse el círculo. Necesitamos trabajo personal. Necesitamos conocernos, entendernos, amarnos. Comunicar no es sacar todas las armas para atacar antes de ser atacados. Es dejar que entren y ofrecer lo que somos en absoluta sinceridad y sencillez, sin adornos superfluos que maquillen nuestra verdad.
- Necesito que me recomiendes ejercicios para afinar las piernas y endurecer las nalgas.
Este no era el objetivo real de la comunicación. Lo que mi amiga esperaba era ni más ni menos que le dijese que ella estaba estupenda, que le encantaba, y que no necesitaba esforzarse en el gimnasio ni nada por el estilo.
Es muy común por parte de muchas mujeres esta forma de comunicación en la cual, por vía indirecta, tratan de obtener resultados sobre diversos aspectos sin plantearse siquiera la posibilidad de expresarlos de manera frontal y sin rodeos.
Los hombres no están ahí para adivinar sus necesidades, deseos o emociones. Ellos tienen un comportamiento emocional menos rico, con menores matices, además de padecer, en muchos casos, una anemia de sentimientos fruto de la nefasta educación recibida: –“los hombres son fuertes. Los niños no lloran”….-
Su pensamiento es lineal, sencillo y directo. No suelen ir dando vueltas como hacemos nosotras. Les gusta saborear el grano cuanto más rápidamente mejor, y así poder pasar a otros asuntos. Por tanto, cuando algo les interesa lo hacen saber, a menos que teman nuestras represalias, en cuyo caso se escabullirán sin ni siquiera intentarlo. Tampoco les motiva en exceso el tema de las sorpresas, las adivinanzas, o las situaciones extremadamente emocionales. En esos campos se sienten un poco perdidos. Necesitan que las cosas estén muy claras y delimitadas.
Y, sin embargo, la mujer…
Es su aniversario. Desea ardientemente que su pareja venga con unas flores. Aparece con un pañuelo de cuello. ¡Malas caras, disgusto, decepción! “Es que no me quieres. No me entiendes. No te fijas. Yo no quería esto”… Acaba de poner en marcha una interesante bronca ante la cara estupefacta de su pareja que no entiende lo que está ocurriendo.
Seguimos con el aniversario. Él llega con su ramo de flores. ¡Bien! Pero luego la lleva a un restaurante que encontró según pasaba de camino y… ¡no era ese el que ella quería! Ella pensó que la llevaría a aquel otro bastante caro, pero precioso, que un día, tiempo ha, le dijo que le gustaba. Por supuesto él había olvidado completamente aquello, pero la mujer consideraba que estaba obligado a recordarlo, si es que verdaderamente la quería.
Y ahora veamos qué hace con sus enfados no expresados:
_ ¿Qué te pasa?
_ No me pasa absolutamente nada (dice ella con cara de perro).
Esto con suerte, porque puede fácilmente añadir:
_ Tú deberías saberlo mejor que nadie.
- ¿Qué te pasa?
- No me pasa absolutamente nada, (dice ella con cara de perro).
Esto con suerte, porque puede fácilmente añadir:
- Tú deberías saberlo mejor que nadie.
Estas reacciones, y muchísimas más que podrían completar los ejemplos expuestos, son producto de un enfoque infantil de las relaciones; actitudes en las que, de manera pasiva, al igual que ocurría en la infancia, se espera que otros adivinen y satisfagan nuestros deseos. De esta manera cargamos a la pareja con la responsabilidad de nuestras vidas, felicidad y necesidades. La madurez, no obstante, exige que cada uno se haga responsable de sí mismo. Y una forma de llevarlo a cabo es precisamente a través de la comunicación.
La comunicación es la herramienta a partir de la cual podemos hacer saber, en primer lugar a nosotros mismos y, a su vez, a los demás, lo que vive en nuestro interior. Es como abrir una puerta que va directa a nuestro universo personal. Nos permite, además, aclarar dudas, despejar malentendidos, compartir experiencias, emociones, intereses, pensamientos, sueños, fantasías…
La comunicación positiva, genera unión entre las personas. Nos ayuda a conocernos y, a través de ese conocimiento, a transformarnos. De su mano vamos a ir uniendo piezas sueltas de un inmenso puzle del que todos formamos parte. Negarnos a comunicar o practicar comunicaciones negativas (crítica, juicio, gritos, silencios, malas caras, etc.), nos separa del conjunto. Permanecemos así solitarios y aislados, encerrados simplemente en nuestro propio soliloquio, sin otro color con el que mezclarnos que pueda modificarnos.
No hace mucho me llegaron estas frases a través del facebook:
- Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quiero oír,
- lo que oyes, lo que crees entender, lo que quieres entender y lo que entiendes...
Existen nueve posibilidades de no entendernos.
Esto quiere decir que para comunicar correctamente, he de aprender primero a saber qué es lo que pienso y qué es lo que quiero. Solo de este modo puedo expresarlo y transmitirlo sin generar embrollos y malentendidos. Y, cuando escucho, he de abrirme en perfecto silencio interior, sin que mis propios pensamientos interfieran; únicamente escuchando al otro y tratando de ver la película desde su punto de vista. Para ello tengo que trasladar mi posición, dejar de mirar desde el lugar que ocupo, y desplazarme para llegar entender qué es lo que esta persona me está compartiendo.
Aquí vuelve a cerrarse el círculo. Necesitamos trabajo personal. Necesitamos conocernos, entendernos, amarnos. Comunicar no es sacar todas las armas para atacar antes de ser atacados. Es dejar que entren y ofrecer lo que somos en absoluta sinceridad y sencillez, sin adornos superfluos que maquillen nuestra verdad.