Sofía Pereira - Terapia y talleres de desarrollo personal
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Relación de pareja. Un reto de crecimiento personal

7/28/2017

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L​a relación de pareja, cuando es vivida de una manera consciente, resulta ser una de las más importantes fuentes de crecimiento personal. Muchos se adentran en ella con el anhelo de compartir su vida y ahuyentar la temida soledad, pero muy pronto van a descubrir los enormes retos y dificultades que esta unión conlleva.

El famoso mito de buscar la media naranja ha impedido en muchos casos el trabajo personal necesario encaminado a completarnos, a desarrollar todas nuestras cualidades y potenciar al máximo nuestras capacidades con el objetivo de ser quienes verdaderamente somos, y no una mera copia de nuestros ancestros. Y es que, una de las primeras cosas que vamos a descubrir, cuando hacemos un profundo estudio de nuestras relaciones, es el hecho de que estamos copiando actitudes, pensamientos y formas de vida heredados, así como modelos de relación en la pareja que también vienen dados por nuestros padres.

De niños aprendemos por imitación. Esto nos lleva a copiar modelos, a recrear actitudes y formas de vida. La relación con nuestros padres va a marcar significativamente el curso de nuestra historia. En ese proceso de imitación vamos a ir interiorizando imágenes de los modelos masculino y femenino (padre-madre) y reflejándolos posteriormente en las futuras relaciones. Todos tenemos estos principios interiorizados, y dependiendo de lo positivos o negativos que hayan sido, así van a discurrir nuestras relaciones de pareja.

De manera inconsciente, adoptaremos uno u otro como la figura imperante, bajo cuyo paraguas va a discurrir nuestra forma de gestionar la vida. Normalmente, copiaremos el modelo que nos pareció más fuerte, más superviviente, que suele ser el dominante. Pero también puede ocurrir que rechacemos ese modelo hasta el punto de adscribirnos a otro que resulte absolutamente opuesto. Esto dará pie a situaciones del tipo padre maltratador, mujer víctima, igual a hijo maltratador porque consideró mucho mas superviviente el modelo del verdugo. O también, padre o madre muy tradicionales y asentados en culturas de apariencia, igual a hijos que se van a los extremos opuestos.

En este proceso de interiorización y asunción del predominio, ya sea de lo masculino o femenino que hayamos desarrollado, veremos, por ejemplo, a mujeres con características más masculinas gracias a las cuales lograrán abrirse caminos y superar dificultades, así como varones en los que lo femenino destacará sobre lo masculino, lo cual les permitirá desarrollar su mundo emocional y sensible, sin que esto tenga incidencia alguna en su inclinación sexual.

Esto quiere también decir que esos modelos de madre o padre que hemos interiorizado y que copiamos mecánicamente, se van a transformar en una versión de nosotros mismos. Es decir, bajo su sombra, y de manera inconsciente, dejamos de ser quienes somos para convertirnos en ellos y así seguir su estela. De este modo, serán ellos, a través nuestro, quienes se van a relacionar con la pareja, ya sea imponiendo, recriminando, y/o tratando de que ésta se ajuste a los parámetros que han regido sus formas de vida. 

Muchos son, por tanto, los elementos que se conjugan a la hora de establecer una pareja. Hemos de entender que cuando entramos en una relación, venimos de un pasado que nos ha conformado, y en ese nuevo marco forzosamente van a mezclarse las historias que cada uno trae. Historias que a menudo contienen cantidades inmensas de dolor, de sufrimiento, de invalidaciones, juicios, críticas e incluso de maltratos y abusos infantiles.

Y, debido a ello, lo primero que buscaremos en el otro será ese padre o madre que no tuvimos; una figura bondadosa y plena de amor que cure todas nuestras heridas, llene los vacíos y calme los corazones doloridos. Porque, en una primera instancia, quienes van a hacerse cargo de la relación van a ser nuestros niños y niñas heridos; aquellos que no lograron ser plenamente aceptados, amados y guiados hacia su libertad y completo desarrollo. Por tanto, esa media naranja que sentimos que nos falta, la buscaremos en el exterior en lugar de profundizar en nosotros mismos para resolver los asuntos del pasado.

Pero no es la pareja quien ha de resolver y sanar nuestras heridas puesto que no es ella quien las generó. Es precisamente esta familia de origen la que creó en nosotros los vacíos, las soledades, la incomprensión y por tanto el dolor. Este niño o niña huérfanos de comprensión y afecto son un producto de estos modelos a los que nos mantenemos aferrados y fieles. Personas que destruyeron nuestra autoestima, que limitaron la expresión de nuestras emociones, pensamientos, deseos y preferencias, que nos contagiaron sus miedos, sus carencias. Y si no pudimos expresar lo que sentíamos ¿cómo vamos a poder relacionarnos correctamente con el mundo?

Una de las grandes decepciones que vamos a encontrar es constatar que el otro no va a poder encajar en el papel de padre o madre bondadoso y paciente que nuestros niños heridos reclaman, puesto que, como hemos visto, los que van a intervenir con mucha frecuencia van a ser esos mismos padres o madres que nos dañaron a ambos y que ahora se recriminan y luchan dentro de nosotros. Por tanto, no vamos a recibir lo que deseemos, sino más bien nos resultará una búsqueda infructuosa plagada de desencuentros y en la que van a perdurar los abusos, castigos y malos tratos.

Esta es la enorme riqueza de una relación, pues nos obliga a revisar nuestros modelos, a buscarnos en los conflictos, a encontrar a nuestros niños o niñas heridos y hacernos cargo y responsables de ellos. Porque solo cada uno de nosotros ahora, en este momento presente puede convertirse en el padre y/o la madre que no estuvo a la altura. Sólo nosotros podemos sanar todo ese dolor. No se trata de cargar sobre las espaldas de la pareja esta responsabilidad puesto que no fue ella quien creó los daños. La pareja únicamente puede acompañarnos en el proceso de auto sanación. 

Así pues, no solo hemos de descubrir a estos niños heridos que llevamos en el interior y que claman por ser reconocidos y sanados, sino también darnos cuenta de que en la relación pocas veces vamos a ser nosotros mismos quienes protagonicemos los hechos. Serán, en gran parte de las ocasiones, nuestros mutuos progenitores peleando entre sí, generando la eterna lucha por conquistar el poder en la relación. Madres o padres que se impusieron demasiado y que nos obligaron a vivir nuestra historia de igual forma en la que ellos la vivieron. Progenitores que no nos dejaron crecer y que ahora siguen intentando incidir directa o indirectamente en nuestra pareja, imponiendo sus criterios o sus normas y cuestionando nuestra relación y la posible nueva manera de actuar en la familia que acabamos de formar.

Por tanto, serán varios los personajes que van a intervenir en cada uno de los desencuentros o peleas en los que nos encontremos inmersos. El reto consistirá en descubrir quién es cada cual y así poder invitarles a retirarse del conflicto, una vez asimiladas las enseñanzas que hayan podido traernos,  y tomar el mando para hacernos cargo nosotros de la situación y encontrar la mejor manera de resolverla. Para lograrlo y empezar a ser quien verdaderamente somos, hemos de sacar a ese padre o madre que vive en nuestro interior, asimilando todo lo positivo que como herencia nos haya transmitido, y depurando y transformando los aspectos negativos, así como desechando todo aquello que no somos y que está condicionando nuestra vida presente.  

Está claro que si alguien nos avisara a tiempo de todos los retos y dificultades con los que vamos a tener que lidiar en una relación de pareja, todos saldríamos corriendo. Por eso, la sabiduría de la Vida creó ese lazo químico o flecha de Cupido que nos dirigió y unió a una determinada persona con la que se nos brinda la gran oportunidad de conocernos, de descubrir las copias, la falsedad de eso que llamamos nuestra forma de ser, nuestra personalidad, y adentrarnos en una fabulosa búsqueda de nuestra verdadera identidad. Y para ello, lo primero que hemos de hacer es quitar todo lo que no somos. Solo así puede aparecer lo genuino. Y la pareja es uno de los marcos adecuados que nos van a permitir ese trabajo.

Un factor muy importante que incide tanto en contra como a favor a la hora de tratar de deshacernos de estos modelos negativos es la fidelidad inconsciente que mostramos hacia nuestras familias de origen. Es precisamente esta fidelidad la que nos impulsa a repetir los modelos en un afán positivo y leal de liberar a todo el grupo familiar o constelación de la que hemos formado parte. Pero los hijos no pueden deshacerse fácilmente de las historias conflictivas a menos que sus padres, primeros en la jerarquía, logren hacerlo. Esta es la razón por la cual podemos ver eternas secuencias generacionales que repiten una y otra vez los mismos conflictos sin poder encontrar la salida del túnel. Véase el ejemplo de maltratos, violaciones, alcoholismo, drogadicciones, etc.

Sin embargo, cuando los hijos se hacen conscientes y trabajan consigo mismos para erradicar los modelos negativos, ayudan a sus padres al actuar como espejos en los que ellos puedan mirarse y ver reflejadas sus carencias y todo aquello que les falta por resolver. Y lo maravilloso de esto es que, una vez que estos hijos logran al fin cortar la cadena que les ata al pasado, liberan a todas las generaciones tanto pasadas como futuras de seguir repitiendo el conflicto.

Por otro lado, la fidelidad a la familia de origen daña terriblemente a nuestra pareja porque esto impide que podamos entrar sin trabas en la nueva relación de una manera libre, cortados los cordones umbilicales y las fidelidades que ya no son adecuadas, puesto que la fidelidad mayor que ahora hemos de establecer es la que entregamos a la actual pareja y a la familia que estamos formando. Si seguimos alimentando o protegiendo excesivamente a la familia de origen es muy difícil que podamos encontrar la energía necesaria para estar entregados al cien por cien en el nuevo proyecto en el que nos hemos embarcado.

Otra de las extraordinarias oportunidades de crecimiento que la pareja nos ofrece es el hecho de actuar como espejo en el que poder mirarnos. En su reflejo podremos descubrir tanto las luces como las sombras que nos conforman. Veremos todo aquello que aún no fuimos capaces de conseguir, y todo lo que todavía nos queda por transformar. Gracias a esta toma de consciencia vamos a seguir creciendo y no quedarnos estancados en condicionantes, falsas imágenes o historias antiguas.

Pero el otro como espejo es un nuevo reto a afrontar porque la tentación va a ser el culparle de lo que no va bien y no hacerme responsable de que justamente aquello que critico es algo que me pertenece y viceversa. Hay que tener un gran compromiso, valor y honestidad para mirar nuestro reflejo y hacernos responsables de nosotros mismos. Es más fácil echar los balones fuera y culpar a nuestra pareja de los males que nos aquejan.

Cuando me descubra criticando algo que rechazo en el otro, lo que más va a ayudarme será mirar dentro de mí para encontrar qué es aquello que al no aceptar en mí mismo estoy proyectando fuera. Recriminaciones y críticas permanentes no son otra cosa que el fracaso que estoy mostrando en no reconocer la parte que yo pongo para que la relación no esté funcionando, así como mi incapacidad para comunicarme y expresar lo que siento y lo que necesito, no solo a la pareja, sino principalmente a mí mismo. Y, por supuesto, la falta de responsabilidad que estoy manifestando en la relación conmigo mismo y con el otro.

Unir mi destino a otro ser con el objetivo de que me complete, es renunciar a la grandeza y a las infinitas capacidades que me habitan. Presentarme con todas mis minusvalías y hacer responsable a la pareja exigiendo que sea ella quien se haga cargo de mis deficiencias, es faltarme al respeto, cortar de raíz mis propias alas y encadenarme a una serie de sufrimientos y desavenencias que van a resultar inevitables, puesto que en lugar de construir algo común, voy a poner todo mi empeño en destruir la forma de vida que tengo enfrente y que se resiste a cargar con mi pesada mochila. Y no se trata tampoco de maternalizar, paternalizar o hacer de terapeuta en la relación, puesto que hacernos cargo del niño o niña herido que tenemos enfrente es como decidir viajar al pasado y quedarnos allí tratando de entender lo que ocurrió. Esta es una tarea que hemos de resolver en solitario o buscando la ayuda profesional.    

La pareja no debería ser una suma de restas, sino una permanente aportación de lo que yo he llegado a ser con todo lo logrado hasta ahora, y que pongo sobre la mesa con el entusiasmo de unirlo a la persona con la que quiero compartir mi vida y crear un proyecto común. Proyecto en el que vamos a ir multiplicando nuestra capacidad de comunicación, comprensión  y empatía hacia lo que vive en el ser del otro.

Cuanto más limpios de viejas heridas, sanos, renovados y libres estemos, cuanto más hayamos depurado y ampliado nuestras limitaciones y desarrollado al máximo los dones y cualidades que nos pertenecen, más vamos a poder ofrecer a nuestra pareja para compartir con ella las futuras experiencias que nos permitan seguir creciendo. Entonces estaremos ya disponibles para invertir el deseo inicial de ser completados por ella, para pasar a trabajar en el sentido de darnos y favorecer su libertad promoviendo todas aquellas acciones que vayan encaminadas a que nuestra pareja pueda acercarse cada día más a su propio proyecto personal: el de ser uno mismo en plenitud.  

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Valorando lo positivo y reconduciendo lo negativo

3/17/2017

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Cuando hablamos de castigar a los niños, siempre hay división de opiniones. Unos se muestran débiles, inseguros y compasivos, negándose con ahínco a cualquier tipo de penalización. Otros, en cambio, son extremadamente estrictos, y no dudan en aplicar sistemas de control, a veces enormemente severos o incluso crueles. Sin necesidad de caer en ninguno de estos extremos, es fundamental tomar riendas en el asunto, y no dejar pasar por alto los actos, digamos “inadecuados”, de nuestros hijos.
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A poco observadores que seamos, descubriremos una ley infalible según la cual si premiamos los actos incorrectos, obtendremos más actos incorrectos. Si el niño monta una rabieta y para que se calle le damos un caramelo, se aprenderá el truco, y muy pronto entenderá que sólo tiene que armarla para recibir ciertas recompensas. Pero si premiamos lo positivo, este reconocimiento le servirá de incentivo para seguir creciendo en esa línea. Los niños siempre quieren ir hacia arriba, superarse a sí mismos. Les encantan los retos, y reciben con enorme satisfacción las valoraciones a sus logros. Ahora bien, si castigamos lo bueno, lo que nos vendrá de vuelta será, indiscutiblemente, malo. Veamos un ejemplo: Sara ha pasado la tarde haciendo sus tareas escolares y ahora quiere charlar un rato con nosotros o simplemente enseñarnos un cuaderno que le ha quedado precioso. Anda hija, no seas pesada, déjame tranquila y vete a jugar a tu cuarto. Esta actitud, más frecuente de lo que somos capaces de reconocer, es una enorme penalización hacia todas las conductas positivas que está mostrando esa hija, y que, de ser repetida, podrá derivar en que ella se desanime, pierda interés por sus tareas y comience a trabajar de forma chapucera, puesto que no encuentra a nadie que valore sus esfuerzos. Además, lo que conseguiremos con este rechazo será que la comunicación se corte y que ya no quiera hacernos partícipes de su mundo interior.

Otro ejemplo: Tenemos a la misma niña muy aplicada trabajando en su cuarto. El hermano pequeño entra y en un descuido le pinta un garabato en el cuaderno. Envuelta en lágrimas va hacia su madre a enseñarle el desastre, pero ésta se enfada con ella, le dice que es una exagerada, que no es para tanto y que lo haga de nuevo. Sin más, coge al pequeño y se lo lleva en brazos a la cocina para darle una galleta. Acaba de violar magistralmente la ley premiando el acto incorrecto y castigando el positivo. ¡Que luego no se extrañe de los resultados! En relación con esto, conviene estar muy atentos a no premiarles cuando están enfermos trayéndoles juguetes, dulces, o regalos de ningún tipo. Simplemente hemos de darles lo que necesitan para ponerse bien, pero si premiamos la enfermedad, obtendremos más enfermedades como forma de llamar nuestra atención y obtener cosas a cambio.


El castigo nunca va dirigido al niño como ser espiritual, sino a sus comportamientos reactivos. El premio en cambio sí es para él. Esta distinción es de gran importancia. Al premiar al genuino ser que es, le ayudamos a crecer como él mismo, mientras que si penalizamos sus actitudes negativas, éstas irán disminuyendo, para dejar finalmente que sea el propio ser del niño quien brille como protagonista de su vida. Por otro lado, este criterio nos ayuda a nosotros a no caer bajo el influjo de nuestra propia mente reactiva, la cual nos llevaría a enfadarnos con el niño hasta hacerle sentir que no le queremos, y ese sí es un castigo que no puede soportar.

La familia es algo más que la suma de varias personas compartiendo un mismo techo. Es un ser en sí mismo, cuyo objetivo es lograr la supervivencia como totalidad. Se trata pues de un grupo trabajando unido en pro de la máxima realización de cada uno de sus miembros. Sólo cuando todos funcionan de manera óptima es cuando podemos hablar de una familia feliz viviendo en armonía. Cuando alguien está operando desde su esencia positiva, está ayudando a los demás, pero cuando actúa de manera reactiva, disminuye o interrumpe la producción del grupo. Imagina que estás hablando por teléfono de un tema de trabajo y tu hija se lanza a montar una rabieta para llamar tu atención. Esto afecta a la supervivencia de todo el conjunto. O si estás preparando la comida, algo que beneficia a todos, y descubres que te falta un ingrediente esencial, que tu hijo se ofrece a ir a comprar. Él está colaborando al bienestar común. 

Un sistema para ayudar a nuestros hijos en esta dirección es realizar una forma de toma de consciencia de actitudes, a través de un cuadro o una pizarra colocados en un lugar estratégico. Pondremos allí los nombres de los niños que componen el grupo familiar, y encima dos casillas con los títulos: “Actos que ayudan”, y “Actos que dañan”, (es una idea) en las que anotaremos las marcas correspondientes. Esto, además de ser muy gráfico, y permitir que el propio niño lleve la cuenta de su estadística, nos evita las broncas, los gritos y las regañinas. Simplemente anotamos sin más en el lado correspondiente toda acción destructiva, como provocar peleas, llantinas para obtener beneficios, engaños, faltas en sus responsabilidades, violaciones de las reglas de la casa, o cualquier tipo de conducta reactiva. En el lado positivo, las marcas indicarán conductas favorables, como ayudar espontáneamente, adquirir una nueva habilidad, sobreponerse a un problema, a un enfado, hacer algo muy bien, ser amables, estar dispuestos a echar una mano a alguien de la familia, prestar algo, tener ideas creativas, y cualquier otro acto que contribuya al placer y bienestar de todo el conjunto. Obviamente, esto deberá ir cambiando según la edad de los niños. Para empezar, debe resultar un juego, y nunca un gráfico que sirva de juicio condenatorio. Cuando son pequeñitos, lo mejor será hacerlo a base de dibujos, por ejemplo titulando la casilla positiva con un sol y la negativa con una nube, o con una cara feliz y otra triste. Las anotaciones en el lado positivo podrían ser estrellas, y rayos en el negativo. Lo fundamental, al aplicar este sistema, es no acompañarlo de ningún comentario evaluativo. El gráfico ya es una imagen lo suficientemente representativa, y es justo lo que nos permite abandonar la destructiva crítica, o la ineficaz bronca.


Al final de cada semana se dibuja el balance (pueden ser soles en el total positivo y nubes en el negativo), y se premia o penaliza el resultado. Por ejemplo: “¡Qué maravilla! ¡Esta semana tenemos dos soles! ¿Qué os parece si nos vamos a merendar por ahí para celebrarlo? Ni siquiera es necesario mencionar la palabra “premio”. El premio parece que conlleva su expresión final en algo material y, en este caso, se trata más de la valoración de las actitudes positivas de nuestros hijos. ¿Y cuál entonces el castigo? Pues sin duda las nubes, porque si son las nubes las que imperan, entonces no hay esa salida especial a merendar. Aparentemente, esto puede crear el conflicto de que unos niños siempre obtengan soles y otros nubes, pero generalmente, ellos mismos se esforzarán por sacar más estrellas que se conviertan en soles. ¿Afán competitivo? Es posible, pero también podemos enfocarlo como el intento del ser genuino por lograr acceder a estados más alegres y positivos.
El castigo nunca debería llevar la connotación de fastidiar al niño y hacerle que pague por sus actos, sino más bien ser mostrado como una consecuencia inevitable de una creación suya que tiene sus resultados. ¡Qué pena! Como no terminaste tus tareas ya no hay tiempo para que veas los dibujos. Tardaste tanto en lavarte los dientes que ya no podemos leer el cuento. Son ideas. Lo que quiero transmitir es el enfoque. No se trata de yo, Dios del universo, poseedor de las llaves del reino, te castigo porque te portaste mal. Es cambiar el sujeto. Tú, al no cumplir con lo que te correspondía, ahora perdiste la posibilidad de tener, hacer, etc. Hay castigos desproporcionados, que son verdaderas venganzas de padres hartos de repetir y repetir las mismas consignas. En la forma que propongo, es un acompañamiento al niño en un momento en el que tiene que asumir la frustración de recibir un efecto creado por él mismo. Esto le enseña la ley de causa y efecto y le permite aprender a ser más responsable de sus propias vivencias.

Antes de iniciar este sistema es imprescindible hablar con los niños y explicarles lo que vamos a hacer y lo que se espera de ellos. Jamás les castigaremos por violar normas que no hayan sido previamente definidas con absoluta claridad, o que nosotros cambiamos a nuestro libre albedrío. Hemos de ser muy disciplinados y honestos para no fallar y traicionar su confianza. Todo tiene que estar claro, y si alguna vez entendemos que algo debe ser cambiado por el bien de todos, es preciso advertirlo con suficiente antelación. Es conveniente leerles las normas varios días seguidos, además de anotarlas en algún lugar visible, que les sirva de recordatorio. El ideal es pedirles que ellos mismos se pongan las marcas, tanto positivas como negativas, lo cual les mantendrá más interesados en el proceso. También es necesario ser flexibles y no tomar en cuenta cosas sin demasiada importancia, pues nosotros somos los primeros en fallar.

En cuanto a las tareas que tienen que asumir en la casa, lo mejor es hacer una reunión, poner sobre la mesa las acciones a realizar y permitirles que elijan. Por ejemplo: sacar la basura, recoger la mesa, poner el lavaplatos, dar de cenar al gato…. Y claro está que han de ser revisadas periódicamente para darles la oportunidad de cambiarlas. Dichas responsabilidades tendrán que adecuarse a la edad de los niños. Empezarán por realizar pequeñas cosas, según sus capacidades. Esto les ayudará a fortalecer su voluntad, e irá creando las bases de su futura auto disciplina. Además de ponerles sus estrellas, es bueno agradecérselo y demostrarles que se les valora por ello. Los niños buscan la satisfacción íntima de sentir que ya son capaces de ayudar. Es importante resaltar que el volumen de sus tareas no supere nunca, ni sus capacidades, ni el tiempo del que disponen. Su responsabilidad básica estriba en sus estudios y, por supuesto, en disfrutar su tiempo libre, no en ser permanentes ayudantes de las tareas domésticas. Y si digo esto es porque hay madres que sobrepasan largamente estos límites. Madres que creen que una de las principales obligaciones de sus hijos es ayudarlas en todo momento y, es más, incluso adivinar por anticipado aquello que, según ellas, requiere ser hecho.

Aunque normalmente, los niños suelen acoger este sistema con mucho alborozo, máxime si hacemos algo creativo y bonito y les dejamos participar en el proceso de confeccionar el gráfico, también es posible que se resistan y se enfaden con nosotros, y hasta con la pizarra (conozco un caso en que rompieron el papel donde estaba el cuadro). Esto suele pasar con niños muy mimados y consentidos, que de pronto sienten que el poder que habían conquistado en esa casa está amenazado. Es fundamental no perder en ese momento los papeles. Intentarán luchar para desbancar el método, y si dejamos la menor fisura, nos habrán ganado la batalla, probablemente para siempre. Así pues, abróchense los cinturones que la cosa se puede poner al rojo vivo. Si surge la crítica, no discuta, no se justifique, no trate de hacerles “razonar”. Recordemos que la mente reactiva no razona, y cuando se ponen así ya sabemos desde dónde nos están hablando. De manera que, ante la crítica, marca negativa; ante la justificación (“se me olvidó”), rayo fulminante; ante, “esto no es justo”: “anótate otra cruz”. No haga ningún comentario, sólo anotar las marcas con la mayor sangre fría posible y sin que le tiemblen las piernas. Ya sé que se sentirá fatal (a todos nos ha pasado al principio), pero esto se supera muy rápido, y finalmente los niños estarán encantados, buscando la forma de conseguir más estrellitas.

Para que esto funcione es muy importante que busquemos lo positivo que el niño haya hecho. Sólo así lograremos que se interese en el proceso. Si únicamente ve marcas negativas, se abrumará y caerá a apatía con el tema, o con suerte se cogerá una buena rabieta. En cualquier caso, dejará de prestarle atención y pasará olímpicamente de cruces y rayos. Pero si ve que puede conseguir positivos, y si los positivos se traducen al final en algo especial, como un paseo por el campo, una rica merienda o cualquier cosa que le proporcione alegría, entonces se pondrá manos a la obra, y en poco tiempo podremos percibir grandes cambios. Tenemos que ser inflexibles con lo negativo, pero hay que buscar (y siempre vamos a encontrar) algo positivo. Puede ser, por ejemplo, un besito que nos ha dado porque nos dolía la cabeza. Entonces podemos decirle: Voy a ponerte una estrella por ser amoroso conmigo. O bien: Ya sé que no te gustan las zanahorias, y veo que has hecho un esfuerzo por comerlas. Ponte una estrella. O: Has hecho un dibujo precioso y mereces una bonita estrella. O, aún más importante, ese día todo fluyó de maravilla. Se levantó cuando le dijimos, llevaba bien preparada su cartera a la escuela, etc…. Esta atención a todo lo positivo es además un aprendizaje para la vida. Nos ayuda a ver todas las cosas estupendas que ocurren a nuestro alrededor, en vez de estar siempre con la atención puesta en lo malo.

El propósito final de este sistema es lograr que el niño conquiste más habilidades, que supere límites, sea más superviviente, más positivo, y que ya, desde pequeño, aprenda a controlar y a manejar a su mente reactiva. De manera que, si al cabo del tiempo, los rayos siguen superando a las estrellas, lo primero que hemos de analizar es, qué estamos haciendo nosotros. ¿Estamos atentos a sus actitudes positivas? ¿Les valoramos y potenciamos en todo aquello que simplemente funciona bien? ¿Utilizamos este sistema como una forma de recalcar sus errores y mostrar nuestra superioridad ante ellos? ¿Somos nosotros los que anotamos las cruces negativas, o es nuestra parte reactiva la que encuentra mil defectos y goza con el castigo? Sepamos que si nuestra atención se queda fijada en lo negativo, es evidente que como recompensa obtendremos aún más de lo mismo, y esto no sólo en este asunto, sino en todas las áreas de nuestra vida.

No deja de ser sorprendente la manera que tienen muchos adultos de amonestar a sus hijos. Dijimos que el ejemplo es el único camino válido como modelo para ellos. De hecho, eso que hagamos o valoremos se constituirá en su credo. Así pues, tratar de reconducir una conducta negativa de forma negativa (gritos, enfados, malos modos), es una verdadera incongruencia y fuente de mucha confusión para ellos, lo que deriva en absoluta desconfianza e inversión de los valores. Hace falta mucha honestidad, mucha presencia por nuestra parte, para llevar adelante un programa como este. Y no solo presencia que observa, que está atenta y se da cuenta, sino también constancia. A una mujer que me consultó sobre los problemas de disciplina que tenía con un hijo, le recomendé este método. Me llamó sorprendida del entusiasmo con el que su hijo lo acogió. Probablemente era la primera vez que se sintió atendido, escuchado y tenido en cuenta. No duró mucho la cosa. Volvió a consultarme sobre nuevos problemas, y cuando le pregunté por el gráfico me contestó que ya no lo hacía porque era un rollo y le cansaba estar tan pendiente.

Otra de las grandes ventajas de este método, aparte de evitar las regañinas innecesarias y nuestro propio enganche con la ira, el m
al humor o la amargura impotente de no saber qué hacer con los actos incorrectos de nuestros hijos, es el abolir la perniciosa culpabilidad con la que solemos castigarles cuando todos los largos y aburridos razonamientos, que por otro lado nadie escucha, han resultado inútiles. La culpabilidad es un recurso muy destructivo que tiende a manipular los comportamientos de los demás, en este caso de los niños, y que se queda grabada de tal manera, que más tarde nos costará sangre librarnos de esa sensación cada vez que algo ande mal. Ella es la que nos hace sentirnos inseguros y en permanente deuda con el mundo, así como en el punto de mira de la crítica ajena.

 Y lo mejor de todo. Nuestros hijos irán adquiriendo cada vez más responsabilidad por sus propias acciones, además de ir aprendiendo a controlar sus emociones, frustraciones, perezas o desidias. Ser responsables por la propia vida es el camino hacia la verdadera libertad. Cuantas más cosas les enseñemos a hacer, cuanto más aprendan a contribuir al bienestar de toda la familia, y cuanto más pronto aprendan a cuidar de sí mismos, a sobrepasar sus límites y a manejar las frustraciones, más confianza y seguridad en sus capacidades irán ganando. Es infinitamente más razonable permitir que se mojen cuando llueve por no haberse llevado el paraguas, que darles la paliza cada día con nuestras eternas cantinelas, o dejarles que pasen frío si no salen bien abrigados. Si estamos continuamente detrás suyo, no les dejaremos aprender y tomar responsabilidad por sí mismos. Recordemos que el lema de toda educación es ayudarles a que lleguen a ser los directores de su vida, sobre la que han de escribir su propio guión.

No pongo en duda que puedan existir otros métodos para lograr ayudar a nuestros hijos a desarrollar sus cualidades positivas y a reconducir las negativas. Pero, ya sea que apliquemos un método u otro, creo que lo prioritario es que los padres pasemos por un proceso de auto educación. No olvidemos que la educación se apoya en una herramienta fundamental: la imitación. ¿Cómo lograr que nuestros hijos no monten rabietas, no se enfaden violentamente, mientan, peguen o griten cuando nosotros tratamos de reprimir dichas conductas con las mismas armas? Educar no es reprimir, no es castrar, sino ayudar a ser la mejor versión de cada uno. Por tanto, es requisito imprescindible que los padres muestren una ética sin fisuras, que transmita a los niños un sistema de valores que no varíe según el aire que sopla, sino que sea estructura firme en la sustentar la dirección de los pequeños. 

 
 


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Relaciones de pareja. Sexta parte

5/29/2015

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Y llegamos al punto final de esta serie de artículos sobre las relaciones de pareja:

El otro como espejo.

Decíamos en anteriores artículos que la pareja es un auténtica escuela de crecimiento personal, en la que muchos de nuestros aspectos, modelos, actitudes, pensamientos y formas de vida van a tener que moverse del estancamiento para acceder a liberarnos de todo lo que nos aprisiona y nos impide ser nosotros mismos.

Todas las relaciones que mantenemos se convierten en un espejo en el que poder mirar los aspectos que rechazamos en nosotros y que, precisamente por eso, reflejamos fuera, proyectándolos en los demás. Si observamos con atención, nos daremos cuenta de que las simpatías y antipatías las establecemos en base a lo que amamos o rechazamos, que no deja de ser, concretamente, lo que amamos y rechazamos en nosotros mismos. Y es que,  la relación más importante en la que estamos permanentemente embarcados es la que mantenemos con nosotros mismos a través de los demás, de las experiencias que los actores que comparten nuestra obra de teatro nos brindan.

El problema es que nos cuesta trabajo ver, que cada vez que alguien nos muestra algo que nos desagrada, es porque eso mismo vive en nosotros, aunque sea con un ropaje o una intensidad diferente. Por eso nos ponemos beligerantes y, en vez de mirarnos, tratamos de romper el espejo.

A menudo cuento en mis talleres cómo descubrí este hecho con una persona con la que llevaba años manteniendo una relación absolutamente conflictiva, desequilibrada y de permanente batalla. Yo me amparaba, como autodefensa, en las diferencias abismales que nos separaban. Me parecía imposible que la otra persona me estuviese reflejando. Así que un día me senté con un cuaderno y un bolígrafo, dispuesta a encontrar las similitudes… ¡y vaya si las encontré! Descubrí que las energías que estábamos poniendo en marcha eran prácticamente las mismas, solo que discurrían por senderos opuestos y estilos muy diferentes, pero la base era idéntica: sentimiento de estar en lo correcto, juicio condenatorio, imposición, rigidez de conceptos, ausencia de respeto hacia la opinión  o la vivencia del contrario…. Y así podría seguir enumerando actitudes internas que eran precisamente las que tenía que descubrir para poder resolver esa situación, fundamentalmente en mí misma. El milagro fue, que una vez que me enfrenté a mis propias limitaciones, rigideces y dogmatismos, pude ir cambiando esos aspectos de manera casi exponencial. Y lo mejor: la persona en cuestión, sin mediar una simple palabra, recibió el trabajo, y la relación mejoró de una manera casi mágica.

De todos los espejos que la Vida va poniendo delante nuestra, el mejor lo encontraremos en el marco de la pareja, con el agravante de que en ella, precisamente por el nivel de confianza que se establece con el paso del tiempo, lo que reflejamos suele ser lo peor de nosotros, aquello que aborrecemos, que no queremos reconocer, y que endosamos en el haber del otro, quien se ve obligado a cargar con el peso, además de tener que recibir nuestra crítica y condena más despiadada.

Y así, nos embarcamos en discusiones interminables -pretendiendo siempre tener la razón y negándosela al otro-, en diálogos de sordos, de personajes encerrados en un exclusivo punto de vista que no admite la menor variación, sin darnos cuenta de que en esta batalla perdemos ambos.

De poco nos va a valer romper el espejo o cambiarlo por otro. Lo que nos permitirá crecer y descubrir quiénes somos y hacia dónde queremos dirigirnos va a ser, precisamente, el detenernos a contemplarnos en ese espejo mágico que está ahí colocado como una ayuda maravillosa y no como un castigo. Pero nos cuesta ser responsables de todo lo que vamos causando en la vida. Hacemos la vista gorda a lo que producimos, y nos quedamos únicamente en los efectos. Esto nos coloca en una situación de victimismo a la vez que nos hace girar en redondo, dando vueltas y vueltas sin llegar a encontrar la salida de la jaula en la que nosotros mismos nos hemos instalado.

Mirarnos, descubrirnos, desenmascarar nuestras sombras, sanarnos, liberarnos de viejas heridas y de ropajes innecesarios que nos pesan y nos impiden avanzar, hacernos responsables de nuestra vida y de la dirección hacia la que queremos dirigirla y, una vez completos, decidir con quién queremos compartirla. La unión con la pareja ya no se basará en un intento de llenar los vacíos, sino por el contrario, de aportar nuestras plenitudes y compartirnos  con el otro respetando nuestras diferencias, ofreciendo cada uno lo mejor de sí mismo para crear una relación que ya no va a basarse en la lucha y la competencia, sino en el amor: amor a sí mismo y amor al otro.



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Relaciones de pareja. Un reto de crecimiento personal. Quinta parte

5/12/2015

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Si ya parecía complicado lo expuesto hasta el momento, veamos lo que ocurre cuando todos los elementos se ponen a funcionar, a veces simultáneamente o alternativamente, en el acontecer diario de la relación.

Una pareja a ocho:

Cuando iniciamos una relación no somos conscientes de la magnitud de energías y modelos de vida que van a estar interviniendo en ella. De hecho, si no hemos realizado previamente un intenso trabajo personal en el que poder tomar consciencia de estos elementos heredados y transformarlos, muy pocas veces vamos a ser nosotros mismos quienes protagonicemos los hechos. Y es que, como ya hemos visto a lo largo de estos artículos, no estamos solos en la relación, más bien, y desde el primer momento de iniciarla, son muchos los que van a tomar parte en ella. Y dependerá de las ocasiones el que surja un personaje u otro a dirigir la escena.

Normalmente, los primeros en aparecer serán los niños heridos, los cuales van a estar presentes y activos en cada circunstancia que resulte dolorosa y que les recuerde las carencias, faltas de amor y de autoestima con las que aún siguen lidiando. También serán ellos los que anden buscando amor y aceptación, reclamando mimos y atenciones, o buscando comprensión y consuelo. Lo malo será cuando monten sus rabietas, que las montarán, porque aprendieron muy bien de sus padres cómo culpabilizar y cargar las responsabilidades sobre hombros ajenos. 

En otras ocasiones, especialmente en aquellas que generen conflictos de desacuerdos, serán nuestros mutuos progenitores –aún vivos como modelos dentro de nosotros-, los que se mantendrán peleando entre sí, imponiendo sus criterios y generando la eterna lucha por conquistar el poder en la relación, tratando de que esta se ajuste a los parámetros que han regido sus formas de vida.

De modo que, creyendo ingenuamente que éramos dos los que interveníamos en la relación, de pronto descubrimos que somos muchos más: ocho, para ser exactos (nuestros padres, nuestros niños heridos y nosotros mismos), y que, justo los que deberíamos dirigirla, andamos perdidos, sacudidos por unos y otros, sin entender por qué todo se derrumba a veces, y por qué es tan difícil mantener la armonía conyugal.

No obstante, no vamos a poner un tinte negativo en esta historia, ya que es un reto extraordinario, una oportunidad única de conocernos, de descubrir todo lo ajeno que se nos ha adherido, y de sacudirlo para empezar la gran aventura de ser los verdaderos protagonistas de nuestra vida.

Para empezar, lo primero que hemos de hacer es descubrir en cada situación quién es cada cual: si la niña herida, si mi madre en mí, etc. Y, a continuación, invitarles amablemente a retirarse del conflicto, tomando las riendas del asunto y haciéndonos cargo de la situación para buscar la mejor manera de resolverla.

No podemos ser quien verdaderamente somos si no sacamos a ese padre o madre que vive en nuestro interior, asimilando todo lo positivo que como herencia nos haya transmitido, y transformando los aspectos negativos, así como desechando lo que no nos pertenece y que, no obstante, está condicionando nuestra vida presente.

Una herramienta que nunca nos va a fallar es el humor. Las caras serias, broncas,  y charlitas moralizantes solo van a alejarnos de la meta. En este sentido, podremos ayudarnos mutuamente, ya que uno mismo no suele ser consciente, una vez que ha sido poseído por otra personalidad o energía, de lo que le está ocurriendo.

Supongamos un caso en el que la mujer, con una madre interiorizada esclava del orden, está montando la bronca a su pareja porque se ha dejado la chaqueta tirada sobre el sofá y la carpeta encima de la mesa, casi volcando la taza del café. Él, que respira hondo y ve, porque conoce demasiado bien a su suegra y, por tanto de qué pie cojea su mujer, en el tono más simpático y amoroso, le dice:


  • Ay, cariño, ¿le podrías decir a tu madre que se vaya un rato y nos deje tranquilos? Vengo cansado de la oficina y me apetece mucho sentarme contigo a charlar un rato. Dile que no se preocupe, que luego lo recojo todo.

    Lo normal es que ella primero se sorprenda, pero luego se ría y se disuelva en un segundo el malestar.

    Otro ejemplo: En este caso es él, quien con su padre al mando, se enfrasca en una discusión absurda en un tono bastante dominante:


  • Carmen, ¡por favor! ¡Te he dicho mil veces que no tienes razón en este tema y te emperras una y otra vez, cuando sabes que me saca de quicio!

    Y ella, que se sobresalta dispuesta a liarla, pero que de pronto recuerda lo aprendido en el taller de pareja al que asistieron juntos, responde:


  • Pero Carlos, ¿qué hace aquí tu padre? ¡Si habíamos quedado en salir un rato juntos y mira la que está liando!

    Otra opción, cuando en pleno conflicto nos damos cuenta nosotros mismos de que alguno de nuestros personajes nos ha abducido, es decirle al otro:


  • Mira, déjame un rato. Me voy a dar una vuelta para ver si consigo calmar a mi (niño herido, madre, padre), que está como loco. Perdona, no soy yo. Es todo esto que aún vive en mí y que ahora se ha revuelto.

    Y si su pareja es capaz de respetarle, de asumir esta verdad y de concederle amorosamente el tiempo necesario para que pueda volver a ser sí mismo, el problema se disolverá con relativa facilidad. Problema del que luego juntos podrán hablar tranquilamente para ver la mejor forma de solucionarlo.


    Una comunicación sincera, amable y positiva, que busque resolver y no culpabilizar, será la herramienta perfecta para establecer nuevos acuerdos, recuperar la armonía e incentivar el amor. 



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Relación de pareja. Un reto de crecimiento personal. Cuarta parte

4/29/2015

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Así como, según vimos en el artículo anterior, los modelos materno-paterno ejercen una gran influencia en nuestras relaciones de pareja, también lo hacen otros elementos que hemos de tener en cuenta, y que son los que ahora vamos a desarrollar.  

Modelos de relación de pareja heredados.


Otra de las herencias que recibimos es el modelo de relación que hayan tenido nuestros padres y que, de manera inconsciente, tenderemos a reproducir. Esto quiere decir que si, por ejemplo, nuestros padres se relacionaron de manera violenta entre ellos, o no se comunicaban, o llevaban vidas separadas, o discutían constantemente, o funcionaban bajo el modelo de dominancia-dependencia…, con mucha probabilidad nos encontraremos inmersos en una relación similar.

Manuel y Elvira tuvieron que hacer un gran trabajo en el taller para llegar a comprender que su relación estaba totalmente contaminada por la historia y los modelos que cada uno de ellos había interiorizado. El padre de Manuel era un hombre muy serio, distante y bastante independiente. Apenas valoraba la compañía de su mujer, la cual pasaba sus días en gran soledad. No había casi comunicación entre ellos y rara vez salían juntos. Ella se quejaba mucho, pero no encontraba la forma de resolver el problema. El padre de Elvira era un personaje taciturno, melancólico, miedoso y retraído. La madre una mujer muy dominante, que no valoraba a su pareja, y con la cual tampoco había establecido una relación de mucha intimidad y comunicación. Podríamos decir que en ambos casos, los padres de uno y otra se soportaban mutuamente de manera elegante. Y esto es exactamente lo que estaba ocurriendo en su relación actual. Manuel, independiente como su padre, volcado en sus cosas y abandonando a Elvira. Elvira, buscando en él al padre desdibujado con el que no tuvo apenas relación, y tratando de hacerse presente en la vida de Manuel, exigiendo su atención de una manera muy dominante, al igual que su madre.


Este es uno de los muchos ejemplos que podríamos mencionar, pues hay tantos modelos de relación como parejas. Lo importante es descifrar cuál es el que a nosotros nos afecta para poder liberarnos.


La fidelidad al sistema familiar. Cambios en el orden jerárquico natural.


Un factor más que dificulta la buena marcha de nuestra pareja es la fidelidad que mostramos hacia nuestra familia de origen. Es precisamente esta fidelidad la que nos impulsa (de manera inconsciente) a repetir
los modelos con el objeto de sanar los conflictos que padecemos en nuestra familia o constelación de la que formamos parte. Y así, podemos ver eternas secuencias generacionales que repiten una y otra vez los mismos conflictos (historias de maltratos, violaciones, alcoholismo, drogadicciones, etc.) que se suceden sin tregua hasta que alguien logra cortar la fatídica cadena de errores liberándose y liberando a todos los componentes del sistema.

Esta fidelidad, encadenada al pasado daña terriblemente a nuestra pareja, pues nos insta a resolver el pasado impidiéndonos entrar sin trabas en la nueva relación de una manera libre.

Otro aspecto de la fidelidad a la familia de origen es no saber cortar el cordón una vez que hemos salido de ella y estamos en el proceso de crear la nuestra. En mis talleres se dan con excesiva frecuencia situaciones en las que uno o ambos miembros de la pareja viven todavía pendientes de su familia de origen, abandonando de este modo su responsabilidad hacia la suya propia o, peor aún, convirtiendo a su pareja en el enemigo a derrotar. Veamos algunos ejemplos:

María está muy enfadada con Pedro porque éste no quiere que venga su madre a pasar unos días con ellos. Su negativa se basa en las constantes faltas de respeto que su suegra vierte sobre él. Si ambos formasen un equipo, María no toleraría que esto sucediese y, en lugar de enfrentarse y castigar a su pareja, su actitud sería echar al enemigo de su nuevo hogar, es decir, a su madre. Pero ella elige protegerla, sin darse cuenta de que está traicionando a los suyos, a la nueva familia que es a la que tiene que cuidar.

Otro ejemplo es el de Ricardo, quien se encuentra en batalla campal con Carmen. Ella dirige una empresa a la que el padre de Ricardo acudió solicitando un servicio. Carmen no pudo complacerle ya que lo que éste solicitaba se salía del marco de sus competencias. Ricardo estaba indignado. Su fidelidad al padre exigía de ella actitudes que no estaban de acuerdo a sus criterios. Nuevamente, el que debería haber sido un equipo trabajando juntos en la misma dirección, se resquebrajó por estar dirigido el objetivo en la dirección incorrecta.

Berta es la madre de toda su familia anterior. A ella se la solicita constantemente para resolver todos los conflictos, ya sean de su padre, madre o hermanos. Esta situación la carga enormemente a todos los niveles, lo cual repercute muy negativamente en su relación de pareja. Antonio está harto de verla sufrir y atender a todos los frentes, sin ser capaz de cortar con las permanentes demandas, que ponen su energía, su tiempo y su dedicación fuera de su propia familia.  

Estos ejemplos nos muestran, además, que cualquier cambio que hagamos en el orden jerárquico natural, va a generar un desorden que afectará a todo el conjunto. No podemos hacer de padres o madres de nuestros padres. Nuestro rol con ellos es el de hijos, y si nos convertimos en sus padres, les vamos a forzar a dejar de serlo. Salirse del rol es siempre un grave error que afecta sobremanera a todos los miembros. Si Berta deja de ser la madre de su familia anterior, podrá dedicar toda su energía a serlo de sus verdaderos hijos, además de la pareja de Antonio, la hermana de sus hermanos y la hija de sus padres.

En la obra de teatro que es la vida, hemos de tener muy claro cuál es el lugar que nos corresponde. De no hacerlo, vamos a generar una cadena de conflictos que se irán enredando hasta acabar con nuestra energía y nuestro propio proyecto. La fidelidad mayor que ahora hemos de establecer es la que entregamos a la actual pareja y a la familia que estamos formando. Si seguimos alimentando o protegiendo excesivamente a la familia de origen es muy difícil que encontremos la energía necesaria para entregarnos al cien por cien en el nuevo proyecto en el que nos hemos embarcado.

Ver anteriores artículos en: www.sofiapereira.com o Facebook: Sofía Pereira. Talleres de educación y desarrollo personal.




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Relación de pareja Un reto de crecimiento personal Tercera parte

4/18/2015

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Nos adentramos, en esta ocasión, en el complejo tema de los modelos que hemos interiorizado en el transcurso de nuestra infancia y juventud, producto de una larga siembra que ha ido madurando a lo largo de estos primeros años. Se trata de una cosecha, casi nunca saludable, a la cual hemos de prestar toda nuestra atención con objeto de ir separando el trigo de la paja: es decir, eliminando, a través de un trabajo consciente, todo aquello que implica desarmonía, desequilibrio y que no resuena con nuestra auténtica manera de ser y de estar en el mundo.

Reproducción de la imagen interior de los modelos materno/paterno

De niños aprendemos todo por imitación. Esto nos lleva a copiar y a recrear actitudes y formas de vida. Nuestros padres se convierten en la fuente de nuestro aprendizaje, en nuestros modelos de vida, por lo cual van a marcar significativamente el curso de nuestra historia. Ellos son la referencia de los modelos paterno y materno que van a ir formándose en nuestro interior, así como de la masculinidad y femineidad que representan; todo lo cual irá gestando nuestra personalidad.

De manera inconsciente, adoptaremos uno u otro –normalmente será el que hayamos considerado más superviviente, que suele ser el dominante-, y lo reproduciremos con enorme fidelidad, lo cual significa que nuestra vida, actitudes, formas de pensar y de actuar van a ser copias a menudo perfectas del modelo imitado, ya sea el de la madre o el del padre, y esto nos impedirá que emerja nuestra verdadera identidad.

Además, en todos nosotros conviven los elementos masculino y femenino. El que predomine uno sobre otro no tiene únicamente que ver con nuestro género de nacimiento, sino que también es el resultado de la asunción de los modelos que hayamos interiorizado. Veremos, por ejemplo, a mujeres con características más masculinas gracias a las cuales lograrán abrirse caminos y superar dificultades, así como a varones en los que lo femenino destacará sobre lo masculino, permitiéndoles desarrollar su mundo emocional y sensible, sin que esto tenga incidencia alguna en su inclinación sexual. Sin embargo, esta situación de cambio de roles (la mujer haciendo el papel masculino y el varón el femenino) producirá un importante desequilibrio en la relación de pareja.

La pareja va a ser nuevamente el marco perfecto donde poder observar el emerger de estos modelos y, por tanto, nuestra ausencia en la relación. Lo cual quiere decir que, o bien nos ponemos a trabajar para encontrar lo genuinamente nuestro, o será nuestra madre y/o padre quienes, viviendo en nuestro interior, intentarán llevar las riendas de la relación a golpe de imposición, recriminación y confrontación.

Una mujer, con la que trabajé en mis talleres de pareja, vivía obsesionada con la limpieza y el orden, al igual que siempre le ocurrió a su madre. Su marido, en cambio, portador de un modelo opuesto, era caótico y desordenado en extremo. El hecho de no ser conscientes de que ambos estaban reproduciendo los modelos de los que procedían, es decir, de que sus progenitores eran quienes estaban dirigiendo sus vidas, hizo que encontrasen un perfecto campo de batalla en el que luchar para imponer cada uno su modelo heredado.

Otro ejemplo: Ella era procedente de una familia en la que se producían episodios de cierta violencia doméstica, y con una madre interior cuyo legado consistía en aguantar, callar, soportarlo todo y permitir los abusos. Él, convertido en su padre, copiaba un estilo de comunicación amenazante, violento y agresivo. El resultado era la repetición sistemática de los hechos, la cual reforzaba los problemas de los que provenían, impidiéndoles avanzar hacia nuevos horizontes.

Otro caso interesante era el de una pareja en la que él seguía padeciendo a una madre extraordinariamente controladora, que necesitaba saber en todo momento dónde se encontraba, qué hacía, y que no le dejaba respirar, porque quería tenerle a su lado continuamente. Ella, por el contrario, era una chica que había sido educada en una libertad extrema, con una madre con la que apenas podía contar, ya que esta pasaba su tiempo intentando agradar y contentar a su pareja -un hombre bastante agresivo-, y un padre ausente en su vida, pero al que tenía bastante miedo. La consecuencia era que él hacía lo mismo que su madre y agobiaba a su pareja hasta el punto de exigirla (bajo el criterio del amor) que le llamara continuamente y le mandara mensajes, y hasta fotos de con quien se encontraba en ese preciso instante. ¡Ni un segundo de libre vuelo! Ella, aguantaba la situación, como lo hizo su madre, quejándose, eso sí, pero acatando cada una de las exigencias de su compañero que estaban a punto de destruirla. Y lo hacía creyendo que él la amaba muchísimo, no como su padre a su madre, a la que violentaba, o a ella misma, a la que no prestaba ninguna atención. En cambio, su pareja estaba siempre pendiente de ella y era muy “amoroso”. Ella no estaba siendo consciente de la trampa. La verdad es que simplemente estaba copiando el modelo materno, o, peor aún, dejando que su madre siguiese viva dentro de ella arruinándole su propia vida.

En mis talleres recomiendo que se ayuden entre sí, a través del humor, diciendo por ejemplo, cuando uno de los dos se convierte en alguien que no es y que está creando problemas: ¡Ay, cariño! ¡Dile a tu madre que se vaya, que ahora no me apetece estar con ella! Esto, dicho con gracia y con mucho amor, ayuda enormemente a sacarse esa especie de garrapata chupa vidas propias que a menudo llevamos dentro. Pero nunca puede utilizarse como un arma arrojadiza, ya que entonces, su valor terapéutico, que es hacernos conscientes cada vez que nos vamos de nosotros dejando la casa habitada por otros, y, por tanto, poder volver a ocuparla, no solo desaparece, sino que nos lleva a un mayor grado de desarmonía y lucha. Por ejemplo:

  • ¡Ay, cariño! ¡Dile a tu madre que se vaya, que ahora no me apetece estar con ella!

  • ¡Mira quién habló! Pues yo estaré siendo mi madre, que lo dudo, pero tú, ¡ya le puedes ir diciendo a tu padre que se largue!

Una vez conscientes de estos hechos, la propuesta es revisar con atención nuestros propios modelos (es muy interesante hacer listas con los aspectos positivos y los negativos que descubrimos heredados), y trabajar en el sentido de ir quitando todas las malas hierbas que impidan que nuestro propio jardín florezca en todo su esplendor y, así, poder intercambiar y compartir con nuestra pareja los dones y los frutos recolectados.

(Ver artículos anteriores: Primera parte y Segunda parte)



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Relación de pareja. Un reto de crecimiento personal. Segunda parte

4/12/2015

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Como ya mencioné en la primera parte de esta serie de artículos, son varios los factores que van a incidir de manera simultánea en la relación. Los iremos desgranando separadamente, aunque surgirán casi siempre al mismo tiempo. Esto, si bien en un principio puede resultar desmotivante, lo cierto es que el trabajar intensamente cada uno de ellos nos permitirá hacernos conscientes de nuestra escasa presencia en la relación con la pareja y, sobre todo en nuestra propia vida.

Comprender estos hechos nos evitará la tentación de buscar en el exterior la media naranja que sentimos que nos falta, para profundizar en nosotros mismos y resolver los asuntos del pasado. 

Los niños heridos. Buscando a nuestros padres en la pareja

Cuando entramos en una relación, venimos de un pasado que nos ha conformado, y en ese nuevo marco forzosamente van a mezclarse las historias que cada uno trae y que, a menudo, contienen cantidades inmensas de sufrimiento, invalidaciones, juicios, críticas e incluso maltratos y abusos infantiles.

Así, estos daños no resueltos nos llevarán a buscar en el otro ese padre o madre que no tuvimos; una figura bondadosa y plena de amor que cure todas nuestras heridas, llene los vacíos y calme los corazones doloridos. Porque, en una primera instancia, quienes van a hacerse cargo de la relación van a ser nuestros niños y niñas heridos; aquellos que no lograron ser plenamente aceptados, amados y guiados hacia su libertad y completo desarrollo. Ellos serán los que exijan, se enfaden y monten rabietas y dramas inesperados que confundirán a ambos miembros de la pareja inconscientes de quienes son los que realmente se están peleando

Sin embargo, no es la pareja quien ha de sanar nuestras heridas puesto que no es ella quien las generó. Así, una de las grandes decepciones será el constatar que ninguno de los dos podrá encajar en el papel de padre o madre bondadoso y paciente que estos niños, huérfanos de comprensión y afecto, reclaman. Ellos son un producto de la familia de origen, de esos modelos a los que, como veremos en los siguientes artículos, nos mantenemos aferrados y fieles. Personas que destruyeron nuestra autoestima, que limitaron la expresión de nuestras emociones, pensamientos, deseos y preferencias, que nos contagiaron sus miedos y sus carencias.

Y la razón fundamental por la que no podremos maternalizar o paternalizar a nuestra pareja es debida a que nuevamente no seremos nosotros los que vamos a protagonizar los hechos. En el escenario estarán los dos niños heridos buscando a sus padres, y en cada uno de ellos los modelos de sus respectivos padres y madres  interiorizados, es decir, aquellos que nos dañaron a ambos y a los que permitimos que sigan vivos en nosotros, recriminando, luchando y culpando. Esta búsqueda infructuosa estará por tanto plagada de desencuentros. En ella van a perdurar los abusos, castigos y malos tratos.

El trabajo consiste en revisar estos modelos, buscarnos en los conflictos, encontrar a nuestros niños o niñas heridos y hacernos cargo de ellos. Cada uno, ahora, es quien ha de convertirse en el padre y/o la madre de estos niños, haciéndonos conscientes de su dolor, sin decirles eso de: “Bueno, no es para tanto. Eso ya pasó”, porque para ellos eso no pasó y sí, en cambio, dejó una huella profunda que ha estado marcando el rumbo de toda nuestra historia. Solo nosotros tenemos el poder de sanar todo ese dolor. La pareja únicamente puede acompañarnos en el proceso de auto sanación.

En este sentido, es fundamental que ambos conozcamos este hecho, ya que entonces podremos distinguir cuando es nuestro niño o niña herido quien toma las riendas de la relación, o cuando somos nosotros los que nos manifestamos. Y, también, conocer en profundidad al niño o niña herido de nuestra pareja, para poder acercarnos a él o ella y abrazarlos cuando se hagan presentes reclamando amor y comprensión.

Es muy interesante y recomendable hacer trabajos meditativos en los que propiciemos encuentros con nuestros niños heridos. Situarnos frente a ellos, pedirles que nos digan qué es lo que necesitan. Decirles que les amamos y que, a partir de ahora, nunca les volveremos a abandonar. No podemos avanzar libres de carga si les dejamos abandonados en aquél punto de nuestra historia. Necesitamos regresar, ver qué ocurrió, tomarlos de la mano y juntos continuar el camino.

Se necesitan dos personas completas para crear una relación en la que compartir experiencias sea el objetivo principal. Mientras este trabajo de sanación no se realice, los verdaderos seres no entrarán en escena, por tanto, no importa cuántas veces lleguen a separarse en su intento de encontrar a aquél o aquella que se ajuste a sus necesidades, porque una y otra vez, serán los niños y niñas heridos quienes monopolicen la relación generando conflictos e incrementando los daños. Pues, si los niños vuelven a no sentirse acogidos por estos nuevos padres-madres que creen tener delante, su dolor y su rabia no hará más que seguir creciendo.



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La relación de pareja. Un reto de crecimiento personal. Primera parte.

4/6/2015

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La relación de pareja, cuando es vivida de una manera consciente, resulta ser una de las más importantes fuentes de crecimiento personal. Muchos se adentran en ella con el anhelo de compartir su vida y ahuyentar la temida soledad, pero muy pronto van a descubrir los enormes retos y dificultades que esta unión conlleva.

El famoso mito de buscar la media naranja ha impedido en muchos casos el trabajo personal necesario encaminado a completarnos y a potenciar al máximo nuestras capacidades con el objetivo de ser quienes verdaderamente somos, y no una mera copia de actitudes, pensamientos y formas de vida heredados. Este hecho dificulta aún más la ya complicada trama en la que veremos se entretejen y conjugan los diversos factores que van estar incidiendo de manera simultánea a lo largo de la relación, y que serán desarrollados en nuevos artículos:


  • Los niños heridos. Buscando a nuestros padres en la pareja
  • Reproducción de la imagen interior de los modelos materno/paterno
  • Modelos de relación de pareja heredados. La fidelidad al sistema familiar
  • Una pareja a ocho: nuestros padres y la relación de pareja
  • La pareja como espejo

     
    Es importante trabajar cada elemento, no solo para lograr relaciones más satisfactorias, sino también por la enorme influencia que cada pareja ejerce sobre su entorno. Las desavenencias, gritos, incomprensiones y permanentes luchas son una fuente de contaminación anímica que envenena el ambiente que otros, especialmente los hijos, tienen que padecer. Las guerras externas no dejan de ser un reflejo de aquellas que se producen en el seno familiar. Así, la paz, tan deseada por todos, únicamente se convertirá en realidad cuando cada ser humano sea capaz de vivir desde el respeto y el amor que se debe, principalmente a sí mismo, y por ende a los demás.

    Está claro que si alguien nos avisara a tiempo de las enormes complicaciones con las que vamos a tener que lidiar, todos saldríamos corriendo. Por eso, la sabiduría de la Vida creó un lazo químico o flecha de Cupido que nos dirigió y unió a una determinada persona con la que se nos brinda la gran oportunidad de conocernos, de descubrir las copias, la falsedad de eso que llamamos nuestra forma de ser o  personalidad, y adentrarnos en una fabulosa búsqueda de nuestra verdadera identidad. Para ello, lo primero que hemos de hacer es quitar todo lo que no somos. Solo así puede aparecer lo genuino. Y la pareja es uno de los marcos adecuados que nos van a permitir ese trabajo.

    Ser genuinos, recuperar nuestra esencialidad, sacar del baúl heredado las inseguridades, los miedos, las carencias, las faltas de autoestima y todo aquello que nos impida mostrar el color que nos es único, así como la creatividad que nos pertenece y con la que podemos transformar y enriquecer nuestra vida y nuestro entorno, es el objetivo que ha de sacarnos de nuestras zonas acomodaticias para enfrentarnos al mayor reto de nuestra vida: convertirnos en seres completos dispuestos a compartir y crear nuevos marcos de relación en los que no se precise invadir, conquistar o vampirizar a otros.



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Comunicar en pareja 

3/30/2015

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No hace mucho una amiga me relataba una escena en la que ella le preguntaba a su pareja, muy entendida en temas deportivos:

  • Necesito que me recomiendes ejercicios para afinar las piernas y endurecer las nalgas.

Obviamente, él, no tardó en explicarle diversas técnicas para lograr aquello que le había solicitado. Pero….

Este no era el objetivo real de la comunicación. Lo que mi amiga esperaba era ni más ni menos que le dijese que ella estaba estupenda, que le encantaba, y que no necesitaba esforzarse en el gimnasio ni nada por el estilo.

Es muy común por parte de muchas mujeres esta forma de comunicación en la cual, por vía indirecta, tratan de obtener resultados sobre diversos aspectos sin plantearse siquiera la posibilidad de expresarlos de manera frontal y sin rodeos.

Los hombres no están ahí para adivinar sus necesidades, deseos o emociones. Ellos tienen un comportamiento emocional menos rico, con menores matices, además de padecer, en muchos casos, una anemia de sentimientos fruto de la nefasta educación recibida: –“los hombres son fuertes. Los niños no lloran”….- 

Su pensamiento es lineal, sencillo y directo. No suelen ir dando vueltas como hacemos nosotras. Les gusta saborear el grano cuanto más rápidamente mejor, y así poder pasar a otros asuntos. Por tanto, cuando algo les interesa lo hacen saber, a menos que teman nuestras represalias, en cuyo caso se escabullirán sin ni siquiera intentarlo. Tampoco les motiva en exceso el tema de las sorpresas, las adivinanzas, o las situaciones extremadamente emocionales. En esos campos se sienten un poco perdidos. Necesitan que las cosas estén muy claras y delimitadas.

Y, sin embargo, la mujer…

Es su aniversario. Desea ardientemente que su pareja venga con unas flores. Aparece con un pañuelo de cuello. ¡Malas caras, disgusto, decepción! “Es que no me quieres. No me entiendes. No te fijas. Yo no quería esto”… Acaba de poner en marcha una interesante bronca ante la cara estupefacta de su pareja que no entiende lo que está ocurriendo.  

Seguimos con el aniversario. Él llega con su ramo de flores. ¡Bien! Pero luego la lleva a un restaurante que encontró según pasaba de camino y… ¡no era ese el que ella quería! Ella pensó que la llevaría a aquel otro bastante caro, pero precioso, que un día, tiempo ha, le dijo que le gustaba. Por supuesto él había olvidado completamente aquello, pero la mujer consideraba que estaba obligado a recordarlo, si es que verdaderamente la quería.

Y ahora veamos qué hace con sus enfados no expresados:

_ ¿Qué te pasa?
_ No me pasa absolutamente nada (dice ella con cara de perro).

Esto con suerte, porque puede fácilmente añadir:

_ Tú deberías saberlo mejor que nadie.

  • ¿Qué te pasa?

  • No me pasa absolutamente nada, (dice ella con cara de perro).

     

    Esto con suerte, porque puede fácilmente añadir:

     

  • Tú deberías saberlo mejor que nadie.

El hombre, insiste algo más, sin el menor éxito, hasta que desaparece y se va, aparentemente tranquilo, a leer el periódico. Pero el hecho es que está bastante inquieto. Definitivamente no entiende a esta mujer. Serán las hormonas, se dice. Y seguro que las hormonas tendrán algo que ver, pero lo fundamental, y de eso va este pequeño artículo, es comprender que la mujer ha de aprender a comunicar, a decir exactamente lo que siente, lo que desea, lo que necesita. Otra cosa es que el hombre pueda en todas las circunstancias ofrecérselo. Pero al menos sabrá con claridad qué es lo que se cuece en el interior de la persona con la cual está compartiendo su vida.

Estas reacciones, y muchísimas más que podrían completar los ejemplos expuestos, son producto de un enfoque infantil de las relaciones; actitudes en las que, de manera pasiva, al igual que ocurría en la infancia, se espera que otros adivinen y satisfagan nuestros deseos. De esta manera cargamos a la pareja con la responsabilidad de nuestras vidas, felicidad y necesidades. La madurez, no obstante, exige que cada uno se haga responsable de sí mismo. Y una forma de llevarlo a cabo es precisamente a través de la comunicación.

La comunicación es la herramienta a partir de la cual podemos hacer saber, en primer lugar a nosotros mismos y, a su vez, a los demás, lo que vive en nuestro interior. Es como abrir una puerta que va directa a nuestro universo personal. Nos permite, además, aclarar dudas, despejar malentendidos, compartir experiencias, emociones, intereses, pensamientos, sueños, fantasías…

La comunicación  positiva, genera unión entre las personas. Nos ayuda a conocernos y, a través de ese conocimiento, a transformarnos. De su mano vamos a ir uniendo piezas sueltas de un inmenso puzle del que todos formamos parte. Negarnos a comunicar o practicar comunicaciones negativas (crítica, juicio, gritos, silencios, malas caras, etc.), nos separa del conjunto. Permanecemos así solitarios y aislados, encerrados simplemente en nuestro propio soliloquio, sin otro color con el que mezclarnos que pueda modificarnos.

No hace mucho me llegaron estas frases a través del facebook:

-
Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quiero oír,

- lo que oyes, lo que crees entender, lo que quieres entender y lo que entiendes...

Existen nueve posibilidades de no entendernos.

Esto quiere decir que para comunicar correctamente, he de aprender primero a saber qué es lo que pienso y qué es lo que quiero. Solo de este modo puedo expresarlo y transmitirlo sin generar embrollos y malentendidos. Y, cuando escucho, he de abrirme en perfecto silencio interior, sin que mis propios pensamientos interfieran; únicamente escuchando al otro y tratando de ver la película desde su punto de vista. Para ello tengo que trasladar mi posición, dejar de mirar desde el lugar que ocupo, y desplazarme para llegar entender qué es lo que esta persona me está compartiendo.  

Aquí vuelve a cerrarse el círculo. Necesitamos trabajo personal. Necesitamos conocernos, entendernos, amarnos. Comunicar no es sacar todas las armas para atacar antes de ser atacados. Es dejar que entren y ofrecer lo que somos en absoluta sinceridad y sencillez, sin adornos superfluos que maquillen nuestra verdad. 


 



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Equilibrando los opuestos

3/20/2015

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Las relaciones de pareja, que siempre resultaron complicadas, están atravesando tiempos de intensa crisis. Las separaciones son más frecuentes que antes. Parece que ya no soportamos nada que sea diferente, que se aleje de nuestros puntos de vista y preferencias.

Una de las causas de esta situación es la enorme independencia que ha ganado la mujer con respecto a épocas pasadas. Ahora ya no necesita ser sostenida por lo masculino. Ella sola es capaz de sobrevivir sin su soporte. Pero en ese proceso hacia su independencia, lo femenino ha ido perdiendo su cualidad en la medida en la que va despertando y fomentando lo masculino como forma de poder en el que sustentarse.

 Este hecho, unido a la incomprensión y al intento de dominar y poseer a lo femenino por parte del elemento masculino ha creado enormes batallas y separación entre ambos. Se trata de una lucha por alcanzar el poder unilateral que ha venido gestándose a lo largo de la historia.

 Lo que vemos fuera representado en esta permanente lucha de fuerzas no es más que una dramatización de lo que está ocurriendo en nuestro universo interior. En realidad, el crecimiento personal no deja de ser una forma de equilibrar y desarrollar estos dos elementos dentro de nosotros, ya que somos seres completos, poseedores de ambas energías, y necesitamos tanto de lo masculino como de lo femenino que nos unifica y complementa.  

La lucha es la manifestación del intento de rechazar lo que nos resulta ajeno y nos agrede. Pero es hora de transmutar la tensión en relación, unificación y paz, pues el objetivo es que estas dos polaridades se manifiesten plena y equilibradamente en el interior de cada ser, una vez que el sentido de la originaria separación –la cual nos permitió poder experimentar y llegar a conocer cada elemento de manera unilateral- ya no resulta necesario.  

Por tanto, la primera pareja que ha de construirse es la interior. Una vez que seamos capaces de unir ambas energías en nuestro pensar, sentir y hacer, devendremos seres completos, preparados para compartir nuestra historia con compañeros de vida también completos Ya no necesitaremos colmar con la pareja los vacíos que sentimos dentro, ni buscaremos que cubra nuestras necesidades que nosotros mismos no hayamos sabido satisfacer. Estableceremos una relación basada en la libertad, el respeto, la tolerancia, la confianza, la cooperación y el amor. Cada uno aportando su propio color, lo que le define como individualidad, y ambos compartiendo en un terreno nuevo preparado para ser explorado en comunidad.

El simple hecho de completarnos nos llevará a comprender que todo lo que resulta diferente y opuesto forma parte de la experiencia de la vida. Así pues, esta vivencia nos apartará del paradigma víctima-verdugo que resulta de la separación y lucha entre los aparentemente contrarios.

Un paso previo para iniciar este proceso exige que la mujer siga desarrollando las cualidades masculinas (racionalidad, objetividad, análisis, dirección, concentración, etc), sin que para ello tenga que endurecerse y comportarse como un hombre. Y al mismo tiempo, ha de rescatar e incentivar lo genuinamente femenino (intuición, conexión con la vida, receptividad, creatividad, compasión, cuidado, flexibilidad, empatía, fortaleza emocional, etc.) que es lo que le otorga su auténtico poder.

Por su parte, el hombre necesitará suavizar la dureza a la que ha llevado la energía masculina y encontrarse con sus emociones, escondidas tras una espesa coraza, y descubrir su vulnerabilidad, su sensibilidad y su capacidad femenina de conectar con el misterio de la existencia.

La unión de lo masculino y femenino, con todas sus infinitas riquezas y posibilidades, dará cabida a una nueva generación de seres humanos libres y poderosos, cuyos valores harán de este planeta un hermoso lugar en el que crear y experimentar la Vida.

 


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    Autora

    Sofía Pereira

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