La relación de pareja, cuando es vivida de una manera consciente, resulta ser una de las más importantes fuentes de crecimiento personal. Muchos se adentran en ella con el anhelo de compartir su vida y ahuyentar la temida soledad, pero muy pronto van a descubrir los enormes retos y dificultades que esta unión conlleva.
El famoso mito de buscar la media naranja ha impedido en muchos casos el trabajo personal necesario encaminado a completarnos, a desarrollar todas nuestras cualidades y potenciar al máximo nuestras capacidades con el objetivo de ser quienes verdaderamente somos, y no una mera copia de nuestros ancestros. Y es que, una de las primeras cosas que vamos a descubrir, cuando hacemos un profundo estudio de nuestras relaciones, es el hecho de que estamos copiando actitudes, pensamientos y formas de vida heredados, así como modelos de relación en la pareja que también vienen dados por nuestros padres.
De niños aprendemos por imitación. Esto nos lleva a copiar modelos, a recrear actitudes y formas de vida. La relación con nuestros padres va a marcar significativamente el curso de nuestra historia. En ese proceso de imitación vamos a ir interiorizando imágenes de los modelos masculino y femenino (padre-madre) y reflejándolos posteriormente en las futuras relaciones. Todos tenemos estos principios interiorizados, y dependiendo de lo positivos o negativos que hayan sido, así van a discurrir nuestras relaciones de pareja.
De manera inconsciente, adoptaremos uno u otro como la figura imperante, bajo cuyo paraguas va a discurrir nuestra forma de gestionar la vida. Normalmente, copiaremos el modelo que nos pareció más fuerte, más superviviente, que suele ser el dominante. Pero también puede ocurrir que rechacemos ese modelo hasta el punto de adscribirnos a otro que resulte absolutamente opuesto. Esto dará pie a situaciones del tipo padre maltratador, mujer víctima, igual a hijo maltratador porque consideró mucho mas superviviente el modelo del verdugo. O también, padre o madre muy tradicionales y asentados en culturas de apariencia, igual a hijos que se van a los extremos opuestos.
En este proceso de interiorización y asunción del predominio, ya sea de lo masculino o femenino que hayamos desarrollado, veremos, por ejemplo, a mujeres con características más masculinas gracias a las cuales lograrán abrirse caminos y superar dificultades, así como varones en los que lo femenino destacará sobre lo masculino, lo cual les permitirá desarrollar su mundo emocional y sensible, sin que esto tenga incidencia alguna en su inclinación sexual.
Esto quiere también decir que esos modelos de madre o padre que hemos interiorizado y que copiamos mecánicamente, se van a transformar en una versión de nosotros mismos. Es decir, bajo su sombra, y de manera inconsciente, dejamos de ser quienes somos para convertirnos en ellos y así seguir su estela. De este modo, serán ellos, a través nuestro, quienes se van a relacionar con la pareja, ya sea imponiendo, recriminando, y/o tratando de que ésta se ajuste a los parámetros que han regido sus formas de vida.
Muchos son, por tanto, los elementos que se conjugan a la hora de establecer una pareja. Hemos de entender que cuando entramos en una relación, venimos de un pasado que nos ha conformado, y en ese nuevo marco forzosamente van a mezclarse las historias que cada uno trae. Historias que a menudo contienen cantidades inmensas de dolor, de sufrimiento, de invalidaciones, juicios, críticas e incluso de maltratos y abusos infantiles.
Y, debido a ello, lo primero que buscaremos en el otro será ese padre o madre que no tuvimos; una figura bondadosa y plena de amor que cure todas nuestras heridas, llene los vacíos y calme los corazones doloridos. Porque, en una primera instancia, quienes van a hacerse cargo de la relación van a ser nuestros niños y niñas heridos; aquellos que no lograron ser plenamente aceptados, amados y guiados hacia su libertad y completo desarrollo. Por tanto, esa media naranja que sentimos que nos falta, la buscaremos en el exterior en lugar de profundizar en nosotros mismos para resolver los asuntos del pasado.
Pero no es la pareja quien ha de resolver y sanar nuestras heridas puesto que no es ella quien las generó. Es precisamente esta familia de origen la que creó en nosotros los vacíos, las soledades, la incomprensión y por tanto el dolor. Este niño o niña huérfanos de comprensión y afecto son un producto de estos modelos a los que nos mantenemos aferrados y fieles. Personas que destruyeron nuestra autoestima, que limitaron la expresión de nuestras emociones, pensamientos, deseos y preferencias, que nos contagiaron sus miedos, sus carencias. Y si no pudimos expresar lo que sentíamos ¿cómo vamos a poder relacionarnos correctamente con el mundo?
Una de las grandes decepciones que vamos a encontrar es constatar que el otro no va a poder encajar en el papel de padre o madre bondadoso y paciente que nuestros niños heridos reclaman, puesto que, como hemos visto, los que van a intervenir con mucha frecuencia van a ser esos mismos padres o madres que nos dañaron a ambos y que ahora se recriminan y luchan dentro de nosotros. Por tanto, no vamos a recibir lo que deseemos, sino más bien nos resultará una búsqueda infructuosa plagada de desencuentros y en la que van a perdurar los abusos, castigos y malos tratos.
Esta es la enorme riqueza de una relación, pues nos obliga a revisar nuestros modelos, a buscarnos en los conflictos, a encontrar a nuestros niños o niñas heridos y hacernos cargo y responsables de ellos. Porque solo cada uno de nosotros ahora, en este momento presente puede convertirse en el padre y/o la madre que no estuvo a la altura. Sólo nosotros podemos sanar todo ese dolor. No se trata de cargar sobre las espaldas de la pareja esta responsabilidad puesto que no fue ella quien creó los daños. La pareja únicamente puede acompañarnos en el proceso de auto sanación.
Así pues, no solo hemos de descubrir a estos niños heridos que llevamos en el interior y que claman por ser reconocidos y sanados, sino también darnos cuenta de que en la relación pocas veces vamos a ser nosotros mismos quienes protagonicemos los hechos. Serán, en gran parte de las ocasiones, nuestros mutuos progenitores peleando entre sí, generando la eterna lucha por conquistar el poder en la relación. Madres o padres que se impusieron demasiado y que nos obligaron a vivir nuestra historia de igual forma en la que ellos la vivieron. Progenitores que no nos dejaron crecer y que ahora siguen intentando incidir directa o indirectamente en nuestra pareja, imponiendo sus criterios o sus normas y cuestionando nuestra relación y la posible nueva manera de actuar en la familia que acabamos de formar.
Por tanto, serán varios los personajes que van a intervenir en cada uno de los desencuentros o peleas en los que nos encontremos inmersos. El reto consistirá en descubrir quién es cada cual y así poder invitarles a retirarse del conflicto, una vez asimiladas las enseñanzas que hayan podido traernos, y tomar el mando para hacernos cargo nosotros de la situación y encontrar la mejor manera de resolverla. Para lograrlo y empezar a ser quien verdaderamente somos, hemos de sacar a ese padre o madre que vive en nuestro interior, asimilando todo lo positivo que como herencia nos haya transmitido, y depurando y transformando los aspectos negativos, así como desechando todo aquello que no somos y que está condicionando nuestra vida presente.
Está claro que si alguien nos avisara a tiempo de todos los retos y dificultades con los que vamos a tener que lidiar en una relación de pareja, todos saldríamos corriendo. Por eso, la sabiduría de la Vida creó ese lazo químico o flecha de Cupido que nos dirigió y unió a una determinada persona con la que se nos brinda la gran oportunidad de conocernos, de descubrir las copias, la falsedad de eso que llamamos nuestra forma de ser, nuestra personalidad, y adentrarnos en una fabulosa búsqueda de nuestra verdadera identidad. Y para ello, lo primero que hemos de hacer es quitar todo lo que no somos. Solo así puede aparecer lo genuino. Y la pareja es uno de los marcos adecuados que nos van a permitir ese trabajo.
Un factor muy importante que incide tanto en contra como a favor a la hora de tratar de deshacernos de estos modelos negativos es la fidelidad inconsciente que mostramos hacia nuestras familias de origen. Es precisamente esta fidelidad la que nos impulsa a repetir los modelos en un afán positivo y leal de liberar a todo el grupo familiar o constelación de la que hemos formado parte. Pero los hijos no pueden deshacerse fácilmente de las historias conflictivas a menos que sus padres, primeros en la jerarquía, logren hacerlo. Esta es la razón por la cual podemos ver eternas secuencias generacionales que repiten una y otra vez los mismos conflictos sin poder encontrar la salida del túnel. Véase el ejemplo de maltratos, violaciones, alcoholismo, drogadicciones, etc.
Sin embargo, cuando los hijos se hacen conscientes y trabajan consigo mismos para erradicar los modelos negativos, ayudan a sus padres al actuar como espejos en los que ellos puedan mirarse y ver reflejadas sus carencias y todo aquello que les falta por resolver. Y lo maravilloso de esto es que, una vez que estos hijos logran al fin cortar la cadena que les ata al pasado, liberan a todas las generaciones tanto pasadas como futuras de seguir repitiendo el conflicto.
Por otro lado, la fidelidad a la familia de origen daña terriblemente a nuestra pareja porque esto impide que podamos entrar sin trabas en la nueva relación de una manera libre, cortados los cordones umbilicales y las fidelidades que ya no son adecuadas, puesto que la fidelidad mayor que ahora hemos de establecer es la que entregamos a la actual pareja y a la familia que estamos formando. Si seguimos alimentando o protegiendo excesivamente a la familia de origen es muy difícil que podamos encontrar la energía necesaria para estar entregados al cien por cien en el nuevo proyecto en el que nos hemos embarcado.
Otra de las extraordinarias oportunidades de crecimiento que la pareja nos ofrece es el hecho de actuar como espejo en el que poder mirarnos. En su reflejo podremos descubrir tanto las luces como las sombras que nos conforman. Veremos todo aquello que aún no fuimos capaces de conseguir, y todo lo que todavía nos queda por transformar. Gracias a esta toma de consciencia vamos a seguir creciendo y no quedarnos estancados en condicionantes, falsas imágenes o historias antiguas.
Pero el otro como espejo es un nuevo reto a afrontar porque la tentación va a ser el culparle de lo que no va bien y no hacerme responsable de que justamente aquello que critico es algo que me pertenece y viceversa. Hay que tener un gran compromiso, valor y honestidad para mirar nuestro reflejo y hacernos responsables de nosotros mismos. Es más fácil echar los balones fuera y culpar a nuestra pareja de los males que nos aquejan.
Cuando me descubra criticando algo que rechazo en el otro, lo que más va a ayudarme será mirar dentro de mí para encontrar qué es aquello que al no aceptar en mí mismo estoy proyectando fuera. Recriminaciones y críticas permanentes no son otra cosa que el fracaso que estoy mostrando en no reconocer la parte que yo pongo para que la relación no esté funcionando, así como mi incapacidad para comunicarme y expresar lo que siento y lo que necesito, no solo a la pareja, sino principalmente a mí mismo. Y, por supuesto, la falta de responsabilidad que estoy manifestando en la relación conmigo mismo y con el otro.
Unir mi destino a otro ser con el objetivo de que me complete, es renunciar a la grandeza y a las infinitas capacidades que me habitan. Presentarme con todas mis minusvalías y hacer responsable a la pareja exigiendo que sea ella quien se haga cargo de mis deficiencias, es faltarme al respeto, cortar de raíz mis propias alas y encadenarme a una serie de sufrimientos y desavenencias que van a resultar inevitables, puesto que en lugar de construir algo común, voy a poner todo mi empeño en destruir la forma de vida que tengo enfrente y que se resiste a cargar con mi pesada mochila. Y no se trata tampoco de maternalizar, paternalizar o hacer de terapeuta en la relación, puesto que hacernos cargo del niño o niña herido que tenemos enfrente es como decidir viajar al pasado y quedarnos allí tratando de entender lo que ocurrió. Esta es una tarea que hemos de resolver en solitario o buscando la ayuda profesional.
La pareja no debería ser una suma de restas, sino una permanente aportación de lo que yo he llegado a ser con todo lo logrado hasta ahora, y que pongo sobre la mesa con el entusiasmo de unirlo a la persona con la que quiero compartir mi vida y crear un proyecto común. Proyecto en el que vamos a ir multiplicando nuestra capacidad de comunicación, comprensión y empatía hacia lo que vive en el ser del otro.
Cuanto más limpios de viejas heridas, sanos, renovados y libres estemos, cuanto más hayamos depurado y ampliado nuestras limitaciones y desarrollado al máximo los dones y cualidades que nos pertenecen, más vamos a poder ofrecer a nuestra pareja para compartir con ella las futuras experiencias que nos permitan seguir creciendo. Entonces estaremos ya disponibles para invertir el deseo inicial de ser completados por ella, para pasar a trabajar en el sentido de darnos y favorecer su libertad promoviendo todas aquellas acciones que vayan encaminadas a que nuestra pareja pueda acercarse cada día más a su propio proyecto personal: el de ser uno mismo en plenitud.
El famoso mito de buscar la media naranja ha impedido en muchos casos el trabajo personal necesario encaminado a completarnos, a desarrollar todas nuestras cualidades y potenciar al máximo nuestras capacidades con el objetivo de ser quienes verdaderamente somos, y no una mera copia de nuestros ancestros. Y es que, una de las primeras cosas que vamos a descubrir, cuando hacemos un profundo estudio de nuestras relaciones, es el hecho de que estamos copiando actitudes, pensamientos y formas de vida heredados, así como modelos de relación en la pareja que también vienen dados por nuestros padres.
De niños aprendemos por imitación. Esto nos lleva a copiar modelos, a recrear actitudes y formas de vida. La relación con nuestros padres va a marcar significativamente el curso de nuestra historia. En ese proceso de imitación vamos a ir interiorizando imágenes de los modelos masculino y femenino (padre-madre) y reflejándolos posteriormente en las futuras relaciones. Todos tenemos estos principios interiorizados, y dependiendo de lo positivos o negativos que hayan sido, así van a discurrir nuestras relaciones de pareja.
De manera inconsciente, adoptaremos uno u otro como la figura imperante, bajo cuyo paraguas va a discurrir nuestra forma de gestionar la vida. Normalmente, copiaremos el modelo que nos pareció más fuerte, más superviviente, que suele ser el dominante. Pero también puede ocurrir que rechacemos ese modelo hasta el punto de adscribirnos a otro que resulte absolutamente opuesto. Esto dará pie a situaciones del tipo padre maltratador, mujer víctima, igual a hijo maltratador porque consideró mucho mas superviviente el modelo del verdugo. O también, padre o madre muy tradicionales y asentados en culturas de apariencia, igual a hijos que se van a los extremos opuestos.
En este proceso de interiorización y asunción del predominio, ya sea de lo masculino o femenino que hayamos desarrollado, veremos, por ejemplo, a mujeres con características más masculinas gracias a las cuales lograrán abrirse caminos y superar dificultades, así como varones en los que lo femenino destacará sobre lo masculino, lo cual les permitirá desarrollar su mundo emocional y sensible, sin que esto tenga incidencia alguna en su inclinación sexual.
Esto quiere también decir que esos modelos de madre o padre que hemos interiorizado y que copiamos mecánicamente, se van a transformar en una versión de nosotros mismos. Es decir, bajo su sombra, y de manera inconsciente, dejamos de ser quienes somos para convertirnos en ellos y así seguir su estela. De este modo, serán ellos, a través nuestro, quienes se van a relacionar con la pareja, ya sea imponiendo, recriminando, y/o tratando de que ésta se ajuste a los parámetros que han regido sus formas de vida.
Muchos son, por tanto, los elementos que se conjugan a la hora de establecer una pareja. Hemos de entender que cuando entramos en una relación, venimos de un pasado que nos ha conformado, y en ese nuevo marco forzosamente van a mezclarse las historias que cada uno trae. Historias que a menudo contienen cantidades inmensas de dolor, de sufrimiento, de invalidaciones, juicios, críticas e incluso de maltratos y abusos infantiles.
Y, debido a ello, lo primero que buscaremos en el otro será ese padre o madre que no tuvimos; una figura bondadosa y plena de amor que cure todas nuestras heridas, llene los vacíos y calme los corazones doloridos. Porque, en una primera instancia, quienes van a hacerse cargo de la relación van a ser nuestros niños y niñas heridos; aquellos que no lograron ser plenamente aceptados, amados y guiados hacia su libertad y completo desarrollo. Por tanto, esa media naranja que sentimos que nos falta, la buscaremos en el exterior en lugar de profundizar en nosotros mismos para resolver los asuntos del pasado.
Pero no es la pareja quien ha de resolver y sanar nuestras heridas puesto que no es ella quien las generó. Es precisamente esta familia de origen la que creó en nosotros los vacíos, las soledades, la incomprensión y por tanto el dolor. Este niño o niña huérfanos de comprensión y afecto son un producto de estos modelos a los que nos mantenemos aferrados y fieles. Personas que destruyeron nuestra autoestima, que limitaron la expresión de nuestras emociones, pensamientos, deseos y preferencias, que nos contagiaron sus miedos, sus carencias. Y si no pudimos expresar lo que sentíamos ¿cómo vamos a poder relacionarnos correctamente con el mundo?
Una de las grandes decepciones que vamos a encontrar es constatar que el otro no va a poder encajar en el papel de padre o madre bondadoso y paciente que nuestros niños heridos reclaman, puesto que, como hemos visto, los que van a intervenir con mucha frecuencia van a ser esos mismos padres o madres que nos dañaron a ambos y que ahora se recriminan y luchan dentro de nosotros. Por tanto, no vamos a recibir lo que deseemos, sino más bien nos resultará una búsqueda infructuosa plagada de desencuentros y en la que van a perdurar los abusos, castigos y malos tratos.
Esta es la enorme riqueza de una relación, pues nos obliga a revisar nuestros modelos, a buscarnos en los conflictos, a encontrar a nuestros niños o niñas heridos y hacernos cargo y responsables de ellos. Porque solo cada uno de nosotros ahora, en este momento presente puede convertirse en el padre y/o la madre que no estuvo a la altura. Sólo nosotros podemos sanar todo ese dolor. No se trata de cargar sobre las espaldas de la pareja esta responsabilidad puesto que no fue ella quien creó los daños. La pareja únicamente puede acompañarnos en el proceso de auto sanación.
Así pues, no solo hemos de descubrir a estos niños heridos que llevamos en el interior y que claman por ser reconocidos y sanados, sino también darnos cuenta de que en la relación pocas veces vamos a ser nosotros mismos quienes protagonicemos los hechos. Serán, en gran parte de las ocasiones, nuestros mutuos progenitores peleando entre sí, generando la eterna lucha por conquistar el poder en la relación. Madres o padres que se impusieron demasiado y que nos obligaron a vivir nuestra historia de igual forma en la que ellos la vivieron. Progenitores que no nos dejaron crecer y que ahora siguen intentando incidir directa o indirectamente en nuestra pareja, imponiendo sus criterios o sus normas y cuestionando nuestra relación y la posible nueva manera de actuar en la familia que acabamos de formar.
Por tanto, serán varios los personajes que van a intervenir en cada uno de los desencuentros o peleas en los que nos encontremos inmersos. El reto consistirá en descubrir quién es cada cual y así poder invitarles a retirarse del conflicto, una vez asimiladas las enseñanzas que hayan podido traernos, y tomar el mando para hacernos cargo nosotros de la situación y encontrar la mejor manera de resolverla. Para lograrlo y empezar a ser quien verdaderamente somos, hemos de sacar a ese padre o madre que vive en nuestro interior, asimilando todo lo positivo que como herencia nos haya transmitido, y depurando y transformando los aspectos negativos, así como desechando todo aquello que no somos y que está condicionando nuestra vida presente.
Está claro que si alguien nos avisara a tiempo de todos los retos y dificultades con los que vamos a tener que lidiar en una relación de pareja, todos saldríamos corriendo. Por eso, la sabiduría de la Vida creó ese lazo químico o flecha de Cupido que nos dirigió y unió a una determinada persona con la que se nos brinda la gran oportunidad de conocernos, de descubrir las copias, la falsedad de eso que llamamos nuestra forma de ser, nuestra personalidad, y adentrarnos en una fabulosa búsqueda de nuestra verdadera identidad. Y para ello, lo primero que hemos de hacer es quitar todo lo que no somos. Solo así puede aparecer lo genuino. Y la pareja es uno de los marcos adecuados que nos van a permitir ese trabajo.
Un factor muy importante que incide tanto en contra como a favor a la hora de tratar de deshacernos de estos modelos negativos es la fidelidad inconsciente que mostramos hacia nuestras familias de origen. Es precisamente esta fidelidad la que nos impulsa a repetir los modelos en un afán positivo y leal de liberar a todo el grupo familiar o constelación de la que hemos formado parte. Pero los hijos no pueden deshacerse fácilmente de las historias conflictivas a menos que sus padres, primeros en la jerarquía, logren hacerlo. Esta es la razón por la cual podemos ver eternas secuencias generacionales que repiten una y otra vez los mismos conflictos sin poder encontrar la salida del túnel. Véase el ejemplo de maltratos, violaciones, alcoholismo, drogadicciones, etc.
Sin embargo, cuando los hijos se hacen conscientes y trabajan consigo mismos para erradicar los modelos negativos, ayudan a sus padres al actuar como espejos en los que ellos puedan mirarse y ver reflejadas sus carencias y todo aquello que les falta por resolver. Y lo maravilloso de esto es que, una vez que estos hijos logran al fin cortar la cadena que les ata al pasado, liberan a todas las generaciones tanto pasadas como futuras de seguir repitiendo el conflicto.
Por otro lado, la fidelidad a la familia de origen daña terriblemente a nuestra pareja porque esto impide que podamos entrar sin trabas en la nueva relación de una manera libre, cortados los cordones umbilicales y las fidelidades que ya no son adecuadas, puesto que la fidelidad mayor que ahora hemos de establecer es la que entregamos a la actual pareja y a la familia que estamos formando. Si seguimos alimentando o protegiendo excesivamente a la familia de origen es muy difícil que podamos encontrar la energía necesaria para estar entregados al cien por cien en el nuevo proyecto en el que nos hemos embarcado.
Otra de las extraordinarias oportunidades de crecimiento que la pareja nos ofrece es el hecho de actuar como espejo en el que poder mirarnos. En su reflejo podremos descubrir tanto las luces como las sombras que nos conforman. Veremos todo aquello que aún no fuimos capaces de conseguir, y todo lo que todavía nos queda por transformar. Gracias a esta toma de consciencia vamos a seguir creciendo y no quedarnos estancados en condicionantes, falsas imágenes o historias antiguas.
Pero el otro como espejo es un nuevo reto a afrontar porque la tentación va a ser el culparle de lo que no va bien y no hacerme responsable de que justamente aquello que critico es algo que me pertenece y viceversa. Hay que tener un gran compromiso, valor y honestidad para mirar nuestro reflejo y hacernos responsables de nosotros mismos. Es más fácil echar los balones fuera y culpar a nuestra pareja de los males que nos aquejan.
Cuando me descubra criticando algo que rechazo en el otro, lo que más va a ayudarme será mirar dentro de mí para encontrar qué es aquello que al no aceptar en mí mismo estoy proyectando fuera. Recriminaciones y críticas permanentes no son otra cosa que el fracaso que estoy mostrando en no reconocer la parte que yo pongo para que la relación no esté funcionando, así como mi incapacidad para comunicarme y expresar lo que siento y lo que necesito, no solo a la pareja, sino principalmente a mí mismo. Y, por supuesto, la falta de responsabilidad que estoy manifestando en la relación conmigo mismo y con el otro.
Unir mi destino a otro ser con el objetivo de que me complete, es renunciar a la grandeza y a las infinitas capacidades que me habitan. Presentarme con todas mis minusvalías y hacer responsable a la pareja exigiendo que sea ella quien se haga cargo de mis deficiencias, es faltarme al respeto, cortar de raíz mis propias alas y encadenarme a una serie de sufrimientos y desavenencias que van a resultar inevitables, puesto que en lugar de construir algo común, voy a poner todo mi empeño en destruir la forma de vida que tengo enfrente y que se resiste a cargar con mi pesada mochila. Y no se trata tampoco de maternalizar, paternalizar o hacer de terapeuta en la relación, puesto que hacernos cargo del niño o niña herido que tenemos enfrente es como decidir viajar al pasado y quedarnos allí tratando de entender lo que ocurrió. Esta es una tarea que hemos de resolver en solitario o buscando la ayuda profesional.
La pareja no debería ser una suma de restas, sino una permanente aportación de lo que yo he llegado a ser con todo lo logrado hasta ahora, y que pongo sobre la mesa con el entusiasmo de unirlo a la persona con la que quiero compartir mi vida y crear un proyecto común. Proyecto en el que vamos a ir multiplicando nuestra capacidad de comunicación, comprensión y empatía hacia lo que vive en el ser del otro.
Cuanto más limpios de viejas heridas, sanos, renovados y libres estemos, cuanto más hayamos depurado y ampliado nuestras limitaciones y desarrollado al máximo los dones y cualidades que nos pertenecen, más vamos a poder ofrecer a nuestra pareja para compartir con ella las futuras experiencias que nos permitan seguir creciendo. Entonces estaremos ya disponibles para invertir el deseo inicial de ser completados por ella, para pasar a trabajar en el sentido de darnos y favorecer su libertad promoviendo todas aquellas acciones que vayan encaminadas a que nuestra pareja pueda acercarse cada día más a su propio proyecto personal: el de ser uno mismo en plenitud.