Si ya parecía complicado lo expuesto hasta el momento, veamos lo que ocurre cuando todos los elementos se ponen a funcionar, a veces simultáneamente o alternativamente, en el acontecer diario de la relación.
Una pareja a ocho:
Cuando iniciamos una relación no somos conscientes de la magnitud de energías y modelos de vida que van a estar interviniendo en ella. De hecho, si no hemos realizado previamente un intenso trabajo personal en el que poder tomar consciencia de estos elementos heredados y transformarlos, muy pocas veces vamos a ser nosotros mismos quienes protagonicemos los hechos. Y es que, como ya hemos visto a lo largo de estos artículos, no estamos solos en la relación, más bien, y desde el primer momento de iniciarla, son muchos los que van a tomar parte en ella. Y dependerá de las ocasiones el que surja un personaje u otro a dirigir la escena.
Normalmente, los primeros en aparecer serán los niños heridos, los cuales van a estar presentes y activos en cada circunstancia que resulte dolorosa y que les recuerde las carencias, faltas de amor y de autoestima con las que aún siguen lidiando. También serán ellos los que anden buscando amor y aceptación, reclamando mimos y atenciones, o buscando comprensión y consuelo. Lo malo será cuando monten sus rabietas, que las montarán, porque aprendieron muy bien de sus padres cómo culpabilizar y cargar las responsabilidades sobre hombros ajenos.
En otras ocasiones, especialmente en aquellas que generen conflictos de desacuerdos, serán nuestros mutuos progenitores –aún vivos como modelos dentro de nosotros-, los que se mantendrán peleando entre sí, imponiendo sus criterios y generando la eterna lucha por conquistar el poder en la relación, tratando de que esta se ajuste a los parámetros que han regido sus formas de vida.
De modo que, creyendo ingenuamente que éramos dos los que interveníamos en la relación, de pronto descubrimos que somos muchos más: ocho, para ser exactos (nuestros padres, nuestros niños heridos y nosotros mismos), y que, justo los que deberíamos dirigirla, andamos perdidos, sacudidos por unos y otros, sin entender por qué todo se derrumba a veces, y por qué es tan difícil mantener la armonía conyugal.
No obstante, no vamos a poner un tinte negativo en esta historia, ya que es un reto extraordinario, una oportunidad única de conocernos, de descubrir todo lo ajeno que se nos ha adherido, y de sacudirlo para empezar la gran aventura de ser los verdaderos protagonistas de nuestra vida.
Para empezar, lo primero que hemos de hacer es descubrir en cada situación quién es cada cual: si la niña herida, si mi madre en mí, etc. Y, a continuación, invitarles amablemente a retirarse del conflicto, tomando las riendas del asunto y haciéndonos cargo de la situación para buscar la mejor manera de resolverla.
No podemos ser quien verdaderamente somos si no sacamos a ese padre o madre que vive en nuestro interior, asimilando todo lo positivo que como herencia nos haya transmitido, y transformando los aspectos negativos, así como desechando lo que no nos pertenece y que, no obstante, está condicionando nuestra vida presente.
Una herramienta que nunca nos va a fallar es el humor. Las caras serias, broncas, y charlitas moralizantes solo van a alejarnos de la meta. En este sentido, podremos ayudarnos mutuamente, ya que uno mismo no suele ser consciente, una vez que ha sido poseído por otra personalidad o energía, de lo que le está ocurriendo.
Supongamos un caso en el que la mujer, con una madre interiorizada esclava del orden, está montando la bronca a su pareja porque se ha dejado la chaqueta tirada sobre el sofá y la carpeta encima de la mesa, casi volcando la taza del café. Él, que respira hondo y ve, porque conoce demasiado bien a su suegra y, por tanto de qué pie cojea su mujer, en el tono más simpático y amoroso, le dice:
- Ay, cariño, ¿le podrías decir a tu madre que se vaya un rato y nos deje tranquilos? Vengo cansado de la oficina y me apetece mucho sentarme contigo a charlar un rato. Dile que no se preocupe, que luego lo recojo todo.
Lo normal es que ella primero se sorprenda, pero luego se ría y se disuelva en un segundo el malestar.
Otro ejemplo: En este caso es él, quien con su padre al mando, se enfrasca en una discusión absurda en un tono bastante dominante: - Carmen, ¡por favor! ¡Te he dicho mil veces que no tienes razón en este tema y te emperras una y otra vez, cuando sabes que me saca de quicio!
Y ella, que se sobresalta dispuesta a liarla, pero que de pronto recuerda lo aprendido en el taller de pareja al que asistieron juntos, responde: - Pero Carlos, ¿qué hace aquí tu padre? ¡Si habíamos quedado en salir un rato juntos y mira la que está liando!
Otra opción, cuando en pleno conflicto nos damos cuenta nosotros mismos de que alguno de nuestros personajes nos ha abducido, es decirle al otro: - Mira, déjame un rato. Me voy a dar una vuelta para ver si consigo calmar a mi (niño herido, madre, padre), que está como loco. Perdona, no soy yo. Es todo esto que aún vive en mí y que ahora se ha revuelto.
Y si su pareja es capaz de respetarle, de asumir esta verdad y de concederle amorosamente el tiempo necesario para que pueda volver a ser sí mismo, el problema se disolverá con relativa facilidad. Problema del que luego juntos podrán hablar tranquilamente para ver la mejor forma de solucionarlo.
Una comunicación sincera, amable y positiva, que busque resolver y no culpabilizar, será la herramienta perfecta para establecer nuevos acuerdos, recuperar la armonía e incentivar el amor.