Como ya mencioné en la primera parte de esta serie de artículos, son varios los factores que van a incidir de manera simultánea en la relación. Los iremos desgranando separadamente, aunque surgirán casi siempre al mismo tiempo. Esto, si bien en un principio puede resultar desmotivante, lo cierto es que el trabajar intensamente cada uno de ellos nos permitirá hacernos conscientes de nuestra escasa presencia en la relación con la pareja y, sobre todo en nuestra propia vida.
Comprender estos hechos nos evitará la tentación de buscar en el exterior la media naranja que sentimos que nos falta, para profundizar en nosotros mismos y resolver los asuntos del pasado.
Los niños heridos. Buscando a nuestros padres en la pareja
Cuando entramos en una relación, venimos de un pasado que nos ha conformado, y en ese nuevo marco forzosamente van a mezclarse las historias que cada uno trae y que, a menudo, contienen cantidades inmensas de sufrimiento, invalidaciones, juicios, críticas e incluso maltratos y abusos infantiles.
Así, estos daños no resueltos nos llevarán a buscar en el otro ese padre o madre que no tuvimos; una figura bondadosa y plena de amor que cure todas nuestras heridas, llene los vacíos y calme los corazones doloridos. Porque, en una primera instancia, quienes van a hacerse cargo de la relación van a ser nuestros niños y niñas heridos; aquellos que no lograron ser plenamente aceptados, amados y guiados hacia su libertad y completo desarrollo. Ellos serán los que exijan, se enfaden y monten rabietas y dramas inesperados que confundirán a ambos miembros de la pareja inconscientes de quienes son los que realmente se están peleando
Sin embargo, no es la pareja quien ha de sanar nuestras heridas puesto que no es ella quien las generó. Así, una de las grandes decepciones será el constatar que ninguno de los dos podrá encajar en el papel de padre o madre bondadoso y paciente que estos niños, huérfanos de comprensión y afecto, reclaman. Ellos son un producto de la familia de origen, de esos modelos a los que, como veremos en los siguientes artículos, nos mantenemos aferrados y fieles. Personas que destruyeron nuestra autoestima, que limitaron la expresión de nuestras emociones, pensamientos, deseos y preferencias, que nos contagiaron sus miedos y sus carencias.
Y la razón fundamental por la que no podremos maternalizar o paternalizar a nuestra pareja es debida a que nuevamente no seremos nosotros los que vamos a protagonizar los hechos. En el escenario estarán los dos niños heridos buscando a sus padres, y en cada uno de ellos los modelos de sus respectivos padres y madres interiorizados, es decir, aquellos que nos dañaron a ambos y a los que permitimos que sigan vivos en nosotros, recriminando, luchando y culpando. Esta búsqueda infructuosa estará por tanto plagada de desencuentros. En ella van a perdurar los abusos, castigos y malos tratos.
El trabajo consiste en revisar estos modelos, buscarnos en los conflictos, encontrar a nuestros niños o niñas heridos y hacernos cargo de ellos. Cada uno, ahora, es quien ha de convertirse en el padre y/o la madre de estos niños, haciéndonos conscientes de su dolor, sin decirles eso de: “Bueno, no es para tanto. Eso ya pasó”, porque para ellos eso no pasó y sí, en cambio, dejó una huella profunda que ha estado marcando el rumbo de toda nuestra historia. Solo nosotros tenemos el poder de sanar todo ese dolor. La pareja únicamente puede acompañarnos en el proceso de auto sanación.
En este sentido, es fundamental que ambos conozcamos este hecho, ya que entonces podremos distinguir cuando es nuestro niño o niña herido quien toma las riendas de la relación, o cuando somos nosotros los que nos manifestamos. Y, también, conocer en profundidad al niño o niña herido de nuestra pareja, para poder acercarnos a él o ella y abrazarlos cuando se hagan presentes reclamando amor y comprensión.
Es muy interesante y recomendable hacer trabajos meditativos en los que propiciemos encuentros con nuestros niños heridos. Situarnos frente a ellos, pedirles que nos digan qué es lo que necesitan. Decirles que les amamos y que, a partir de ahora, nunca les volveremos a abandonar. No podemos avanzar libres de carga si les dejamos abandonados en aquél punto de nuestra historia. Necesitamos regresar, ver qué ocurrió, tomarlos de la mano y juntos continuar el camino.
Se necesitan dos personas completas para crear una relación en la que compartir experiencias sea el objetivo principal. Mientras este trabajo de sanación no se realice, los verdaderos seres no entrarán en escena, por tanto, no importa cuántas veces lleguen a separarse en su intento de encontrar a aquél o aquella que se ajuste a sus necesidades, porque una y otra vez, serán los niños y niñas heridos quienes monopolicen la relación generando conflictos e incrementando los daños. Pues, si los niños vuelven a no sentirse acogidos por estos nuevos padres-madres que creen tener delante, su dolor y su rabia no hará más que seguir creciendo.
Comprender estos hechos nos evitará la tentación de buscar en el exterior la media naranja que sentimos que nos falta, para profundizar en nosotros mismos y resolver los asuntos del pasado.
Los niños heridos. Buscando a nuestros padres en la pareja
Cuando entramos en una relación, venimos de un pasado que nos ha conformado, y en ese nuevo marco forzosamente van a mezclarse las historias que cada uno trae y que, a menudo, contienen cantidades inmensas de sufrimiento, invalidaciones, juicios, críticas e incluso maltratos y abusos infantiles.
Así, estos daños no resueltos nos llevarán a buscar en el otro ese padre o madre que no tuvimos; una figura bondadosa y plena de amor que cure todas nuestras heridas, llene los vacíos y calme los corazones doloridos. Porque, en una primera instancia, quienes van a hacerse cargo de la relación van a ser nuestros niños y niñas heridos; aquellos que no lograron ser plenamente aceptados, amados y guiados hacia su libertad y completo desarrollo. Ellos serán los que exijan, se enfaden y monten rabietas y dramas inesperados que confundirán a ambos miembros de la pareja inconscientes de quienes son los que realmente se están peleando
Sin embargo, no es la pareja quien ha de sanar nuestras heridas puesto que no es ella quien las generó. Así, una de las grandes decepciones será el constatar que ninguno de los dos podrá encajar en el papel de padre o madre bondadoso y paciente que estos niños, huérfanos de comprensión y afecto, reclaman. Ellos son un producto de la familia de origen, de esos modelos a los que, como veremos en los siguientes artículos, nos mantenemos aferrados y fieles. Personas que destruyeron nuestra autoestima, que limitaron la expresión de nuestras emociones, pensamientos, deseos y preferencias, que nos contagiaron sus miedos y sus carencias.
Y la razón fundamental por la que no podremos maternalizar o paternalizar a nuestra pareja es debida a que nuevamente no seremos nosotros los que vamos a protagonizar los hechos. En el escenario estarán los dos niños heridos buscando a sus padres, y en cada uno de ellos los modelos de sus respectivos padres y madres interiorizados, es decir, aquellos que nos dañaron a ambos y a los que permitimos que sigan vivos en nosotros, recriminando, luchando y culpando. Esta búsqueda infructuosa estará por tanto plagada de desencuentros. En ella van a perdurar los abusos, castigos y malos tratos.
El trabajo consiste en revisar estos modelos, buscarnos en los conflictos, encontrar a nuestros niños o niñas heridos y hacernos cargo de ellos. Cada uno, ahora, es quien ha de convertirse en el padre y/o la madre de estos niños, haciéndonos conscientes de su dolor, sin decirles eso de: “Bueno, no es para tanto. Eso ya pasó”, porque para ellos eso no pasó y sí, en cambio, dejó una huella profunda que ha estado marcando el rumbo de toda nuestra historia. Solo nosotros tenemos el poder de sanar todo ese dolor. La pareja únicamente puede acompañarnos en el proceso de auto sanación.
En este sentido, es fundamental que ambos conozcamos este hecho, ya que entonces podremos distinguir cuando es nuestro niño o niña herido quien toma las riendas de la relación, o cuando somos nosotros los que nos manifestamos. Y, también, conocer en profundidad al niño o niña herido de nuestra pareja, para poder acercarnos a él o ella y abrazarlos cuando se hagan presentes reclamando amor y comprensión.
Es muy interesante y recomendable hacer trabajos meditativos en los que propiciemos encuentros con nuestros niños heridos. Situarnos frente a ellos, pedirles que nos digan qué es lo que necesitan. Decirles que les amamos y que, a partir de ahora, nunca les volveremos a abandonar. No podemos avanzar libres de carga si les dejamos abandonados en aquél punto de nuestra historia. Necesitamos regresar, ver qué ocurrió, tomarlos de la mano y juntos continuar el camino.
Se necesitan dos personas completas para crear una relación en la que compartir experiencias sea el objetivo principal. Mientras este trabajo de sanación no se realice, los verdaderos seres no entrarán en escena, por tanto, no importa cuántas veces lleguen a separarse en su intento de encontrar a aquél o aquella que se ajuste a sus necesidades, porque una y otra vez, serán los niños y niñas heridos quienes monopolicen la relación generando conflictos e incrementando los daños. Pues, si los niños vuelven a no sentirse acogidos por estos nuevos padres-madres que creen tener delante, su dolor y su rabia no hará más que seguir creciendo.