Llueven las informaciones, los desmentidos, las noticias falsas…, todo a la velocidad de la luz, sin darnos apenas tiempo para poder asimilar tantos contenidos. Se alternan en un baile de difícil equilibrio el entusiasmo y el desánimo, las ganas de enfocar la experiencia desde el lado positivo frente al miedo que nos deja sin aliento y nos paraliza.
¡Luces y sombras!¡ La experiencia es increíble! Todo se mueve de pronto bajo los pies inciertos, que hacen malabarismos para seguir caminando. La corona y el virus, juntos en este baile planetario. ¡Todos incluidos en el espectáculo!
No deja de ser asombroso el nombre de este pequeño ente que se expande aterrorizando al mundo entero con su amenaza de muerte. La muerte, que no fue incluida en esta vida de placer inmediato, de juventud eterna, de disfrute y confort. Muerte que, al mismo tiempo, nos habla de vida, de la vida del alma gobernando al cuerpo. Me gusta mucho el símil de la corona como el rey, el yo, la luz, el amor, la vida; y el virus como la sombra, el ego, el miedo, el egoísmo, la muerte.
La naturaleza, la tierra entera tomando ahora el poder (la corona), recluyendo al hombre (el verdadero virus). Se ha invertido el proceso. El virus humano, desoyendo sus gritos, siguió corrompiendo y destruyendo, y ahora la madre nos castiga al cuarto a pensar, mientras ella se regenera de tanto abuso y maltrato. Libre la naturaleza, preso el hombre. ¡Curiosa vuelta!
El dualismo se intensifica en esta crisis pandémica como un símbolo de todo lo que una parte del mundo ha infligido a la otra. El virus del egoísmo, personificado por la sociedad del confort, del consumismo, la super abundancia, el despilfarro, la avaricia, la feroz inconsciencia y el abuso, levantando barreras, erigiendo muros, cerrando fronteras, negando el refugio a los que huyen de injustas guerras, muchas de ellas creadas por ese mismo mundo que ahora les niega y rechaza. El hambre, la pobreza, la miseria, la guerra, el dolor, la enfermedad… ¡todo fuera de nuestras fronteras! ¡Que nadie pase, que nada pueda contaminarnos! ¡Que se ahoguen en el mar! Y a aquellos que no mueran saltando los crueles muros que hemos levantado, los encerraremos en guetos, en cárceles mal disimuladas, o los devolveremos “en caliente” a sus infiernos.
Pero, qué curioso. Ese mismo virus se vuelve ahora contra nosotros, el mundo rico y nos recluye, nos ataca, nos remueve, nos mata y nos obliga a cambiar. ¡Cambiar o desaparecer! Una vez mas confrontados al viejo paradigma: el miedo o el amor, el virus o la corona. El miedo nos recluye, nos confina dentro de nosotros mismos, ahogándonos, impidiéndonos respirar. El ego agarrándose desesperado a lo que conoce, a los viejos modelos porque se resiste a morir. El ego confinado, encerrado, al que le han puesto ahora las barreras y le han quitado su libertad. ¡El ego muerto de miedo a morir!
Mientras tanto, en otros espacios, la corona brilla en la generosidad creciente que se expande como aire nuevo, en el amor que une. Ahora, el vecino importa, importan los besos, los abrazos, importa el amigo, al que se añora. Se silencia el mundo de la farándula, de los estadios y emerge otro, al que se aplaude cada día. Profesiones, antes consideradas pequeñas ahora son valoradas y agradecidas. También aquí se le dio la vuelta a la tortilla. ¡Grandeza y miseria navegando juntas en un mismo barco! El mismo conflicto humano, mil veces repetido, pero esta vez multiplicado. La grandeza parece más grande y la miseria más miserable.
¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir en mi propia vida, en mi actual experiencia!
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