El niño es una individualidad con entidad propia que llega a nosotros como un regalo para darle un empujón a nuestra historia. Al hacernos cargo de esta vida vamos a tener que enfrentarnos a nuevas experiencias, con grandes retos y dificultades, invitándonos a transformarnos para poder ejercer de guías que acompañen a este ser mientras va madurando hacia su pleno florecer. Es vital que nos impliquemos en la educación de nuestros hijos, pues ellos son la humanidad futura, por tanto, el mundo va a ser mejor o peor en función de lo que les hayamos transmitido. Si les hemos ayudado a desplegar su imaginación, su creatividad, sus capacidades, sus dones, y pueden libremente ofrecer todo ese bagaje que han traído y depositarlo como nueva semilla en la tierra, entonces habrán cumplido su misión y nosotros la nuestra: la de ser la puerta de entrada y la guía perfecta para acompañarles hasta que puedan volar con sus propias alas y encontrar libremente su camino.
Un hijo es un regalo mutuo que nos permite crecer a ambos, y que precisa de nosotros un enorme respeto. No se trata de hacer copias exactas o de pretender que encaje en un espacio cerrado de conceptos y formas inamovibles. El niño es pura experimentación, vida que desea expresarse, y lo que necesita es explorar nuevas fronteras para descubrir quién es y cuáles son sus potencialidades.
Se trata de facilitarle el camino que le lleva a su propio encuentro, de enseñarle a pensar, y no pensar por él; a actuar, y no a hacerlo por él, y que así aprenda a resolver sus problemas, a enfrentar sus miedos y a descubrir qué es lo genuino que trae para que pueda desplegarse y ser él mismo.
Los niños aprenden por imitación. No son nuestras palabras, ni nuestras recomendaciones o moralinas las que van a formarles. Ellos solo van a mirarse en nuestro espejo, copiando la forma de vida que en él reflejemos. Por tanto, para educar hemos de auto-educarnos primero. Es fundamental que nos adentremos en un trabajo personal dirigido a sanar nuestras heridas, a manejar nuestro mundo emocional, a revisar nuestros pensamientos, nuestras actitudes y a recuperar valores esenciales basados en la verdad y no en las apariencias.
El respeto es uno de los pilares esenciales en la educación. Respeto significa aceptación de otras formas de vida y de pensamiento, y también de uno mismo. Cuando respetamos, la lucha por la supervivencia desaparece. En este sentido, es importante alejar a los niños de la competitividad: un elemento distorsionante que separa y destruye. Nadie es mejor que otro. Cada ser humano es único, excepcional, poseedor de cualidades y potencialidades con las que contribuye a crear el gigantesco tapiz colectivo de la humanidad. Por tanto, su actuación en el conjunto de la sociedad resulta vital porque él y solo él puede aportar aquello que le es propio, al igual que en una pradera cada flor expresa su esencia, su aroma, su belleza y sus colores. No podemos decir que una margarita sea mejor que una rosa, y jamás la margarita se pregunta por qué no es una rosa, ni al revés. Hemos de evitarles la tortura de competir, de tener que ser los mejores, los primeros y, en cambio, ayudarles a desarrollar la capacidad de colaborar, socializar y empatizar, contribuyendo a formar el gran equipo humano que mejore las situaciones de vida y convierta este mundo en un lugar mejor para todos.
Si con nuestro propio ejemplo despertamos en el niño su capacidad de solidaridad y de respeto a otros y a sí mismo, lograremos incentivar su autoestima, lo cual redundará en evitar la competitividad, pues cuando uno se compara con otro ya se está evaluando, juzgando y, por tanto, traicionándose. Devenir uno mismo es el objetivo primordial de todo ser. Hagámosle sentir que de él depende sacar todos los dones y toda la belleza que anida en su interior, y despertar sus capacidades para que pueda ponerlas al servicio del mundo.
Un hijo es un regalo mutuo que nos permite crecer a ambos, y que precisa de nosotros un enorme respeto. No se trata de hacer copias exactas o de pretender que encaje en un espacio cerrado de conceptos y formas inamovibles. El niño es pura experimentación, vida que desea expresarse, y lo que necesita es explorar nuevas fronteras para descubrir quién es y cuáles son sus potencialidades.
Se trata de facilitarle el camino que le lleva a su propio encuentro, de enseñarle a pensar, y no pensar por él; a actuar, y no a hacerlo por él, y que así aprenda a resolver sus problemas, a enfrentar sus miedos y a descubrir qué es lo genuino que trae para que pueda desplegarse y ser él mismo.
Los niños aprenden por imitación. No son nuestras palabras, ni nuestras recomendaciones o moralinas las que van a formarles. Ellos solo van a mirarse en nuestro espejo, copiando la forma de vida que en él reflejemos. Por tanto, para educar hemos de auto-educarnos primero. Es fundamental que nos adentremos en un trabajo personal dirigido a sanar nuestras heridas, a manejar nuestro mundo emocional, a revisar nuestros pensamientos, nuestras actitudes y a recuperar valores esenciales basados en la verdad y no en las apariencias.
El respeto es uno de los pilares esenciales en la educación. Respeto significa aceptación de otras formas de vida y de pensamiento, y también de uno mismo. Cuando respetamos, la lucha por la supervivencia desaparece. En este sentido, es importante alejar a los niños de la competitividad: un elemento distorsionante que separa y destruye. Nadie es mejor que otro. Cada ser humano es único, excepcional, poseedor de cualidades y potencialidades con las que contribuye a crear el gigantesco tapiz colectivo de la humanidad. Por tanto, su actuación en el conjunto de la sociedad resulta vital porque él y solo él puede aportar aquello que le es propio, al igual que en una pradera cada flor expresa su esencia, su aroma, su belleza y sus colores. No podemos decir que una margarita sea mejor que una rosa, y jamás la margarita se pregunta por qué no es una rosa, ni al revés. Hemos de evitarles la tortura de competir, de tener que ser los mejores, los primeros y, en cambio, ayudarles a desarrollar la capacidad de colaborar, socializar y empatizar, contribuyendo a formar el gran equipo humano que mejore las situaciones de vida y convierta este mundo en un lugar mejor para todos.
Si con nuestro propio ejemplo despertamos en el niño su capacidad de solidaridad y de respeto a otros y a sí mismo, lograremos incentivar su autoestima, lo cual redundará en evitar la competitividad, pues cuando uno se compara con otro ya se está evaluando, juzgando y, por tanto, traicionándose. Devenir uno mismo es el objetivo primordial de todo ser. Hagámosle sentir que de él depende sacar todos los dones y toda la belleza que anida en su interior, y despertar sus capacidades para que pueda ponerlas al servicio del mundo.