La culpa, esa, a menudo, persistente compañera de camino que te impide respirar, que te aplasta con su pesada carga que te sientes obligado a llevar, y de la que no sabes ni quieres desprenderte porque ya forma parte de tu propia piel.
Pero, ¿qué es en realidad la culpa, de dónde procede y cómo lograr deshacerse de ella?
Puede ser que hayas hecho algo de lo que estés arrepentido y que “merezca” tu culpa, pero ¿para qué te sirve que el remordimiento, la vergüenza y la culpa aniden en ti consumiéndote y dejándote sin energía? ¿Adónde te conduce ese peso en el corazón? ¿Esa culpa que cargas puede acaso hacerte volver atrás y deshacer lo vivido? No. La culpa nunca puede ser la solución porque su peso te deja sin fuerzas, las que necesitas para moverte, asumir los hechos, resolver y reparar con aquellas personas a las que dañaste.
La culpa no te permite avanzar ni perdonarte a ti mismo por los errores cometidos, por eso necesitas dejar caer ese pesado manto y mirar de frente aquello que tanto daño está causando, no solo a la persona hacia la que fue dirigido sino hacia ti mismo, a quien estás castigando con la mayor dureza.
Hay, además, otra culpa, la que no se origina en ti por tus acciones, sino la que otro pone sobre tus hombros generando, a posteriori, una personalidad culpable, es decir, una forma de estar en el mundo en la que te sientes responsable de casi todo lo que ocurre a tu alrededor y que, por lo tanto, reproduces en todas tus relaciones.
Cierra tus ojos. Siente su peso, observa lo que hace contigo y busca quién la puso ahí. Verás que la culpa es una carga, una mochila llena de pensamientos, sentimientos, deseos y criterios de alguien que ni siquiera eres tú. Puede que haga ya mucho tiempo y no lo recuerdes, pero fue otra persona quien, a veces de manera muy sutil, se encargó de colocarte aquello sobre tus hombros; alguien a quien su vida le resultaba difícil de gestionar y que volcó sobre ti lo que por sí misma no era capaz de resolver. Pudo ser, quizás, su soledad, su incapacidad de amar y dar amor, su dogmatismo, su intento de dominar…, todo aquello que simplemente escondía su debilidad, que fue en suma quien la empujó a buscar que otro se hiciese cargo de su vida….
Y así, poco a poco, y sin apenas darte cuenta, empezaste a renunciar a tus propios deseos, pensamientos y criterios para adoptar los suyos. Tu libertad de elección, de decidir cómo y de qué forma querías organizar tu vida, dio paso a la esclavitud de las obligaciones, del permanente tener que…, de las renuncias, los sacrificios y las faltas de respeto hacia ti mismo. Todo ello generando una sensación interna de no valer, de no merecer, de que siempre es el otro más importante y que sus necesidades o sus intereses pasan por encima de los tuyos. Te convencieron y acrecentaste tu culpa.
Empezaste así un camino de tristeza y frustración. Te fuiste encogiendo, escondiéndote de ti mismo, auto-castigándote, y asumiendo cada vez más responsabilidades que no te pertenecían. Te hiciste cargo de su vida, y de muchas más, y abandonaste la tuya. La culpa siguió creciendo.
Entonces, y para librarte del sufrimiento de ese peso, pusiste todo tu empeño en cambiar al otro porque solo así, solo consiguiendo que él cambie, tu situación se normalizaría y podrías al fin liberarte. Pero no te estás dando cuenta de que lo único que persigues es que sea el otro el que te dé permiso para volar. Sigues encadenado, mirando tu vida desde un lugar inadecuado. No es la otra persona quien ha de darte el consentimiento para que seas tú; ¡eres tú mismo quien ha de hacerlo!
Puede que me digas: “Pero hacer siempre lo que quiero es egoísmo. Hay que sacrificarse por los demás”. ¡No! Sacrificarse es morir, dejar de ser quien eres. Hacer lo que sientes es tu verdad y tu único camino. Harás muchas cosas por otros y desearás hacerlas. Eso es amor, no sacrificio. Y las harás porque también te harán feliz, porque el amor que sientes, cuando te permites ser libre, hace que la felicidad de aquél a quien donas sea la tuya propia.
¿Cómo salir de este infernal circuito que mina tu autoestima, y que te va cargando cada vez con más y mayor peso?
Lo primero es detenerte, escucharte, dejarte sentir, quitarte la mochila y mirar lo que hay dentro. ¿Realmente es lo que piensas? ¿Es eso lo que tú deseas? ¿Es a ti a quien esa carga corresponde? Escucharte, comunicar contigo mismo es lo contrario a lo que has estado haciendo hasta ahora: huir de ti, esconder lo que sientes. El camino de la liberación pasa por subir cada uno de los escalones que has ido descendiendo.
Di adiós a lo que el otro puso sobre ti y mira tu vida desde tu propio punto de vista. Hazte responsable de tu vida, de tu felicidad, del cumplimiento de tus sueños. Tendrás que empezar a decir no, a pensar en ti, a respetarte, a enfrentar tus miedos, a devolverle al otro su vida que es a quien pertenece y a ocuparte de la tuya, que es la única que tienes. No le ayudas cuando llevas su carga. Al contrario. Lo que estás haciendo es debilitarle y debilitarte. Nadie gana; ambos os estáis perdiendo. Y por último comunica, dile que se acabó, devuélvele la mochila y libérate. Abandona el sufrimiento de ser, hacer o tener lo que no eres, lo que no deseas hacer y lo que no quieres tener. Tan simple como eso.
¡Tú puedes hacerlo!