En esta sociedad de consumo inmediato, de búsqueda de satisfacciones rápidas que dan la espalda a los procesos, donde todo se confabula para que obtengamos aquello que deseamos de la forma más veloz posible: comida rápida, información y comunicación instantánea, cambios frecuentes de modas..., hablar de límites es encontrar, en la mayor parte de los casos un rechazo frontal. Y, sin embargo, todo en este universo está limitado. De hecho, es gracias a los límites que aparecen las formas. Cada uno de nosotros está contenido en su propia forma, lo cual hace inmensamente variado y rico todo el panorama.
Desde el instante mismo de la concepción, nos encontramos límites que, a modo de retos, trataremos de expandir en la medida en la que vayamos ampliando nuestro conocimiento y experiencia: el vientre materno, la cuna, la cama, la habitación, la casa, la familia, lo que puedo o no puedo hacer en este momento...
Desde el instante mismo de la concepción, nos encontramos límites que, a modo de retos, trataremos de expandir en la medida en la que vayamos ampliando nuestro conocimiento y experiencia: el vientre materno, la cuna, la cama, la habitación, la casa, la familia, lo que puedo o no puedo hacer en este momento...
Los límites enmarcan. Son una frontera que nos delimita, separándonos de lo que no somos, y permitiéndonos distinguirnos de todo lo demás. En este sentido, también son un manto protector que nos aporta seguridad y estabilidad. Al contenernos, nos invitan a interiorizarnos y a no perdernos en el afuera. En ausencia de límites todo se desbordaría.
Hay límites sutiles que se manifiestan en la forma de relacionarnos: las conversaciones o los silencios, los deseos de compartir o de aislarnos, las acciones o los momentos de quietud, los movimientos de empatía o los rechazos, hacia dónde nos dirigimos o de dónde nos retiramos…. A través de cada uno de estos movimientos buscamos nuestro equilibrio en una permanente respiración que acepta o rechaza lo que viene de fuera. Tan necesario es que nos auto-limitemos, como que limitemos a los demás cuando pretenden entrar sin ser aceptados en nuestro espacio personal. Ya que mi libertad termina donde empieza la del otro, y viceversa.
Es a través de este doble gesto (dentro-fuera) donde encontramos la estabilidad que nos permite dirigir la propia vida. No es dejándonos llevar por cada uno de nuestros deseos como extendemos nuestros límites, si no que estos se amplían en función del conocimiento y la responsabilidad que vamos adquiriendo, pues, a mayor conocimiento y responsabilidad, mayor libertad en todos los niveles de nuestra vida.
Hay también pensamientos, recuerdos y emociones que nos limitan hasta el punto de no dejarnos expresar todas nuestras potencialidades. Y estos son los que crean los miedos, a veces irracionales, con los que tenemos que lidiar cada día. Y no estamos hablando de ese impulso de lucha o de huída instintivo que subyace a todo momento de peligro y que nos ayuda a sobrevivir, sino a aquellos que nos impiden vivir con plenitud. Son estos miedos con los que hemos de trabajar especialmente para ensanchar nuestras fronteras. De no hacerlo, vamos a contaminar nuestra vida y la de aquellos a los que pretendemos guiar, es decir, a nuestros hijos.
Educar implica un gran trabajo de auto-educación. Y este proceso ha de ir acompañado de una comprensión de los límites en los que hemos de movernos, con objeto de lograr el mayor beneficio para nosotros y para todo el conjunto familiar y social. No deja de ser interesante comprobar que muchos padres que tienen dificultades para poner límites a sus hijos, tampoco pueden soportar el ponérselos a sí mismos ni el recibirlos desde otras fuentes externas. Hay, como mencionamos antes, un considerable rechazo a ser limitados y a limitar.
Las razones las encontramos en los modelos educativos de las generaciones precedentes en las que se vivía con un exceso de límites impuestos de manera arbitraria y autoritaria, donde primaba la falta de respeto al ser del niño, considerado casi como una prolongación del animal que simplemente debía obedecer y acatar las órdenes sin rechistar. Hoy en día, asociamos los límites con un ataque a nuestra libertad, en lugar de con un sistema de protección para nuestra propia supervivencia, por lo cual muchas tendencias se han dedicado a derribarlos. Hay movimientos educativos, por ejemplo, que consideran que no hay que poner límites a los niños en pro de su libertad. Pero a los niños les falta el conocimiento; su mente no está aún formada para descifrar cómo funciona el mundo exterior, no tienen todavía suficientes experiencias como para auto limitarse como ejercicio de simple supervivencia o de respeto hacia los demás.
A raíz del antiguo modelo educativo, muchos padres educan a sus hijos en un paradigma radicalmente opuesto: ausencia casi total de límites que hacen del niño un ser caprichoso, a menudo tirano, que lo quiere todo ya, sin esfuerzo, sin creatividad y sin soportar ni saber gestionar la mínima frustración. La pregunta es cómo va a poder desenvolverse en un mundo plagado de límites cuya ferocidad competitiva y exigente aumenta cada día.
Un elemento que agrava la situación es la jerarquía, que también ha sufrido un duro revés. Tras el despotismo anterior, el modelo actual es la inversión jerárquica. Ahora es el niño quien decide cómo y cuándo, y el adulto el que se sitúa en un rol inferior tratando de negociar con él, de pedirle permiso, de intentar que no monte el escándalo, que no le castigue con sus coléricos caprichos y exigencias. Esta inversión de los roles familiares crea consecuencias graves a la larga, pues produce grandes desequilibrios en todo el grupo familiar y en cada uno de sus componentes; desequilibrios con los que van a contaminar a las nueva familias que vayan creando.
Falta, por tanto, encontrar ese nexo, que muchas veces es el simple sentido común, que nos permita conjugar elementos de ambos extremos, de forma que no confundamos el amor con la permisividad, ni la libertad con el libertinaje. Una pedagogía sana ha de hallar la forma de educar desde el respeto, de limitar desde el amor, y de acompañar desde el conocimiento.
Desde esta perspectiva, podríamos dar un nuevo enfoque a este asunto, considerando los límites que establecemos para los niños como un préstamo sin intereses que les ofrecemos de nuestra propia voluntad. Al estar en periodo de aprendizaje y no tener conciencia de las cosas que pueden perjudicarles, no se encuentran aún capacitados para ejercitarla desde su interior. Nosotros somos sus guías, y tenemos que ayudarles a través de los límites para ir iniciándoles en todo aquello que les redunde en una vida más positiva y feliz. Y, además, les iremos enseñando a superar las frustraciones que puedan provocarles dichos limites, así como a ampliarlos en la medida en la que vayan asumiendo responsabilidades.
No se trata por tanto de educar en libertad, sino de educar para la libertad. Y la libertad no es dejar que los niños hagan lo que quieran en cada momento. La libertad es un proceso que va acompañado de la responsabilidad que vamos asumiendo. ¿En qué modo me implico en la vida? ¿Cómo vivo mi vida? ¿Cómo interactúo con los demás? ¿Soy consciente de que cada acto, pensamiento, emoción, gesto y actitud míos están generando consecuencias? Una de las mejores herramientas para ayudar a nuestros hijos a comprender e interiorizar los límites son las actividades cotidianas. En la medida de lo posible, y en función de su edad, les iremos introduciendo determinadas tareas de las que puedan ir haciéndose responsables, como ayudar a poner la mesa, a recoger los juguetes, a preparar la ropa del día siguiente, cocinar…. Y siempre enfocándolas como un juego con el que además colaboran al bienestar de toda la familia. En este sentido, es importante tener en cuenta cómo vivencia el niño el paso del tiempo, pues es muy diferente a la manera en la que nos afecta a los adultos, quienes lo vivimos como uno de los límites más severos y estresantes. Para ellos, al no estar su mente tan llena de contenidos, el tiempo es un eterno presente que se estira de forma casi permanente. Esta es una de las razones por las cuales les cuesta tanto dejar de hacer algo que les gusta. ¡Nunca se irían a la cama por iniciativa propia, ni dejarían de comer helado, ni terminarían de jugar, ni…!
Al aplicarles límites les estamos enseñando que toda acción conlleva unas consecuencias (si no duermo estoy cansado; si doy patadas nadie quiere estar conmigo; si no presto mis juguetes tengo que jugar solo; si como muchos helados me dolerá la tripa…). Esto significa enseñarles la ley de causa y efecto, para que a través de las causas que produzcan puedan recibir los efectos deseados. Semejante actitud les ayudará más adelante a hacerse plenamente responsables por su vida, a no colgarse de manera dependiente, a gestionar sus asuntos y a no culpar a los demás o al universo de los posibles desastres que puedan acontecerles.
Ahora bien, hemos de ser muy creativos. No vale eso de: “porque lo digo yo”, “porque sí”, etc. Que no quieren salir de la bañera…, quitamos con disimulo el tapón y decimos: “Oh, el agua quiso irse con el río”. Gritan porque no quieren irse a dormir…, su osito o muñeca favorita tiene mucho sueño y se va a la camita y nosotros haremos la pequeña ceremonia de buenas noches con ella. No quiere cepillarse los dientes…, “¡¡¡Por favor, límpianos, estamos sucios y no queremos ponernos malitos!!!”. Los “nos” rotundos los dejaremos para ocasiones especiales en las que sean necesarios. Y si nuestras artes dramáticas se agotan y la comunicación no resulta suficiente, no pasa nada por llevar al niño rabioso tranquilamente a su cuarto y decirle que se quede allí hasta que se haya tranquilizado, o bien quedarnos sentados a su lado, sin el menor gesto de enfado o impaciencia mientras le acompañamos, en perfecto silencio, hasta que él mismo acabe con su proceso emocional. Es muy importante que el niño comprenda que no es a él a quien estamos cuestionando o limitando, sino a su actitud concreta que consideramos menos positiva o superviviente.
Ayudemos a nuestros hijos en el aprendizaje de la responsabilidad, el respeto y la ayuda, haciendo que se sientan miembros de pleno derecho en la familia, amados en sus diferencias, apoyados en sus capacidades, limitados en todo lo que les impida desarrollar su potencial creativo y positivo, enseñándoles que no todo les es dado graciosamente, sino que son ellos, con su constancia y esfuerzo los que han de conquistar los logros que dependen de sus actitudes y de sus procesos. En definitiva, enseñarles a dar los pasos hacia el desarrollo de su experiencia de vida, y no a vivirles la suya como si fuera la nuestra. Nunca hemos de evitar que se enfrenten a sus propios retos, porque solo en esa contienda podrán sacar las fuerzas interiores para superarlos y ensanchar de ese modo los límites que les convertirán en adultos sanos, felices y equilibrados.
Sofía Pereira
z clic aquí para modificar.
Hay límites sutiles que se manifiestan en la forma de relacionarnos: las conversaciones o los silencios, los deseos de compartir o de aislarnos, las acciones o los momentos de quietud, los movimientos de empatía o los rechazos, hacia dónde nos dirigimos o de dónde nos retiramos…. A través de cada uno de estos movimientos buscamos nuestro equilibrio en una permanente respiración que acepta o rechaza lo que viene de fuera. Tan necesario es que nos auto-limitemos, como que limitemos a los demás cuando pretenden entrar sin ser aceptados en nuestro espacio personal. Ya que mi libertad termina donde empieza la del otro, y viceversa.
Es a través de este doble gesto (dentro-fuera) donde encontramos la estabilidad que nos permite dirigir la propia vida. No es dejándonos llevar por cada uno de nuestros deseos como extendemos nuestros límites, si no que estos se amplían en función del conocimiento y la responsabilidad que vamos adquiriendo, pues, a mayor conocimiento y responsabilidad, mayor libertad en todos los niveles de nuestra vida.
Hay también pensamientos, recuerdos y emociones que nos limitan hasta el punto de no dejarnos expresar todas nuestras potencialidades. Y estos son los que crean los miedos, a veces irracionales, con los que tenemos que lidiar cada día. Y no estamos hablando de ese impulso de lucha o de huída instintivo que subyace a todo momento de peligro y que nos ayuda a sobrevivir, sino a aquellos que nos impiden vivir con plenitud. Son estos miedos con los que hemos de trabajar especialmente para ensanchar nuestras fronteras. De no hacerlo, vamos a contaminar nuestra vida y la de aquellos a los que pretendemos guiar, es decir, a nuestros hijos.
Educar implica un gran trabajo de auto-educación. Y este proceso ha de ir acompañado de una comprensión de los límites en los que hemos de movernos, con objeto de lograr el mayor beneficio para nosotros y para todo el conjunto familiar y social. No deja de ser interesante comprobar que muchos padres que tienen dificultades para poner límites a sus hijos, tampoco pueden soportar el ponérselos a sí mismos ni el recibirlos desde otras fuentes externas. Hay, como mencionamos antes, un considerable rechazo a ser limitados y a limitar.
Las razones las encontramos en los modelos educativos de las generaciones precedentes en las que se vivía con un exceso de límites impuestos de manera arbitraria y autoritaria, donde primaba la falta de respeto al ser del niño, considerado casi como una prolongación del animal que simplemente debía obedecer y acatar las órdenes sin rechistar. Hoy en día, asociamos los límites con un ataque a nuestra libertad, en lugar de con un sistema de protección para nuestra propia supervivencia, por lo cual muchas tendencias se han dedicado a derribarlos. Hay movimientos educativos, por ejemplo, que consideran que no hay que poner límites a los niños en pro de su libertad. Pero a los niños les falta el conocimiento; su mente no está aún formada para descifrar cómo funciona el mundo exterior, no tienen todavía suficientes experiencias como para auto limitarse como ejercicio de simple supervivencia o de respeto hacia los demás.
A raíz del antiguo modelo educativo, muchos padres educan a sus hijos en un paradigma radicalmente opuesto: ausencia casi total de límites que hacen del niño un ser caprichoso, a menudo tirano, que lo quiere todo ya, sin esfuerzo, sin creatividad y sin soportar ni saber gestionar la mínima frustración. La pregunta es cómo va a poder desenvolverse en un mundo plagado de límites cuya ferocidad competitiva y exigente aumenta cada día.
Un elemento que agrava la situación es la jerarquía, que también ha sufrido un duro revés. Tras el despotismo anterior, el modelo actual es la inversión jerárquica. Ahora es el niño quien decide cómo y cuándo, y el adulto el que se sitúa en un rol inferior tratando de negociar con él, de pedirle permiso, de intentar que no monte el escándalo, que no le castigue con sus coléricos caprichos y exigencias. Esta inversión de los roles familiares crea consecuencias graves a la larga, pues produce grandes desequilibrios en todo el grupo familiar y en cada uno de sus componentes; desequilibrios con los que van a contaminar a las nueva familias que vayan creando.
Falta, por tanto, encontrar ese nexo, que muchas veces es el simple sentido común, que nos permita conjugar elementos de ambos extremos, de forma que no confundamos el amor con la permisividad, ni la libertad con el libertinaje. Una pedagogía sana ha de hallar la forma de educar desde el respeto, de limitar desde el amor, y de acompañar desde el conocimiento.
Desde esta perspectiva, podríamos dar un nuevo enfoque a este asunto, considerando los límites que establecemos para los niños como un préstamo sin intereses que les ofrecemos de nuestra propia voluntad. Al estar en periodo de aprendizaje y no tener conciencia de las cosas que pueden perjudicarles, no se encuentran aún capacitados para ejercitarla desde su interior. Nosotros somos sus guías, y tenemos que ayudarles a través de los límites para ir iniciándoles en todo aquello que les redunde en una vida más positiva y feliz. Y, además, les iremos enseñando a superar las frustraciones que puedan provocarles dichos limites, así como a ampliarlos en la medida en la que vayan asumiendo responsabilidades.
No se trata por tanto de educar en libertad, sino de educar para la libertad. Y la libertad no es dejar que los niños hagan lo que quieran en cada momento. La libertad es un proceso que va acompañado de la responsabilidad que vamos asumiendo. ¿En qué modo me implico en la vida? ¿Cómo vivo mi vida? ¿Cómo interactúo con los demás? ¿Soy consciente de que cada acto, pensamiento, emoción, gesto y actitud míos están generando consecuencias? Una de las mejores herramientas para ayudar a nuestros hijos a comprender e interiorizar los límites son las actividades cotidianas. En la medida de lo posible, y en función de su edad, les iremos introduciendo determinadas tareas de las que puedan ir haciéndose responsables, como ayudar a poner la mesa, a recoger los juguetes, a preparar la ropa del día siguiente, cocinar…. Y siempre enfocándolas como un juego con el que además colaboran al bienestar de toda la familia. En este sentido, es importante tener en cuenta cómo vivencia el niño el paso del tiempo, pues es muy diferente a la manera en la que nos afecta a los adultos, quienes lo vivimos como uno de los límites más severos y estresantes. Para ellos, al no estar su mente tan llena de contenidos, el tiempo es un eterno presente que se estira de forma casi permanente. Esta es una de las razones por las cuales les cuesta tanto dejar de hacer algo que les gusta. ¡Nunca se irían a la cama por iniciativa propia, ni dejarían de comer helado, ni terminarían de jugar, ni…!
Al aplicarles límites les estamos enseñando que toda acción conlleva unas consecuencias (si no duermo estoy cansado; si doy patadas nadie quiere estar conmigo; si no presto mis juguetes tengo que jugar solo; si como muchos helados me dolerá la tripa…). Esto significa enseñarles la ley de causa y efecto, para que a través de las causas que produzcan puedan recibir los efectos deseados. Semejante actitud les ayudará más adelante a hacerse plenamente responsables por su vida, a no colgarse de manera dependiente, a gestionar sus asuntos y a no culpar a los demás o al universo de los posibles desastres que puedan acontecerles.
Ahora bien, hemos de ser muy creativos. No vale eso de: “porque lo digo yo”, “porque sí”, etc. Que no quieren salir de la bañera…, quitamos con disimulo el tapón y decimos: “Oh, el agua quiso irse con el río”. Gritan porque no quieren irse a dormir…, su osito o muñeca favorita tiene mucho sueño y se va a la camita y nosotros haremos la pequeña ceremonia de buenas noches con ella. No quiere cepillarse los dientes…, “¡¡¡Por favor, límpianos, estamos sucios y no queremos ponernos malitos!!!”. Los “nos” rotundos los dejaremos para ocasiones especiales en las que sean necesarios. Y si nuestras artes dramáticas se agotan y la comunicación no resulta suficiente, no pasa nada por llevar al niño rabioso tranquilamente a su cuarto y decirle que se quede allí hasta que se haya tranquilizado, o bien quedarnos sentados a su lado, sin el menor gesto de enfado o impaciencia mientras le acompañamos, en perfecto silencio, hasta que él mismo acabe con su proceso emocional. Es muy importante que el niño comprenda que no es a él a quien estamos cuestionando o limitando, sino a su actitud concreta que consideramos menos positiva o superviviente.
Ayudemos a nuestros hijos en el aprendizaje de la responsabilidad, el respeto y la ayuda, haciendo que se sientan miembros de pleno derecho en la familia, amados en sus diferencias, apoyados en sus capacidades, limitados en todo lo que les impida desarrollar su potencial creativo y positivo, enseñándoles que no todo les es dado graciosamente, sino que son ellos, con su constancia y esfuerzo los que han de conquistar los logros que dependen de sus actitudes y de sus procesos. En definitiva, enseñarles a dar los pasos hacia el desarrollo de su experiencia de vida, y no a vivirles la suya como si fuera la nuestra. Nunca hemos de evitar que se enfrenten a sus propios retos, porque solo en esa contienda podrán sacar las fuerzas interiores para superarlos y ensanchar de ese modo los límites que les convertirán en adultos sanos, felices y equilibrados.
Sofía Pereira
z clic aquí para modificar.