Sofía Pereira - Terapia y talleres de desarrollo personal
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La Culpa

12/4/2022

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La culpa es una pesada carga que llevas sobre los hombros y que se va haciendo más y más grande si no eres capaz de detenerte, de quitar ese saco de tu espalda, mirar en su interior e ir viendo qué puedes hacer con cada uno de sus elementos.

¿Te pertenecen?
¿Hubo alguien que te adjudicó semejante carga?
¿Permitiste aceptarla?
¿Decidiste que tenía que seguir formando parte de ti eternamente?

 
Eres tú quien DECIDE qué piedras añades o no al saco con el que viajas. 
Cada una de las piedras con las que cargas viene de aquellas situaciones en tu vida por las que no te has hecho responsable. Es el producto de los errores cometidos que no has sabido gestionar. Pero TIENES DERECHO a equivocarte; no viniste conociendo todas las reglas del juego. En tu caminar aprendes y puedes rectificar y retomar la dirección que te es favorable. ¿Por qué cargar entonces eternamente con cada uno de tus tropiezos? Si el error solo afecta a tu vida, cambia el rumbo y deshazlo. Y si lo que hiciste afectó a otros, la solución no es meter una nueva piedra en tu saco, aislarte y aumentar tu culpa. La solución es hacerte cargo de ese movimiento erróneo y, a través de la comunicación como lenguaje que va de alma a alma, reconocerlo, pedir disculpas y ofrecerte a reparar el daño causado. Y, cómo no, comprometerte una y otra vez a seguir trabajando en tu interior para reeducar tu forma de pensar, responsable de tus emociones y por tanto de tus actos. 

La culpa es un curioso sistema que los seres humanos hemos puesto en marcha con objeto de no hacernos responsables de nuestra propia vida, de nuestro caminar. Creemos falsamente que conseguimos liberarnos de ser los creadores de nuestro día para convertirnos en víctimas o verdugos. De esta forma, nos “liberamos” de ser los sujetos protagonistas y pasamos a devenir objetos que otros mueven a su antojo. Nos creemos en posesión de la verdad. Somos las víctimas. Los malos siempre están fuera y son los culpables de lo que nos acontece. Sin darnos cuenta, hemos entrado en un circuito diabólico donde somos efectos del afuera (víctimas) que al mismo tiempo juzgamos y condenamos (verdugos). La pelota de la responsabilidad viaja a patadas de un campo a otro cual si fuera el lugar de la batalla.

¿Por qué aceptas que otros te culpen de no estar al servicio de sus vidas, de no prestarte para completar sus vacíos?
¿Por qué sigues aceptando cargar con las vidas de otras personas, vidas que no te pertenecen?

Cuando te abandonas, cuando dejas de ser tu prioridad, cuando permites que sean otras personas quienes te dirijan, pierdes tu poder, y al entregárselo acrecientas tu ESCASEZ, porque decides NO SER NADIE. Y, sin embargo, eres tú quien ha creado tu propio infierno, porque lo sepas o no, eres el CREADOR, la CREADORA de cada segundo de tu realidad.

La culpa no es otra cosa que una trágica falta de amor, un maltrato que te auto infliges cargando con pesos que MUCHAS VECES ni siquiera te pertenecen. Cuando vives la culpa te alejas de tu Ser, te separas del Todo al que perteneces, te metes en una cueva oscura de dolor e irredención donde te aplicas el castigo de la soledad, del sentirte inferior. Por eso tiene mucho que ver con la escasez. Si no vales, si eres culpable, entonces… ¡¡NO MERECES!!
​
Detente, siéntate a la sombra del camino y saca cada una de tus culpas y mira cómo puedes resolverlas. SIEMPRE hay una solución para cada problema.

Y recuerda: Pensar, sentir y actuar son tus herramientas en el viaje de tu vida. Por tanto,
​
ERES RESPONSABLE DE TUS PENSAMIENTOS, RESPONSABLE DE TUS EMOCIONES Y RESPONSABLE DE TUS ACTOS. 




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El perdón

9/28/2022

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Existe algo llamado responsabilidad por la propia vida a partir de la cual no puedo echar la culpa a nadie de lo que me ocurre y, por tanto, no es aceptable la búsqueda del chivo expiatorio que cargue con mis propios errores. La responsabilidad es el hecho de hacerme cargo de mi vida, de mi bienestar, así como de mis éxitos y fracasos. Esto, evidentemente, descarta por completo el hecho tan común de dejarme caer como un fardo sobre otros o de sentirme víctima a la que los demás tienen que salvar de sus naufragios.

Asumir la responsabilidad de mi vida me lleva al Ser, a la esencia genuina de quien realmente soy. Y cuando estoy ahí, lo que vive en lo profundo de mí es amor, libertad, comprensión infinita, es sentirme en unión con el todo. El ego, lo que conozco como mi personalidad, se ofende fácilmente y entonces traza hilos invisibles, pero muy potentes, que se van enredando y enlazando con aquellas personas de las que creo recibir los daños, encerrándome en un circuito diabólico del que no sé salir. De este modo, continúo repartiendo ofensas, recriminaciones, daños, castigos…, creyéndome estar en el lado correcto y ser víctima -culpando a los demás- de lo que me está aconteciendo. Y así, sin darme cuenta, me encierro en mi propia jaula buscando, sin conseguirlo, la puerta que me saque de esos barrotes que me aprisionan.

Pero hay una llave para salir de estar cárcel de auto encierro:

¡EL PERDÓN!

Perdonar es liberar a los demás de la culpa y asumir conscientemente el control de mi propia vida. Es tomar responsabilidad por la energía de vida que estoy manejando, o lo que es lo mismo, por lo que cada día estoy creando. NADIE tiene el poder de conducir mi nave a menos que yo le dé ese poder. Por tanto, todo lo que me acontece es resultado de lo que estoy creando con mis pensamientos, sentimientos y acciones. Cuando suelto, cuando asumo la responsabilidad de mi historia, y entiendo que los demás solo están ahí para mostrarme mis oscuridades, aquellas facetas de mi personalidad que no vibran todavía en luz, entonces, cada persona que se cruza en mi camino es un maestro para mí.
​
Y si, finalmente, nadie tiene el poder de dañarme u ofenderme, tampoco hay nadie a quien necesite perdonar. En realidad, perdonar es simplemente deshacer los nudos que yo he creado, eliminar los hilos que me han mantenido atrapada, atrapado, y volar libre a nuevos espacios de experiencia y creación. Perdonar es decir adiós a mi pasado, es agradecer al que creí ser mi verdugo -en verdad mi maestro- por el regalo de permitirme despertar a mi verdadero ser. Perdonar, es convertirme en un ser ¡LIBRE!

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El ruido del ego y la paz en el silencio

4/19/2020

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Corona - Virus.  Reflexiones sobre la vida y la muerte

3/29/2020

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Llueven las informaciones, los desmentidos, las noticias falsas…, todo a la velocidad de la luz, sin darnos apenas tiempo para poder asimilar tantos contenidos. Se alternan en un baile de difícil equilibrio el entusiasmo y el desánimo, las ganas de enfocar la experiencia desde el lado positivo frente al miedo que nos deja sin aliento y nos paraliza. 
¡Luces y sombras!¡ La experiencia es increíble! Todo se mueve de pronto bajo los pies inciertos, que hacen malabarismos para seguir caminando. La corona y el virus, juntos en este baile planetario. ¡Todos incluidos en el espectáculo!
No deja de ser asombroso el nombre de este pequeño ente que se expande aterrorizando al mundo entero con su amenaza de muerte. La muerte, que no fue incluida en esta vida de placer inmediato, de juventud eterna, de disfrute y confort. Muerte que, al mismo tiempo, nos habla de vida, de la vida del alma gobernando al cuerpo. Me gusta mucho el símil de la corona como el rey, el yo, la luz, el amor, la vida; y el virus como la sombra, el ego, el miedo, el egoísmo, la muerte.
La naturaleza, la tierra entera tomando ahora el poder (la corona), recluyendo al hombre (el verdadero virus). Se ha invertido el proceso. El virus humano, desoyendo sus gritos, siguió corrompiendo y destruyendo, y ahora la madre nos castiga al cuarto a pensar, mientras ella se regenera de tanto abuso y maltrato. Libre la naturaleza, preso el hombre. ¡Curiosa vuelta!
El dualismo se intensifica en esta crisis pandémica como un símbolo de todo lo que una parte del mundo ha infligido a la otra. El virus del egoísmo, personificado por la sociedad del confort, del consumismo, la super abundancia, el despilfarro, la avaricia, la feroz inconsciencia y el abuso, levantando barreras, erigiendo muros, cerrando fronteras, negando el refugio a los que huyen de injustas guerras, muchas de ellas creadas por ese mismo mundo que ahora les niega y rechaza. El hambre, la pobreza, la miseria, la guerra, el dolor, la enfermedad… ¡todo fuera de nuestras fronteras! ¡Que nadie pase, que nada pueda contaminarnos! ¡Que se ahoguen en el mar! Y a aquellos que no mueran saltando los crueles muros que hemos levantado, los encerraremos en guetos, en cárceles mal disimuladas, o los devolveremos “en caliente” a sus infiernos.
Pero, qué curioso. Ese mismo virus se vuelve ahora contra nosotros, el mundo rico y nos recluye, nos ataca, nos remueve, nos mata y nos obliga a cambiar. ¡Cambiar o desaparecer! Una vez mas confrontados al viejo paradigma: el miedo o el amor, el virus o la corona. El miedo nos recluye, nos confina dentro de nosotros mismos, ahogándonos, impidiéndonos respirar. El ego agarrándose desesperado a lo que conoce, a los viejos modelos porque se resiste a morir. El ego confinado, encerrado, al que le han puesto ahora las barreras y le han quitado su libertad. ¡El ego muerto de miedo a morir!
Mientras tanto, en otros espacios, la corona brilla en la generosidad creciente que se expande como aire nuevo, en el amor que une. Ahora, el vecino importa, importan los besos, los abrazos, importa el amigo, al que se añora. Se silencia el mundo de la farándula, de los estadios y emerge otro, al que se aplaude cada día. Profesiones, antes consideradas pequeñas ahora son valoradas y agradecidas. También aquí se le dio la vuelta a la tortilla. ¡Grandeza y miseria navegando juntas en un mismo barco!  El mismo conflicto humano, mil veces repetido, pero esta vez multiplicado. La grandeza parece más grande y la miseria más miserable.
               ¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir en mi propia vida, en mi actual experiencia! 

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Vivir en pareja

1/11/2019

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Lo que me enseñó este año 2017

12/16/2017

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Un año que fue particularmente difícil, me trajo estas enseñanzas que deseo compartir. Aprendí:
Que la vida es un absoluto e insondable misterio para la mente.
  • Que todo llega en su momento y de nada sirve tratar de controlar o de empujar.
  • Que buscar constantemente la solución fuera no es la mejor opción para llegar a mi esencia.
  • Que la confianza, el soltar, y el dejar todo en manos de lo divino dentro de mí, es el camino para vivir en paz.
  • Que la felicidad es una decisión interior.
  • Que ser víctima acarrea mucho sufrimiento.
  • Que todo lo que me ocurre tiene un sentido, aunque yo no lo pueda ver, y que es bueno para mí; lo mejor, ya que me lo trae MI SER.
  • Que el miedo es la falta de confianza que me separa del amor, de la sabiduría del universo y de mi verdadero ser eterno.  
  • Que no hay víctimas ni verdugos. Que este es un mundo de aprendizaje a través del camino de la dualidad; de la luz y la sombra. Que todo es simplemente EXPERIENCIA.
  • Que solo soy memorias; una acumulación de memorias pasadas, que mis miedos proyectan hacia el futuro en un intento de resolver el dolor.
  • Pasado y futuro es únicamente un archivo contenido en el ordenador personal.
  • Que el tiempo presente es la magia de la verdadera vida; que solo ahí estoy YO, y, por tanto, la salida de la madriguera, del laberinto.
  • Que es extremadamente fácil confundirse y creerse que soy el EGO.
  • Que únicamente SOY EL OBSERVADOR.
  • Que la vida es un extraordinario regalo que no debe desperdiciarse.
  • Que los demás están ahí para reflejar mis luces y mis sombras; su presencia en mi vida me ayuda a transmutar y liberar mis cadenas.
  • Que todos estamos interconectados en el juego de la vida y somos los protagonistas de nuestra obra y, al mismo tiempo, los personajes de la obra de los demás. TODOS CONTRIBUYENDO AL CRECIMIENTO DE TODOS.
  • Que el perdón es la luz del amor que todo lo embellece y transforma.
  • Que la enfermedad es la última llamada del Ser para impulsarnos a soltar, liberar, cambiar, transmutar, despertar y SER. 
  • Que la gratitud es la puerta abierta a la felicidad.

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Valorando lo positivo y reconduciendo lo negativo

7/28/2017

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Cuando hablamos de castigar a los niños, siempre hay división de opiniones. Unos se muestran débiles, inseguros y compasivos, negándose con ahínco a cualquier tipo de penalización. Otros, en cambio, son extremadamente estrictos, y no dudan en aplicar sistemas de control, a veces enormemente severos o incluso crueles. Sin necesidad de caer en ninguno de estos extremos, es fundamental tomar riendas en el asunto, y no dejar pasar por alto los actos, digamos “inadecuados”, de nuestros hijos.

A poco observadores que seamos, descubriremos una ley infalible según la cual si premiamos los actos incorrectos, obtendremos más actos incorrectos. Si el niño monta una rabieta y para que se calle le damos un caramelo, se aprenderá el truco, y muy pronto entenderá que sólo tiene que armarla para recibir ciertas recompensas. Pero si premiamos lo positivo, este reconocimiento le servirá de incentivo para seguir creciendo en esa línea. Los niños siempre quieren ir hacia arriba, superarse a sí mismos. Les encantan los retos, y reciben con enorme satisfacción las valoraciones a sus logros. Ahora bien, si castigamos lo bueno, lo que nos vendrá de vuelta será, indiscutiblemente, malo. Veamos un ejemplo: Sara ha pasado la tarde haciendo sus tareas escolares y ahora quiere charlar un rato con nosotros o simplemente enseñarnos un cuaderno que le ha quedado precioso. Anda hija, no seas pesada, déjame tranquila y vete a jugar a tu cuarto. Esta actitud, más frecuente de lo que somos capaces de reconocer, es una enorme penalización hacia todas las conductas positivas que está mostrando esa hija, y que, de ser repetida, podrá derivar en que ella se desanime, pierda interés por sus tareas y comience a trabajar de forma chapucera, puesto que no encuentra a nadie que valore sus esfuerzos. Además, lo que conseguiremos con este rechazo será que la comunicación se corte y que ya no quiera hacernos partícipes de su mundo interior.

Otro ejemplo: Tenemos a la misma niña muy aplicada trabajando en su cuarto. El hermano pequeño entra y en un descuido le pinta un garabato en el cuaderno. Envuelta en lágrimas va hacia su madre a enseñarle el desastre, pero ésta se enfada con ella, le dice que es una exagerada, que no es para tanto y que lo haga de nuevo. Sin más, coge al pequeño y se lo lleva en brazos a la cocina para darle una galleta. Acaba de violar magistralmente la ley premiando el acto incorrecto y castigando el positivo. ¡Que luego no se extrañe de los resultados! En relación con esto, conviene estar muy atentos a no premiarles cuando están enfermos trayéndoles juguetes, dulces, o regalos de ningún tipo. Simplemente hemos de darles lo que necesitan para ponerse bien, pero si premiamos la enfermedad, obtendremos más enfermedades como forma de llamar nuestra atención y obtener cosas a cambio.

El castigo nunca va dirigido al niño como ser espiritual, sino a sus comportamientos reactivos. El premio en cambio sí es para él. Esta distinción es de gran importancia. Al premiar al genuino ser que es, le ayudamos a crecer como él mismo, mientras que si penalizamos sus actitudes negativas, éstas irán disminuyendo, para dejar finalmente que sea el propio ser del niño quien brille como protagonista de su vida. Por otro lado, este criterio nos ayuda a nosotros a no caer bajo el influjo de nuestra propia mente reactiva, la cual nos llevaría a enfadarnos con el niño hasta hacerle sentir que no le queremos, y ese sí es un castigo que no puede soportar.

La familia es algo más que la suma de varias personas compartiendo un mismo techo. Es un ser en sí mismo, cuyo objetivo es lograr la supervivencia como totalidad. Se trata pues de un grupo trabajando unido en pro de la máxima realización de cada uno de sus miembros. Sólo cuando todos funcionan de manera óptima es cuando podemos hablar de una familia feliz viviendo en armonía. Cuando alguien está operando desde su esencia positiva, está ayudando a los demás, pero cuando actúa de manera reactiva, disminuye o interrumpe la producción del grupo. Imagina que estás hablando por teléfono de un tema de trabajo y tu hija se lanza a montar una rabieta para llamar tu atención. Esto afecta a la supervivencia de todo el conjunto. O si estás preparando la comida, algo que beneficia a todos, y descubres que te falta un ingrediente esencial, que tu hijo se ofrece a ir a comprar. Él está colaborando al bienestar común. 

Un sistema para ayudar a nuestros hijos en esta dirección es realizar una forma de toma de consciencia de actitudes, a través de un cuadro o una pizarra colocados en un lugar estratégico. Pondremos allí los nombres de los niños que componen el grupo familiar, y encima dos casillas con los títulos: “Actos que ayudan”, y “Actos que dañan”, (es una idea) en las que anotaremos las marcas correspondientes. Esto, además de ser muy gráfico, y permitir que el propio niño lleve la cuenta de su estadística, nos evita las broncas, los gritos y las regañinas. Simplemente anotamos sin más en el lado correspondiente toda acción destructiva, como provocar peleas, llantinas para obtener beneficios, engaños, faltas en sus responsabilidades, violaciones de las reglas de la casa, o cualquier tipo de conducta reactiva. En el lado positivo, las marcas indicarán conductas favorables, como ayudar espontáneamente, adquirir una nueva habilidad, sobreponerse a un problema, a un enfado, hacer algo muy bien, ser amables, estar dispuestos a echar una mano a alguien de la familia, prestar algo, tener ideas creativas, y cualquier otro acto que contribuya al placer y bienestar de todo el conjunto. Obviamente, esto deberá ir cambiando según la edad de los niños. Para empezar, debe resultar un juego, y nunca un gráfico que sirva de juicio condenatorio. Cuando son pequeñitos, lo mejor será hacerlo a base de dibujos, por ejemplo titulando la casilla positiva con un sol y la negativa con una nube, o con una cara feliz y otra triste. Las anotaciones en el lado positivo podrían ser estrellas, y rayos en el negativo. Lo fundamental, al aplicar este sistema, es no acompañarlo de ningún comentario evaluativo. El gráfico ya es una imagen lo suficientemente representativa, y es justo lo que nos permite abandonar la destructiva crítica, o la ineficaz bronca.

Al final de cada semana se dibuja el balance (pueden ser soles en el total positivo y nubes en el negativo), y se premia o penaliza el resultado. Por ejemplo: “¡Qué maravilla! ¡Esta semana tenemos dos soles! ¿Qué os parece si nos vamos a merendar por ahí para celebrarlo? Ni siquiera es necesario mencionar la palabra “premio”. El premio parece que conlleva su expresión final en algo material y, en este caso, se trata más de la valoración de las actitudes positivas de nuestros hijos. ¿Y cuál entonces el castigo? Pues sin duda las nubes, porque si son las nubes las que imperan, entonces no hay esa salida especial a merendar. Aparentemente, esto puede crear el conflicto de que unos niños siempre obtengan soles y otros nubes, pero generalmente, ellos mismos se esforzarán por sacar más estrellas que se conviertan en soles. ¿Afán competitivo? Es posible, pero también podemos enfocarlo como el intento del ser genuino por lograr acceder a estados más alegres y positivos.

El castigo nunca debería llevar la connotación de fastidiar al niño y hacerle que pague por sus actos, sino más bien ser mostrado como una consecuencia inevitable de una creación suya que tiene sus resultados. ¡Qué pena! Como no terminaste tus tareas ya no hay tiempo para que veas los dibujos. Tardaste tanto en lavarte los dientes que ya no podemos leer el cuento. Son ideas. Lo que quiero transmitir es el enfoque. No se trata de yo, Dios del universo, poseedor de las llaves del reino, te castigo porque te portaste mal. Es cambiar el sujeto. Tú, al no cumplir con lo que te correspondía, ahora perdiste la posibilidad de tener, hacer, etc. Hay castigos desproporcionados, que son verdaderas venganzas de padres hartos de repetir y repetir las mismas consignas. En la forma que propongo, es un acompañamiento al niño en un momento en el que tiene que asumir la frustración de recibir un efecto creado por él mismo. Esto le enseña la ley de causa y efecto y le permite aprender a ser más responsable de sus propias vivencias.

Antes de iniciar este sistema es imprescindible hablar con los niños y explicarles lo que vamos a hacer y lo que se espera de ellos. Jamás les castigaremos por violar normas que no hayan sido previamente definidas con absoluta claridad, o que nosotros cambiamos a nuestro libre albedrío. Hemos de ser muy disciplinados y honestos para no fallar y traicionar su confianza. Todo tiene que estar claro, y si alguna vez entendemos que algo debe ser cambiado por el bien de todos, es preciso advertirlo con suficiente antelación. Es conveniente leerles las normas varios días seguidos, además de anotarlas en algún lugar visible, que les sirva de recordatorio. El ideal es pedirles que ellos mismos se pongan las marcas, tanto positivas como negativas, lo cual les mantendrá más interesados en el proceso. También es necesario ser flexibles y no tomar en cuenta cosas sin demasiada importancia, pues nosotros somos los primeros en fallar.

En cuanto a las tareas que tienen que asumir en la casa, lo mejor es hacer una reunión, poner sobre la mesa las acciones a realizar y permitirles que elijan. Por ejemplo: sacar la basura, recoger la mesa, poner el lavaplatos, dar de cenar al gato…. Y claro está que han de ser revisadas periódicamente para darles la oportunidad de cambiarlas. Dichas responsabilidades tendrán que adecuarse a la edad de los niños. Empezarán por realizar pequeñas cosas, según sus capacidades. Esto les ayudará a fortalecer su voluntad, e irá creando las bases de su futura auto disciplina. Además de ponerles sus estrellas, es bueno agradecérselo y demostrarles que se les valora por ello. Los niños buscan la satisfacción íntima de sentir que ya son capaces de ayudar. Es importante resaltar que el volumen de sus tareas no supere nunca, ni sus capacidades, ni el tiempo del que disponen. Su responsabilidad básica estriba en sus estudios y, por supuesto, en disfrutar su tiempo libre, no en ser permanentes ayudantes de las tareas domésticas. Y si digo esto es porque hay madres que sobrepasan largamente estos límites. Madres que creen que una de las principales obligaciones de sus hijos es ayudarlas en todo momento y, es más, incluso adivinar por anticipado aquello que, según ellas, requiere ser hecho.

Aunque normalmente, los niños suelen acoger este sistema con mucho alborozo, máxime si hacemos algo creativo y bonito y les dejamos participar en el proceso de confeccionar el gráfico, también es posible que se resistan y se enfaden con nosotros, y hasta con la pizarra (conozco un caso en que rompieron el papel donde estaba el cuadro). Esto suele pasar con niños muy mimados y consentidos, que de pronto sienten que el poder que habían conquistado en esa casa está amenazado. Es fundamental no perder en ese momento los papeles. Intentarán luchar para desbancar el método, y si dejamos la menor fisura, nos habrán ganado la batalla, probablemente para siempre. Así pues, abróchense los cinturones que la cosa se puede poner al rojo vivo. Si surge la crítica, no discuta, no se justifique, no trate de hacerles “razonar”. Recordemos que la mente reactiva no razona, y cuando se ponen así ya sabemos desde dónde nos están hablando. De manera que, ante la crítica, marca negativa; ante la justificación (“se me olvidó”), rayo fulminante; ante, “esto no es justo”: “anótate otra cruz”. No haga ningún comentario, sólo anotar las marcas con la mayor sangre fría posible y sin que le tiemblen las piernas. Ya sé que se sentirá fatal (a todos nos ha pasado al principio), pero esto se supera muy rápido, y finalmente los niños estarán encantados, buscando la forma de conseguir más estrellitas.

Para que esto funcione es muy importante que busquemos lo positivo que el niño haya hecho. Sólo así lograremos que se interese en el proceso. Si únicamente ve marcas negativas, se abrumará y caerá a apatía con el tema, o con suerte se cogerá una buena rabieta. En cualquier caso, dejará de prestarle atención y pasará olímpicamente de cruces y rayos. Pero si ve que puede conseguir positivos, y si los positivos se traducen al final en algo especial, como un paseo por el campo, una rica merienda o cualquier cosa que le proporcione alegría, entonces se pondrá manos a la obra, y en poco tiempo podremos percibir grandes cambios. Tenemos que ser inflexibles con lo negativo, pero hay que buscar (y siempre vamos a encontrar) algo positivo. Puede ser, por ejemplo, un besito que nos ha dado porque nos dolía la cabeza. Entonces podemos decirle: Voy a ponerte una estrella por ser amoroso conmigo. O bien: Ya sé que no te gustan las zanahorias, y veo que has hecho un esfuerzo por comerlas. Ponte una estrella. O: Has hecho un dibujo precioso y mereces una bonita estrella. O, aún más importante, ese día todo fluyó de maravilla. Se levantó cuando le dijimos, llevaba bien preparada su cartera a la escuela, etc…. Esta atención a todo lo positivo es además un aprendizaje para la vida. Nos ayuda a ver todas las cosas estupendas que ocurren a nuestro alrededor, en vez de estar siempre con la atención puesta en lo malo.

El propósito final de este sistema es lograr que el niño conquiste más habilidades, que supere límites, sea más superviviente, más positivo, y que ya, desde pequeño, aprenda a controlar y a manejar a su mente reactiva. De manera que, si al cabo del tiempo, los rayos siguen superando a las estrellas, lo primero que hemos de analizar es, qué estamos haciendo nosotros. ¿Estamos atentos a sus actitudes positivas? ¿Les valoramos y potenciamos en todo aquello que simplemente funciona bien? ¿Utilizamos este sistema como una forma de recalcar sus errores y mostrar nuestra superioridad ante ellos? ¿Somos nosotros los que anotamos las cruces negativas, o es nuestra parte reactiva la que encuentra mil defectos y goza con el castigo? Sepamos que si nuestra atención se queda fijada en lo negativo, es evidente que como recompensa obtendremos aún más de lo mismo, y esto no sólo en este asunto, sino en todas las áreas de nuestra vida.

No deja de ser sorprendente la manera que tienen muchos adultos de amonestar a sus hijos. Dijimos que el ejemplo es el único camino válido como modelo para ellos. De hecho, eso que hagamos o valoremos se constituirá en su credo. Así pues, tratar de reconducir una conducta negativa de forma negativa (gritos, enfados, malos modos), es una verdadera incongruencia y fuente de mucha confusión para ellos, lo que deriva en absoluta desconfianza e inversión de los valores. Hace falta mucha honestidad, mucha presencia por nuestra parte, para llevar adelante un programa como este. Y no solo presencia que observa, que está atenta y se da cuenta, sino también constancia. A una mujer que me consultó sobre los problemas de disciplina que tenía con un hijo, le recomendé este método. Me llamó sorprendida del entusiasmo con el que su hijo lo acogió. Probablemente era la primera vez que se sintió atendido, escuchado y tenido en cuenta. No duró mucho la cosa. Volvió a consultarme sobre nuevos problemas, y cuando le pregunté por el gráfico me contestó que ya no lo hacía porque era un rollo y le cansaba estar tan pendiente.

Otra de las grandes ventajas de este método, aparte de evitar las regañinas innecesarias y nuestro propio enganche con la ira, el mal humor o la amargura impotente de no saber qué hacer con los actos incorrectos de nuestros hijos, es el abolir la perniciosa culpabilidad con la que solemos castigarles cuando todos los largos y aburridos razonamientos, que por otro lado nadie escucha, han resultado inútiles. La culpabilidad es un recurso muy destructivo que tiende a manipular los comportamientos de los demás, en este caso de los niños, y que se queda grabada de tal manera, que más tarde nos costará sangre librarnos de esa sensación cada vez que algo ande mal. Ella es la que nos hace sentirnos inseguros y en permanente deuda con el mundo, así como en el punto de mira de la crítica ajena.

 Y lo mejor de todo. Nuestros hijos irán adquiriendo cada vez más responsabilidad por sus propias acciones, además de ir aprendiendo a controlar sus emociones, frustraciones, perezas o desidias. Ser responsables por la propia vida es el camino hacia la verdadera libertad. Cuantas más cosas les enseñemos a hacer, cuanto más aprendan a contribuir al bienestar de toda la familia, y cuanto más pronto aprendan a cuidar de sí mismos, a sobrepasar sus límites y a manejar las frustraciones, más confianza y seguridad en sus capacidades irán ganando. Es infinitamente más razonable permitir que se mojen cuando llueve por no haberse llevado el paraguas, que darles la paliza cada día con nuestras eternas cantinelas, o dejarles que pasen frío si no salen bien abrigados. Si estamos continuamente detrás suyo, no les dejaremos aprender y tomar responsabilidad por sí mismos. Recordemos que el lema de toda educación es ayudarles a que lleguen a ser los directores de su vida, sobre la que han de escribir su propio guión.

No pongo en duda que puedan existir otros métodos para lograr ayudar a nuestros hijos a desarrollar sus cualidades positivas y a reconducir las negativas. Pero, ya sea que apliquemos un método u otro, creo que lo prioritario es que los padres pasemos por un proceso de auto educación. No olvidemos que la educación se apoya en una herramienta fundamental: la imitación. ¿Cómo lograr que nuestros hijos no monten rabietas, no se enfaden violentamente, mientan, peguen o griten cuando nosotros tratamos de reprimir dichas conductas con las mismas armas? Educar no es reprimir, no es castrar, sino ayudar a ser la mejor versión de cada uno. Por tanto, es requisito imprescindible que los padres muestren una ética sin fisuras, que transmita a los niños un sistema de valores que no varíe según el aire que sopla, sino que sea estructura firme en la sustentar la dirección de los pequeños.  


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Educación familiar

7/28/2017

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Aunque la mayoría de los padres se esfuerzan por educar a sus hijos desde el respeto a su individualidad, lo cierto es que aún son muchos los que creen que sus vástagos han de seguir la misma estela, convirtiéndose en copias exactas, fieles a sus teorías, creencias y modos de vida.
 
No es difícil imaginar las graves consecuencias que acarrea este modelo anti-educativo, que lo que pretende es abortar la realidad del nuevo ser para obligarle a entrar en un formato que no le pertenece.
 
¿Cómo encajar en un mundo que te niega, que te fuerza a adaptarte, a representar un rol determinado, a meterte en la piel y en el ser de otro, negándote tu primer derecho fundamental: el derecho a tu identidad, el derecho a ser tú mismo, que es justamente la cualidad que te diferencia de los demás y que hace que puedas enriquecer el tapiz común creado entre todos?
 
¡Qué inmensa tragedia la de una forma de vida que no puede expresarse, la de un color que no consigue iluminar, la de una nota musical a la que se le impide sonar!
 
Educar no es hacer a los hijos a la propia imagen y semejanza, sino ayudarles a ser quienes verdaderamente son. Es contribuir a que desarrollen todas sus capacidades, todas sus potencialidades, guiándoles hacia sí mismos, en un entorno seguro, aportándoles una base sobre la que puedan crecer firmes y sin temor. Es protegerles, amarles y acompañarles en el despliegue de su individualidad que les convierte en seres únicos, portadores de un proyecto de vida también único.
 
Muchos de nosotros, cuando nos convertimos en padres, empapados por esta cultura materialista de posesión, caemos en el error de sentir que nuestros hijos nos pertenecen, y que, quieran o no, van a tener que seguir las pautas que les vayamos marcando puesto que, a partir de nuestra propia experiencia de vida,  son las que nos parecen las más idóneas. Y así, vamos instilando y haciendo valer nuestros puntos de vista sobre temas como los estudios, las profesiones, la religión, la política, las formas de pensar, de valorar el mundo, etc., sin olvidar los aspectos más domésticos o de cultivo de la imagen como: la ropa, el peinado, la alimentación, el cuidado personal, el orden, las amistades, etc.
 
Es dramático ver esas parejas madre-hija, padre-hija, madre-hijo, padre-hijo, y comprobar hasta qué punto están reproduciendo un modelo único que hacen de ellos la misma persona, siempre reproduciendo, como en un disco rayado, la misma o muy parecida historia. Todos llevan a sus espaldas generaciones enteras de seres a los que no se les permitió expresar su verdadero yo, su individualidad, su esencia. Por ello, hace falta implicarse a fondo y poner toda la energía disponible para poder  liberarse de estas poderosas influencias y desligarse de las cadenas de generaciones con las que intentan retenernos e impedirnos que podamos manifestar quien realmente somos.
 
El problema es que por el mero hecho de ser padres nos convertimos en educadores, cuando la mayoría no tenemos ni idea de por dónde empezar, ni de qué hacer, además de contar con todos los lastres que venimos arrastrando de nuestra propia y deficiente educación, y de esa insatisfacción casi general de no saber exactamente quienes somos ni qué es lo que se espera de nosotros. Nadie nos preparó para la tarea más difícil de nuestra vida y esto nos va a obligar a ir improvisando.
 
Para complicar aún más la cosa, nuestros hijos, en la primera etapa de su vida, nos van a convertir en su modelo, ya que la imitación va a ser su herramienta de aprendizaje. Su capacidad de cuestionar, de reflexionar y desarrollar sus propio juicio no está aún disponible, por lo que nos va a acoger, sin dudarlo, como sus guías, sus modelos favoritos, con todo lo bueno y lo malo que llevemos dentro. Y aquí aparece ya la primera trampa. La copia puede llegar a ser tan perfecta que al final la individualidad no encuentre resquicios para poder manifestarse. Por tanto, si no estamos atentos cuando llegue el momento de dejarles que desplieguen sus propias alas, y les instamos a seguir reproduciéndonos, ellos habrán perdido su libertad, su mismidad, y lo que es peor, habrán fracasado en su propio proyecto de vida.
 
Entonces ¿qué podemos hacer? Quizás simplemente mantener en todo momento el pensamiento:
  
“Ante mí veo un ser en desarrollo que confía en mí,
y al que yo quiero llevar de la mano hacia su propio objetivo”.
 
De este modo, me convierto en un iniciador ante su iniciado, y la relación alcanza así un nivel muy superior al meramente carnal o material. Yo voy a ser el testigo de su evolución, su ángel guardián, el que llevará siempre presente la imagen de su propio objetivo. Y aunque por momentos se desvíe de su meta, no puedo perder la fe en este nuevo ser que se ha puesto a mi cuidado, pues mi fe en él será como la luz que le guíe en los momentos oscuros de su camino.
 
Realmente, el mundo está necesitando padres y madres que reúnan los requisitos para convertirse en guías de sus hijos. Los hijos necesitan personas cuerdas, auto-educadas, cuyos valores se encaminen hacia la búsqueda de la verdad, y no de las apariencias; personas honestas, que se respeten y que sepan respetar a los demás, que busquen su libertad y que sean capaces de darla sin reservas; personas, en definitiva, que se trabajen a sí mismas, que no tiren nunca la toalla, que no piensen que por alcanzar una determinada edad ya llegaron al puerto y ahora pueden quedarse sentadas viviendo de las rentas.
 
Los seres humanos estamos en permanente evolución, en permanente crecimiento, y esto es lo mejor que podemos ofrecer a nuestros hijos. Podemos no saber, podemos equivocarnos, podemos arrastrar deficiencias, neurosis, problemas, pero si ellos ven que no nos detenemos, que seguimos buscando, que queremos continuar aprendiendo, de ellos incluso, de ellos a veces más que de nadie, puesto que ellos son los motores que nos impulsan hacia delante, quienes nos obligan a no quedarnos dormidos en el sofá de la vida burguesa, entonces ellos creerán en nosotros y creerán en sí mismos, en su propia capacidad para seguir avanzando. 
 
Luchemos, en primer lugar por nosotros mismos, por alcanzar nuestro propio proyecto de vida. Esta será la mejor herencia que podemos dejarles: nuestro ejemplo de vida. Y, al mismo tiempo, ayudémosles a que encuentren su espacio y sus propios valores que les permitan transformar el mundo en un lugar mejor.
 
Así pues, ¡ánimo, que queda mucha tarea por delante!
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Relación de pareja. Un reto de crecimiento personal

7/28/2017

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L​a relación de pareja, cuando es vivida de una manera consciente, resulta ser una de las más importantes fuentes de crecimiento personal. Muchos se adentran en ella con el anhelo de compartir su vida y ahuyentar la temida soledad, pero muy pronto van a descubrir los enormes retos y dificultades que esta unión conlleva.

El famoso mito de buscar la media naranja ha impedido en muchos casos el trabajo personal necesario encaminado a completarnos, a desarrollar todas nuestras cualidades y potenciar al máximo nuestras capacidades con el objetivo de ser quienes verdaderamente somos, y no una mera copia de nuestros ancestros. Y es que, una de las primeras cosas que vamos a descubrir, cuando hacemos un profundo estudio de nuestras relaciones, es el hecho de que estamos copiando actitudes, pensamientos y formas de vida heredados, así como modelos de relación en la pareja que también vienen dados por nuestros padres.

De niños aprendemos por imitación. Esto nos lleva a copiar modelos, a recrear actitudes y formas de vida. La relación con nuestros padres va a marcar significativamente el curso de nuestra historia. En ese proceso de imitación vamos a ir interiorizando imágenes de los modelos masculino y femenino (padre-madre) y reflejándolos posteriormente en las futuras relaciones. Todos tenemos estos principios interiorizados, y dependiendo de lo positivos o negativos que hayan sido, así van a discurrir nuestras relaciones de pareja.

De manera inconsciente, adoptaremos uno u otro como la figura imperante, bajo cuyo paraguas va a discurrir nuestra forma de gestionar la vida. Normalmente, copiaremos el modelo que nos pareció más fuerte, más superviviente, que suele ser el dominante. Pero también puede ocurrir que rechacemos ese modelo hasta el punto de adscribirnos a otro que resulte absolutamente opuesto. Esto dará pie a situaciones del tipo padre maltratador, mujer víctima, igual a hijo maltratador porque consideró mucho mas superviviente el modelo del verdugo. O también, padre o madre muy tradicionales y asentados en culturas de apariencia, igual a hijos que se van a los extremos opuestos.

En este proceso de interiorización y asunción del predominio, ya sea de lo masculino o femenino que hayamos desarrollado, veremos, por ejemplo, a mujeres con características más masculinas gracias a las cuales lograrán abrirse caminos y superar dificultades, así como varones en los que lo femenino destacará sobre lo masculino, lo cual les permitirá desarrollar su mundo emocional y sensible, sin que esto tenga incidencia alguna en su inclinación sexual.

Esto quiere también decir que esos modelos de madre o padre que hemos interiorizado y que copiamos mecánicamente, se van a transformar en una versión de nosotros mismos. Es decir, bajo su sombra, y de manera inconsciente, dejamos de ser quienes somos para convertirnos en ellos y así seguir su estela. De este modo, serán ellos, a través nuestro, quienes se van a relacionar con la pareja, ya sea imponiendo, recriminando, y/o tratando de que ésta se ajuste a los parámetros que han regido sus formas de vida. 

Muchos son, por tanto, los elementos que se conjugan a la hora de establecer una pareja. Hemos de entender que cuando entramos en una relación, venimos de un pasado que nos ha conformado, y en ese nuevo marco forzosamente van a mezclarse las historias que cada uno trae. Historias que a menudo contienen cantidades inmensas de dolor, de sufrimiento, de invalidaciones, juicios, críticas e incluso de maltratos y abusos infantiles.

Y, debido a ello, lo primero que buscaremos en el otro será ese padre o madre que no tuvimos; una figura bondadosa y plena de amor que cure todas nuestras heridas, llene los vacíos y calme los corazones doloridos. Porque, en una primera instancia, quienes van a hacerse cargo de la relación van a ser nuestros niños y niñas heridos; aquellos que no lograron ser plenamente aceptados, amados y guiados hacia su libertad y completo desarrollo. Por tanto, esa media naranja que sentimos que nos falta, la buscaremos en el exterior en lugar de profundizar en nosotros mismos para resolver los asuntos del pasado.

Pero no es la pareja quien ha de resolver y sanar nuestras heridas puesto que no es ella quien las generó. Es precisamente esta familia de origen la que creó en nosotros los vacíos, las soledades, la incomprensión y por tanto el dolor. Este niño o niña huérfanos de comprensión y afecto son un producto de estos modelos a los que nos mantenemos aferrados y fieles. Personas que destruyeron nuestra autoestima, que limitaron la expresión de nuestras emociones, pensamientos, deseos y preferencias, que nos contagiaron sus miedos, sus carencias. Y si no pudimos expresar lo que sentíamos ¿cómo vamos a poder relacionarnos correctamente con el mundo?

Una de las grandes decepciones que vamos a encontrar es constatar que el otro no va a poder encajar en el papel de padre o madre bondadoso y paciente que nuestros niños heridos reclaman, puesto que, como hemos visto, los que van a intervenir con mucha frecuencia van a ser esos mismos padres o madres que nos dañaron a ambos y que ahora se recriminan y luchan dentro de nosotros. Por tanto, no vamos a recibir lo que deseemos, sino más bien nos resultará una búsqueda infructuosa plagada de desencuentros y en la que van a perdurar los abusos, castigos y malos tratos.

Esta es la enorme riqueza de una relación, pues nos obliga a revisar nuestros modelos, a buscarnos en los conflictos, a encontrar a nuestros niños o niñas heridos y hacernos cargo y responsables de ellos. Porque solo cada uno de nosotros ahora, en este momento presente puede convertirse en el padre y/o la madre que no estuvo a la altura. Sólo nosotros podemos sanar todo ese dolor. No se trata de cargar sobre las espaldas de la pareja esta responsabilidad puesto que no fue ella quien creó los daños. La pareja únicamente puede acompañarnos en el proceso de auto sanación. 

Así pues, no solo hemos de descubrir a estos niños heridos que llevamos en el interior y que claman por ser reconocidos y sanados, sino también darnos cuenta de que en la relación pocas veces vamos a ser nosotros mismos quienes protagonicemos los hechos. Serán, en gran parte de las ocasiones, nuestros mutuos progenitores peleando entre sí, generando la eterna lucha por conquistar el poder en la relación. Madres o padres que se impusieron demasiado y que nos obligaron a vivir nuestra historia de igual forma en la que ellos la vivieron. Progenitores que no nos dejaron crecer y que ahora siguen intentando incidir directa o indirectamente en nuestra pareja, imponiendo sus criterios o sus normas y cuestionando nuestra relación y la posible nueva manera de actuar en la familia que acabamos de formar.

Por tanto, serán varios los personajes que van a intervenir en cada uno de los desencuentros o peleas en los que nos encontremos inmersos. El reto consistirá en descubrir quién es cada cual y así poder invitarles a retirarse del conflicto, una vez asimiladas las enseñanzas que hayan podido traernos,  y tomar el mando para hacernos cargo nosotros de la situación y encontrar la mejor manera de resolverla. Para lograrlo y empezar a ser quien verdaderamente somos, hemos de sacar a ese padre o madre que vive en nuestro interior, asimilando todo lo positivo que como herencia nos haya transmitido, y depurando y transformando los aspectos negativos, así como desechando todo aquello que no somos y que está condicionando nuestra vida presente.  

Está claro que si alguien nos avisara a tiempo de todos los retos y dificultades con los que vamos a tener que lidiar en una relación de pareja, todos saldríamos corriendo. Por eso, la sabiduría de la Vida creó ese lazo químico o flecha de Cupido que nos dirigió y unió a una determinada persona con la que se nos brinda la gran oportunidad de conocernos, de descubrir las copias, la falsedad de eso que llamamos nuestra forma de ser, nuestra personalidad, y adentrarnos en una fabulosa búsqueda de nuestra verdadera identidad. Y para ello, lo primero que hemos de hacer es quitar todo lo que no somos. Solo así puede aparecer lo genuino. Y la pareja es uno de los marcos adecuados que nos van a permitir ese trabajo.

Un factor muy importante que incide tanto en contra como a favor a la hora de tratar de deshacernos de estos modelos negativos es la fidelidad inconsciente que mostramos hacia nuestras familias de origen. Es precisamente esta fidelidad la que nos impulsa a repetir los modelos en un afán positivo y leal de liberar a todo el grupo familiar o constelación de la que hemos formado parte. Pero los hijos no pueden deshacerse fácilmente de las historias conflictivas a menos que sus padres, primeros en la jerarquía, logren hacerlo. Esta es la razón por la cual podemos ver eternas secuencias generacionales que repiten una y otra vez los mismos conflictos sin poder encontrar la salida del túnel. Véase el ejemplo de maltratos, violaciones, alcoholismo, drogadicciones, etc.

Sin embargo, cuando los hijos se hacen conscientes y trabajan consigo mismos para erradicar los modelos negativos, ayudan a sus padres al actuar como espejos en los que ellos puedan mirarse y ver reflejadas sus carencias y todo aquello que les falta por resolver. Y lo maravilloso de esto es que, una vez que estos hijos logran al fin cortar la cadena que les ata al pasado, liberan a todas las generaciones tanto pasadas como futuras de seguir repitiendo el conflicto.

Por otro lado, la fidelidad a la familia de origen daña terriblemente a nuestra pareja porque esto impide que podamos entrar sin trabas en la nueva relación de una manera libre, cortados los cordones umbilicales y las fidelidades que ya no son adecuadas, puesto que la fidelidad mayor que ahora hemos de establecer es la que entregamos a la actual pareja y a la familia que estamos formando. Si seguimos alimentando o protegiendo excesivamente a la familia de origen es muy difícil que podamos encontrar la energía necesaria para estar entregados al cien por cien en el nuevo proyecto en el que nos hemos embarcado.

Otra de las extraordinarias oportunidades de crecimiento que la pareja nos ofrece es el hecho de actuar como espejo en el que poder mirarnos. En su reflejo podremos descubrir tanto las luces como las sombras que nos conforman. Veremos todo aquello que aún no fuimos capaces de conseguir, y todo lo que todavía nos queda por transformar. Gracias a esta toma de consciencia vamos a seguir creciendo y no quedarnos estancados en condicionantes, falsas imágenes o historias antiguas.

Pero el otro como espejo es un nuevo reto a afrontar porque la tentación va a ser el culparle de lo que no va bien y no hacerme responsable de que justamente aquello que critico es algo que me pertenece y viceversa. Hay que tener un gran compromiso, valor y honestidad para mirar nuestro reflejo y hacernos responsables de nosotros mismos. Es más fácil echar los balones fuera y culpar a nuestra pareja de los males que nos aquejan.

Cuando me descubra criticando algo que rechazo en el otro, lo que más va a ayudarme será mirar dentro de mí para encontrar qué es aquello que al no aceptar en mí mismo estoy proyectando fuera. Recriminaciones y críticas permanentes no son otra cosa que el fracaso que estoy mostrando en no reconocer la parte que yo pongo para que la relación no esté funcionando, así como mi incapacidad para comunicarme y expresar lo que siento y lo que necesito, no solo a la pareja, sino principalmente a mí mismo. Y, por supuesto, la falta de responsabilidad que estoy manifestando en la relación conmigo mismo y con el otro.

Unir mi destino a otro ser con el objetivo de que me complete, es renunciar a la grandeza y a las infinitas capacidades que me habitan. Presentarme con todas mis minusvalías y hacer responsable a la pareja exigiendo que sea ella quien se haga cargo de mis deficiencias, es faltarme al respeto, cortar de raíz mis propias alas y encadenarme a una serie de sufrimientos y desavenencias que van a resultar inevitables, puesto que en lugar de construir algo común, voy a poner todo mi empeño en destruir la forma de vida que tengo enfrente y que se resiste a cargar con mi pesada mochila. Y no se trata tampoco de maternalizar, paternalizar o hacer de terapeuta en la relación, puesto que hacernos cargo del niño o niña herido que tenemos enfrente es como decidir viajar al pasado y quedarnos allí tratando de entender lo que ocurrió. Esta es una tarea que hemos de resolver en solitario o buscando la ayuda profesional.    

La pareja no debería ser una suma de restas, sino una permanente aportación de lo que yo he llegado a ser con todo lo logrado hasta ahora, y que pongo sobre la mesa con el entusiasmo de unirlo a la persona con la que quiero compartir mi vida y crear un proyecto común. Proyecto en el que vamos a ir multiplicando nuestra capacidad de comunicación, comprensión  y empatía hacia lo que vive en el ser del otro.

Cuanto más limpios de viejas heridas, sanos, renovados y libres estemos, cuanto más hayamos depurado y ampliado nuestras limitaciones y desarrollado al máximo los dones y cualidades que nos pertenecen, más vamos a poder ofrecer a nuestra pareja para compartir con ella las futuras experiencias que nos permitan seguir creciendo. Entonces estaremos ya disponibles para invertir el deseo inicial de ser completados por ella, para pasar a trabajar en el sentido de darnos y favorecer su libertad promoviendo todas aquellas acciones que vayan encaminadas a que nuestra pareja pueda acercarse cada día más a su propio proyecto personal: el de ser uno mismo en plenitud.  

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Los límites en la educación

7/28/2017

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En esta sociedad de consumo inmediato, de búsqueda de satisfacciones rápidas que dan la espalda a los procesos, donde todo se confabula para que obtengamos aquello que deseamos de la forma más veloz posible: comida rápida, información y comunicación instantánea, cambios frecuentes de modas…, hablar de límites es encontrar, en la mayor parte de los casos un rechazo frontal. Y, sin embargo, todo en este universo está limitado. De hecho, es gracias a los límites que aparecen las formas. Cada uno de nosotros estamos contenidos en nuestra propia forma, lo cual hace inmensamente variado y rico todo el panorama.

Desde el instante mismo de la concepción, nos encontramos límites que, a modo de retos, trataremos de expandir en la medida en la que vayamos ampliando nuestro conocimiento y experiencia: el vientre materno, la cuna, la cama, la habitación, la casa, la familia, lo que puedo o no puedo hacer en este momento…

Los límites enmarcan. Son una frontera que nos delimita, separándonos de lo que no somos, y permitiéndonos distinguirnos de todo lo demás. En este sentido, también son un manto protector que nos aporta seguridad y estabilidad. Al contenernos, nos invitan a interiorizarnos y a no perdernos en el afuera. En ausencia de límites todo se desbordaría.

Hay límites sutiles que se manifiestan en la forma de relacionarnos: las conversaciones o los silencios, los deseos de compartir o de aislarnos, las acciones o los momentos de quietud, los movimientos de empatía o los rechazos, hacia dónde nos dirigimos o de dónde nos retiramos…. A través de cada uno de estos movimientos buscamos nuestro equilibrio en una permanente respiración que acepta o rechaza lo que viene de fuera. Tan necesario es que nos auto-limitemos, como que limitemos a los demás cuando pretenden entrar sin ser aceptados en nuestro espacio personal. Ya que mi libertad termina donde empieza la del otro, y viceversa.
Es a través de este doble gesto (dentro-fuera) donde encontramos la estabilidad que nos permite dirigir la propia vida. No es dejándonos llevar por cada uno de nuestros deseos como extendemos nuestros límites, si no que estos se amplían en función del conocimiento y la responsabilidad que vamos adquiriendo, pues, a mayor conocimiento y responsabilidad, mayor libertad en todos los niveles de nuestra vida.

Hay también pensamientos, recuerdos y emociones que nos limitan hasta el punto de no dejarnos expresar todas nuestras potencialidades. Y estos son los que crean los miedos, a veces irracionales, con los que tenemos que lidiar cada día. Y no estamos hablando de ese impulso de lucha o de huída instintivo que subyace a todo momento de peligro y que nos ayuda a sobrevivir, sino a aquellos que nos impiden vivir con plenitud. Son estos miedos con los que hemos de trabajar especialmente para ensanchar nuestras fronteras. De no hacerlo, vamos a contaminar nuestra vida y la de aquellos a los que pretendemos guiar, es decir, a nuestros hijos.

Educar implica un gran trabajo de auto-educación. Y este proceso ha de ir acompañado de una comprensión de los límites en los que hemos de movernos, con objeto de lograr el mayor beneficio para nosotros y para todo el conjunto familiar y social. No deja de ser interesante comprobar que muchos padres que tienen dificultades para poner límites a sus hijos, tampoco pueden soportar el ponérselos a sí mismos ni el recibirlos desde otras fuentes externas. Hay, como mencionamos antes, un considerable rechazo a ser limitados y a limitar.

Las razones las encontramos en los modelos educativos de las generaciones precedentes en las que se vivía con un exceso de límites impuestos de manera arbitraria y autoritaria, donde primaba la falta de respeto al ser del niño, considerado casi como una prolongación del animal que simplemente debía obedecer y acatar las órdenes sin rechistar. Hoy en día, asociamos los límites con un ataque a nuestra libertad, en lugar de con un sistema de protección para nuestra propia supervivencia, por lo cual muchas tendencias se han dedicado a derribarlos. Hay movimientos educativos, por ejemplo, que consideran que no hay que poner límites a los niños en pro de su libertad. Pero a los niños les falta el conocimiento; su mente no está aún formada para descifrar cómo funciona el mundo exterior, no tienen todavía suficientes experiencias como para auto limitarse como ejercicio de simple supervivencia o de respeto hacia los demás.

A raíz del antiguo modelo educativo, muchos padres educan a sus hijos en un paradigma radicalmente opuesto: ausencia casi total de límites que hacen del niño un ser caprichoso, a menudo tirano, que lo quiere todo ya, sin esfuerzo, sin creatividad y sin soportar ni saber gestionar la mínima frustración. La pregunta es cómo va a poder desenvolverse en un mundo plagado de límites cuya ferocidad competitiva y exigente aumenta cada día.

Un elemento que agrava la situación es la jerarquía, que también ha sufrido un duro revés. Tras el despotismo anterior, el modelo actual es la inversión jerárquica. Ahora es el niño quien decide cómo y cuándo, y el adulto el que se sitúa en un rol inferior tratando de negociar con él, de pedirle permiso, de intentar que no monte el escándalo, que no le castigue con sus coléricos caprichos y exigencias. Esta inversión de los roles familiares crea consecuencias graves a la larga, pues produce grandes desequilibrios en todo el grupo familiar y en cada uno de sus componentes; desequilibrios con los que van a contaminar a las nueva familias que vayan creando.

Falta, por tanto, encontrar ese nexo, que muchas veces es el simple sentido común, que nos permita conjugar elementos de ambos extremos, de forma que no confundamos el amor con la permisividad, ni la libertad con el libertinaje. Una pedagogía sana ha de hallar la forma de educar desde el respeto, de limitar desde el amor, y de acompañar desde el conocimiento.
Desde esta perspectiva, podríamos dar un nuevo enfoque a este asunto, considerando los límites que establecemos para los niños como un préstamo sin intereses que les ofrecemos de nuestra propia voluntad. Al estar en periodo de aprendizaje y no tener conciencia de las cosas que pueden perjudicarles, no se encuentran aún capacitados para ejercitarla desde su interior. Nosotros somos sus guías, y tenemos que ayudarles a través de los límites para ir iniciándoles en todo aquello que les redunde en una vida más positiva y feliz. Y, además, les iremos enseñando a superar las frustraciones que puedan provocarles dichos limites, así como a ampliarlos en la medida en la que vayan asumiendo responsabilidades.  

No se trata por tanto de educar en libertad, sino de educar para la libertad. Y la libertad no es dejar que los niños hagan lo que quieran en cada momento. La libertad es un proceso que va acompañado de la responsabilidad que vamos asumiendo. ¿En qué modo me implico en la vida? ¿Cómo vivo mi vida? ¿Cómo interactúo con los demás? ¿Soy consciente de que cada acto, pensamiento, emoción, gesto y actitud míos están generando consecuencias? Una de las mejores herramientas para ayudar a nuestros hijos a comprender e interiorizar los límites son las actividades cotidianas. En la medida de lo posible, y en función de su edad, les iremos introduciendo determinadas tareas de las que puedan ir haciéndose responsables, como ayudar a poner la mesa, a recoger los juguetes, a preparar la ropa del día siguiente, cocinar…. Y siempre enfocándolas como un juego con el que además colaboran al bienestar de toda la familia. En este sentido, es importante tener en cuenta cómo vivencia el niño el paso del tiempo, pues es muy diferente a la manera en la que nos afecta a los adultos, quienes lo vivimos como uno de los límites más severos y estresantes. Para ellos, al no estar su mente tan llena de contenidos, el tiempo es un eterno presente que se estira de forma casi permanente. Esta es una de las razones por las cuales les cuesta tanto dejar de hacer algo que les gusta. ¡Nunca se irían a la cama por iniciativa propia, ni dejarían de comer helado, ni terminarían de jugar, ni…!

​Al aplicarles límites les estamos enseñando que toda acción conlleva unas consecuencias (si no duermo estoy cansado; si doy patadas nadie quiere estar conmigo; si no presto mis juguetes tengo que jugar solo; si como muchos helados me dolerá la tripa…). Esto significa enseñarles la ley de causa y efecto, para que a través de las causas que produzcan puedan recibir los efectos deseados. Semejante actitud les ayudará más adelante a hacerse plenamente responsables por su vida, a no colgarse de manera dependiente, a gestionar sus asuntos y a no culpar a los demás o al universo de los posibles desastres que puedan acontecerles.

Ahora bien, hemos de ser muy creativos. No vale eso de: “porque lo digo yo”, “porque sí”, etc. Que no quieren salir de la bañera…, quitamos con disimulo el tapón y decimos: “Oh, el agua quiso irse con el río”. Gritan porque no quieren irse a dormir…, su osito o muñeca favorita tiene mucho sueño y se va a la camita y nosotros haremos la pequeña ceremonia de buenas noches con ella. No quiere cepillarse los dientes…, “¡¡¡Por favor, límpianos, estamos sucios y no queremos ponernos malitos!!!”. Los “nos” rotundos los dejaremos para ocasiones especiales en las que sean necesarios. Y si nuestras artes dramáticas se agotan y la comunicación no resulta suficiente, no pasa nada por llevar al niño rabioso tranquilamente a su cuarto y decirle que se quede allí hasta que se haya tranquilizado, o bien quedarnos sentados a su lado, sin el menor gesto de enfado o impaciencia mientras le acompañamos, en perfecto silencio, hasta que él mismo acabe con su proceso emocional. Es muy importante que el niño comprenda que no es a él a quien estamos cuestionando o limitando, sino a su actitud concreta que consideramos menos positiva o superviviente.
​
Ayudemos a nuestros hijos en el aprendizaje de la responsabilidad, el respeto y la ayuda, haciendo que se sientan miembros de pleno derecho en la familia, amados en sus diferencias, apoyados en sus capacidades, limitados en todo lo que les impida desarrollar su potencial creativo y positivo, enseñándoles que no todo les es dado graciosamente, sino que son ellos, con su constancia y esfuerzo los que han de conquistar los logros que dependen de sus actitudes y de sus procesos. En definitiva, enseñarles a dar los pasos hacia el desarrollo de su experiencia de vida, y no a vivirles la suya como si fuera la nuestra. Nunca hemos de evitar que se enfrenten a sus propios retos, porque solo en esa contienda podrán sacar las fuerzas interiores para superarlos y ensanchar de ese modo los límites que les convertirán en adultos sanos, felices y equilibrados. ​

 

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    Autora

    Sofía Pereira

    Categorias

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    Desarrollo Personal
    Educación
    Relaciones De Pareja

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